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Las meninas del CNE. Por Lorena González

Publicado en la columna Esto es lo que hay de Lorena González en El Nacional. Martes 9 de abril de 2013

Hacia 1656 Diego Velázquez realizará una obra fundamental dentro de la historia de la pintura que se convertirá en una de las propuestas que mayor reflexión ha suscitado en torno al sentido y las estrategias de la representación. Este cuadro es Las meninas, pieza donde los elementos, al girar alrededor del hecho mismo de la pintura, consolidaron el inquietante retrato de la familia real de Felipe IV. En el eje central del lienzo encontramos a la infanta Margarita rodeada de bufones y sirvientes. A su derecha está la imagen de Velázquez en pleno ejercicio del oficio, dispuesto a pintar personajes que no vemos y que se encuentran frente a él. En el fondo, un borroso espejo proyecta el reflejo de la pareja de soberanos que hipotéticamente están colocados frente a la tela y que son capaces de observar toda la escena desde afuera de la imagen.  En 1966 el postestructuralista Michel Foucault escribirá el libro Las palabras y las cosas, ensayo filosófico en el que le dedica un capítulo completo a Las meninas.  Concentrado en desmembrar arqueológicamente lo que organiza nuestros centros de poder, clasificación, intercambio y representación, usará esta obra para desplegar un particular análisis sobre los mecanismos de la pintura y el giro particular de las jerarquías.  Uno de los puntos relevantes es la inversión de roles entre el sujeto de la representación y la representación misma. Lo único que vemos en la sombría estancia es al artista y a los asistentes de lo que se pinta, mientras al fondo el reflejo poderoso de los soberanos establece un agitado contrapunto con el espectador. La actualidad de esta pieza radica en esa posibilidad extrema de reproducir un poder débilmente retratado que también es la imagen, en cualquier época y lugar, de aquel que está mirando el cuadro.  Hace unas semanas disertamos sobre la imagen en la actualidad y sus capacidades de dominio. Aunque pudiera parecer un salto en el abismo, varios de los aspectos comentados podrían reubicarse en el ejemplo específico de la omnipresente pieza audiovisual que puntualiza la convocatoria de nuestro Centro Nacional Electoral para las próximas elecciones del 14 de abril. A través de un cuidado guión de estrategias, esta pieza comunicacional desplaza el orden de los acontecimientos y se traslada desde lo que debería ser un mensaje equilibrado, objetivo y plural, hacia una obra que esconde y espejea (como el reflejo de los citados reyes) una intención emocional para que todo el que la mire se sienta involucrado y conectado con una emotividad exclusiva. En la difusa secuencia de este cortometraje un pueblo preocupado, triste y dolido se moviliza en medio de los afligidos y conmovedores tonos sepia del recuerdo, con la firme voluntad no sólo de ejercer su derecho al voto sino de ejecutar una sentencia que, como en Las meninas, está más allá de la imagen: ubicuidad de un sujeto ausente que se presagia en los ritmos espectrales de la propia trama.  El asunto crucial de este análisis es la diferencia de contextos. En la obra de Velázquez hablamos de los riesgos libres del arte, mientras que en nuestro caso nos llama a capítulo la responsabilidad concreta de lo real; la necesidad apremiante de instituciones que comprendan que el destino de un país no es una obra de ficción.

Fuente: El Nacional

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