(Texto a partir de una pieza audiovisual de Carlos Castillo)
Publicado por primera vez en Tráfico Visual el 18 noviembre de 2010
Aquello que surge al observar y cuestionar en profundidad no pasa. Queda y se transforma en lenguaje amarrado a conceptos que trascienden lo local y lo temporal. Este es uno de los atributos de la pieza audiovisual -concebida y realizada entre 1974 y 1976- Hecho en Venezuela de Carlos Castillo, mostrada durante septiembre y octubre del 2010 en la exposición Venezuela el secreto mejor guardado del Caribe, en la galería Faría Fábregas de Caracas. Al verla podemos lamentarnos de la sombra que se encarama sobre Venezuela desde hace años y a la vez podemos evocar fragmentos y ambientes de películas diversas, en tiempo y geografía, no porque Carlos Castillo se haya basado en alguna de ellas, sino porque comparte una cultura común y universal, austera y bizarra a la vez, irónica y simbólica. Una cultura, en su sentido más amplio, de la justicia.
Recordemos: “… como si, de verdad, creyéramos que todo esto perteneciera sólo a una época y a un país; nosotros, que pasamos por alto las cosas que nos rodean y que no oímos el grito que no calla”. No pertenece a la pieza de Castillo pero bien podría pertenecer, esta frase que es parte del guión que recita la voz en off de Noche y niebla de Alain Resnais. Pienso que no es una coincidencia, que están hablando de lo mismo: ¿cómo llegamos al estado de ceguera y sordera total y permitimos que “esto” ocurriera? En el caso de Noche y Niebla, habla de los campos de concentración nazis. En el caso de Hecho en Venezuela, de Venezuela.
El país y las décadas
De los 70 al 2010, del recuerdo de una izquierda activista a la hegemonía de una izquierda oficialista, de boom petrolero en boom petrolero y de maleta en maleta, de la década del consumo vulgar a la del desabastecimiento miserable, de una promesa incumplida a otra promesa incumplida, del duotono al monocromo, del fantasmagórico Sierra Nevada a los contenedores con comida podrida, han pasado casi cuarenta años y la pieza Hecho en Venezuela puede seguir llevando ese sello, sin duda, firme y legible. Bajo y sobre todo: país promesa, rico, proyectado a un futuro eterno futuro, no agrícola, productor de petróleo y peloteros, lugar al que por lo visto “nadie vino a quedarse demasiado”, como escribió Cabrujas, pleno de contrastes, donde las autopistas viven arriba y la Edad Media abajo, parafraseando a Hanni Ossott. País de la provisionalidad permanente y de las estructuras quebradas, donde las supuestas esperanzas se construyen sobre arruinadas bases. El país del rancho-empinado-rascacielos.
La pieza
Arranca con nuestro sempiterno patrimonio: el paisaje, los paisajes, las postales y una rica música criolla que mueve todas las sensibilidades. El paisaje venezolano: cualidad otorgada y gratuita, ganada sin esfuerzo, con la cual no podemos hacer más que postales: el mar azul, la selva amplia, la bella sabana y las playas, hermosas montañas atravesadas por ríos zigzagueantes, el tepuy.
En otro registro está lo que hacemos, lo que construimos, las anti-postales del paisaje: aves de rapiña preparadas para atacar una llanura espléndida de basura, el súperavit constructor de precariedades, las ruinas modernas como una paradoja interminable. País impresor de postales-zombis: paisajes muertos que viven por medios pseudo-mágicos, habitados por zombis controlados por hombres-zamuro trajeados o uniformados, listos para atacar a las presas.
Así como George A. Romero puso en acción a sus “muertos vivientes” y creó metáforas de la situación política en los Estados Unidos, en donde finalmente se descubrirá –en palabras de Diego Curubeto- “que la naturaleza humana es mucho peor que los temidos zombis caníbales”, Carlos Castillo nos lanza en pocos minutos una situación similar, en la que una mujer perdida, zombi, hace su baile desesperado en un basurero y grita un nombre, Venezuela, con un muñeco de tela de bandera tricolor en sus brazos, relleno de todo aquello que somos y no somos: cosas y cosas que no hacemos pero que tragamos sin digerir. Y ese es el pueblo: muñeco fofo y precario, relleno pero sin cabeza, lleno pero pobre, pobre pero rico, rico y brutal, nombrado y despreciado, inculto y soberbio, disfrazado de bandera, con la boca repleta, hablando alto pero mudo, picoteado por sus propios fantasmas y creadores. El pueblo ignorante-conservado-ignorante para seguir vistiéndolo de bandera y recitándole a la oreja las postales que no existen o que existen sólo en la pujante imprenta de los discursos del gobierno de turno.
El pueblo-muñeco cae siempre desde la más empinada pila de basura a una probable fosa común de desperdicios, donde es alimento de las aves de rapiña que esperan en lo alto. ¿Noche y niebla? ¿Los pájaros? ¿La noche de los muertos vivientes? Carlos Castillo habla de la condición humana en la misma sintonía que lo hicieron Resnais, Hitchcock y Romero.
Angela Bonadies, 2010
Imágenes: fotos fijas del video de Carlos Castillo / Ángela Bonadies