*Foro del lunes. Publicado en El Nacional. Cultura/3. 28 de mayo de 2012
IVÁN CANDEO El creador piensa que en el país se sobredimensiona el éxito foráneo
Sus obras hablan de un mundo que no es real, sino una representación. El ganador de la más reciente edición del Premio Joven AVAP cree que hay diferencias entre hacer arte y ser artista
CARMEN V. MÉNDEZ
CVMENDEZ@EL-NACIONAL.COM
Iván Candeo lleva tiempo advirtiendo sobre la imagen.
Le interesan tanto su poder como sus límites. Sus obras hablan de un mundo en el que el ser humano es una representación.
“Todas las maneras en que habitamos el mundo están condicionadas por la imagen.
La pregunta es si a partir de ellas conocemos o desconocemos”, dice, sentado en un café.
El artista formado como docente en el Instituto Pedagógico de Caracas ha tenido un buen año. Presentó en 2011 una individual con un nombre poco usual: Picnolepsia.
El término alude al fenómeno en que una persona pierde momentáneamente la conciencia. Allí exhibió un conjunto híbrido de pinturas, videos, gráficas y esculturas.
También expuso su trabajo en la Bienal de Mercosur, así como en los Solo Shows de la feria Pinta de Nueva York.
Hace apenas unos días le tocó recoger el Premio Joven AVAP, que entrega la Asociación Venezolana de Artistas Plásticos.
–¿Ganar un premio influye en la manera como ve su trabajo? –No, no debería. Agradezco a la AVAP por el premio. Siento que al menos algo pasó en la esfera pública como para que se me otorgara. Pero prefiero dudar y seguir trabajando. En ningún momento cambia la manera como veo mi trabajo.
–¿No lo ve como una especie de consagración? –No (risas). Creo que puede ser atrevido considerar como “consagración” cualquier premiación que se le dé a un joven artista en el escenario venezolano, para mí incluso es peligroso creérselo. Hay que agradecer el premio y continuar. Eso es todo. No sólo el de la AVAP sino también los de los salones y cualquier otro galardón que puedan otorgar.
–¿En su caso el galardón viene motivado por la individual del año pasado? –Esa pregunta yo se la haría al jurado. Creo que según lo que le escuché a Perán Erminy (que fue el único de los jurados que habló sobre la premiación) sí, está asociado con la exposición en Oficina #1 y también, como dice en la placa que me entregaron, por la participación de mi obra en algunos eventos internacionales. Sentí que todavía hay alguna valoración por los alcances foráneos… Es raro, en Venezuela hay artistas con obras bien logradas que intiman con la realidad local.
–Expuso en Oficina #1 hace como seis meses. En retrospectiva, ¿cómo ve ahora esa muestra? –Hay debilidades y también fortalezas, sobre todo en la articulación de las obras y las ideas. Los aspectos positivos es que se engranan distintos medios bajo una misma idea: la estética de la desaparición. Mi obra pone un poco en evidencia los límites de las imágenes en los medios de representación al desplazarlas por varios dispositivos de visibilidad, tanto en la escultura como en el fotograbado, la pintura, la fotografía y el cine. Ya después hay algunos problemas que siento desde el punto de vista de la producción. Debo madurar la metodología de producción de las obras en relación con el tiempo, la economía, la administración de los recursos y de las piezas.
–¿Piensa mantener los mismos temas relacionados con la imagen? –Trabajo con imágenes. Lo que pretendo es crear dispositivos de relación a partir de las que circulan en los vehículos audiovisuales; abordar la sociedad a partir del tráfico de imágenes que dominan la política, la historia y el mismo arte.
–¿Se ha abusado de la imagen? –No sé… No se puede prescindir de ellas. Todas las maneras en que tratamos al mundo están mediadas por la imagen. Imagino que antes era de otra forma. No había la tecnología que existe ahora.
Hace más de cien años aparece el cine, que son miles de imágenes en una sola historia; después la televisión, aún no existía la imagen digital. Quizás esto se haya dicho en todos los períodos de la historia, pero creo que en el momento actual consumimos más imágenes de las que podemos pensar. Cada vez somos más imágenes, como dice el artista y crítico catalán Joan Fontcuberta.
–¿La imagen personal, privada, ya no nos pertenece en esta era? El escritor checo Milan Kundera advertía sobre este fenómeno en su novela La inmortalidad, publicada antes de que se popularizaran Internet, las cámaras digitales y las redes sociales.
–La imagen digital habita en Internet y en ese medio hay una pérdida de propiedad.
La red es un espacio bastante democrático, pero la democracia también es un poco peligrosa (risas). Creo que puede haber nuevas formas de propiedad y estamos todavía en pañales en relación con lo que puede pasar con la imagen en Internet.
–Hablando de la democracia como peligro, creo que es un fenómeno que no sólo se ve en la política sino también en el arte. ¿Ahora todo el mundo es artista? ¿Se cumplió el sueño de Joseph Beuys y por eso las galerías están llenas de profesionales de todos los campos, menos de las artes visuales? –La población ha crecido (risas), por un lado hay mucha gente haciendo arte y por otro lado hay artistas. Quizás la integración en colectivo ayude a administrarlo. Hay que ver qué es lo que determina que alguien sea un artista y quiénes son los que están “arteando”, como señala el creador y académico uruguayo Luis Camnitzer.
–¿No es también una cuestión de oficio? –Quizás es una cuestión de ética, además de la vocación y la actitud que puedan tener muchas personas. El arte se presta para todo, puede estar en el trabajo de una persona que pinta un jarrón dominguero y en el de otra que realiza la última película 3D de Hollywood.
–¿No se ha casado con una técnica? –No. No tengo exclusividad disciplinaria ni técnica. Si hay un medio con el que me siento más identificado desde el punto de vista de la realización es con el video, pero mi formación no es de oficio.
Es algo de lo que carezco. Pero creo que esos impedimentos te llevan a desarrollar otro tipo de metodologías, también válidas. Ser un experto en algún programa también puede ser limitante.
Fuente: El Nacional
Foto: Manuel Sardá. Cortesía El Nacional