El paisaje – entre muchas cosas – es un continuum de acontecimientos e imágenes que el hombre aprehende con la mirada y construye a partir de un sentimiento¹. Su despliegue es inagotable, una unidad inquebrantable donde las divisiones sociopolíticas son tan abstractas como sin sentido cuando se usan para fraccionar el concepto singular de Nación.
Venezuela es un país que no ha parado de contar y medir. El año pasado estuvo marcado por dos grandes eventos. Con las elecciones presidenciales se consolidó la idea de que el país estaba dividido en dos mitades. Posteriormente, con las elecciones municipales no hallábamos de qué manera presentar los resultados en el mapa para encontrar un ganador. Este año las marchas y contramarchas son los nuevos atisbos de la medición.
Contarnos es una acción vacía en un país que se erige sobre la variedad. “Paisaje” viene de “país” y Venezuela – especialmente – es un país de paisajes. Por eso, emprendimos un viaje, decidimos hacer uso de sus mismos paisajes para recordar su inmensidad. Son territorios que por siglos han dibujado en silencio otras formas de identidad nacional. Entre todos sus suelos escogimos uno de los más vastos: La Gran Sabana, donde no queda duda de todo lo que nuestro territorio es capaz abarcar.
Allí, motivados por pensar que todos habitamos la misma tierra, tenemos deseos comunes y compartimos los mismos problemas, realizamos una intervención efímera de gran formato. Subimos a la cima del Roraima con la intención de construir una apología a lo absurdo de esta división. A través de una estrategia plástica fuimos “dividiendo” distintos paisajes. El producto es la fotografía, una propuesta visual con un contenido conceptual que busca evidenciar lo frágil del pensar que vivimos en un país con “dos mitades”.
Venezuela está hecha de paisajes donde se desdibuja la diferencia y se producen acercamientos. Jonathan Reverón nos acompañó desde la palabra y pudo precisar el contenido sin la experiencia: “Para recuperar la fe en nosotros, para confiar en el desconocido hace falta ver imágenes tan contundentes como esta, una línea absurda cuyo grueso depende de nosotros, lo mismo que su delgadez.”
Esta línea es tan fina como gastada, pero también una gran oportunidad para re-significar. Es una obra de “Land Art” referenciada en las exploraciones artísticas de los setenta, como las intervenciones de Richard Long sobre grandes praderas. O trabajos más recientes como las de Magdalena Jetelová en la frontera de Eurasia con América. En este caso no sólo el contexto es otro sino los instrumentos también, más precarios y más efímeros. Fue la travesía de arquitectos, fotógrafos, guías y personas del pueblo Pemón haciendo del uso del arte como espacio de comunicación.
Roraima es uno de los lugares más emblemáticos de Venezuela, uno donde el infinito y la inmensidad hacen más evidente la naturaleza inquebrantable del mismo paisaje. Su grandeza no deja espacio a mitades y a la vez abarca todo, a todos. En su solidez no hay idea más vacía que la división.
Hoy nuestro territorio vuelve a dibujar esta línea divisoria, que ahora también se ha multiplicado en forma de barricada en cada ciudad. A partir de los últimos sucesos los extremos políticos en Venezuela se han afianzado. No obstante, la distancia que dejan entre ellos es el espacio que ocupa una población reflexiva. Las masas que crecen desde el centro y son más propensas a desdibujar estas fronteras. Los límites de un país que no va a ganar por mayoría sino por integración.
¹ SIEMMEL, George (2001). Filosofía del paisaje. En el individuo y la libertad. Ensayos de Crítica de la Cultura, Barcelona. 2001.
Miguel Braceli es arquitector, profesor de la UCV y fundador de Proyecto
Texto e imágenes cortesía de Miguel Braceli