La cultura visual promueve la contravisualidad como aquel derecho a mirar que tenemos en la cotidianidad más allá de los discursos dominantes. Implica también un derecho a interpretar. Los movimientos indignados, a través de sus expresiones visuales, pueden leerse como un ejemplo de contravisualidad
Puede resultar un buen ejercicio cerrar los ojos e intentar no recibir la numerosa información visual que absorbemos a diario. Quizás logremos poner la mente en blanco, pero sólo por pocos segundos, pues vivimos un mundo hipervisualizado e hiperestimulado del cual es imposible abstraerse. Sin embargo contamos con un derecho: el de mirar e interpretar con libertad.
Para la cultura visual es esta una de las principales características de nuestros tiempos posmodernos. Esa hipervisualidad produce múltiples imágenes en fracciones muy pequeñas de tiempo. Esa primacía de la imagen visual contemporánea en conexión con lo cotidiano forma el núcleo de los estudios de Nicholas Mirzoeff, uno de los principales referentes para la cultura visual en la actualidad. Este británico es historiador por la Universidad de Oxford e hizo su doctorado en Historia del Arte en la Universidad de Warwick, y define la cultura visual como “una práctica que tiene que ver con los modos de ver, con las prácticas del mirar, con los sentidos de los que llamamos el espectador.” (1) Sus postulados vinculan directamente la imagen con quien la mira.
Sus análisis partieron de la historia del arte pero se fueron más allá y aterrizaron en los estudios visuales en tiempos de globalización. Actualmente es profesor de Medios, cultura y comunicación en Universidad de Nueva York (NYU) y destaca por su empeño de promover y difundir los estudios de cultura visual en el mundo: con frecuencia brinda interesantes entrevistas y conferencias magistrales. Desde la publicación, en el año 2000, de Una introducción a la cultura visual en su versión inglesa, no ha dejado de darle giros a sus propuestas. Ha vinculado sucesos de la cultura actual con los fenómenos de la globalización, el arte contemporáneo, los mass medias, los derechos humanos, etc. que pueden leerse en investigaciones más actuales como Watching Babylon: The War in Iraq and Global Visual Culture de 2005, Seinfeld: a Critical Study of the Series, 2007, y The Right to Look: a Counter History of Visuality, de 2011. Lo importante para este historiador es tener una mirada global de las cosas.
La contravisualidad y los movimientos indignados
Lo que nos separa de épocas anteriores en sus prácticas del mirar es que hoy las imágenes no dependen de sí mismas, sino que cada vez requieren más de la participación del espectador: a través de la imagen visualizamos e interpretamos nuestras existencias. En este tópico Mirzoeff brinda un ejemplo clave: “En la vida es común para nosotros escuchar a un policía decir frente a un acontecimiento: ‘No te detengas, no hay nada que ver aquí’. Por supuesto que hay algo que ver, ellos lo saben y nosotros también. La pregunta es, ¿quién tiene derecho a mirar? Cuando exigimos libertad para ‘ver’ cómo está organizado el terreno de lo social creamos una forma de ‘contravisualidad”, comenta Mirzoeff. (2) Esta práctica permite que cada vez sea más amplio el público capaz de emitir alguna opinión por encima de la dominante (generalmente la de los gobernantes). La contravisualidad es una mirada alternativa, que ve y escudriña en los recovecos de las visiones dominantes.
No es novedosa la idea de que como espectadores tenemos la decisión sobre qué opinar. Sin embargo la cultura visual acentúa algo: que nuestra cotidianidad está intrínsecamente ligada al derecho a mirar a sabiendas de que hoy día ese derecho a mirar e interpretar con libertad se ha convertido en una lucha de poder que tiene, por un lado, a poblaciones descontentas y, por el otro, a los gobiernos y sus discursos dominantes y de dominación. Dentro de este fenómeno –y según las líneas discursivas de la cultura visual– la era de las redes y de la informática es crucial pues es la que “genera” y “construye” gran cantidad de información visual dentro de un mundo global que permite al individuo de hoy conservar miradas globales y que sea autónomo con su mirada y sus pensamientos.
La democratización de la imagen tuvo mucho que ver en las prácticas de libertad al mirar. Entre el paso del siglo XVIII al XXI la mirada ha pasado por diversas manos y ha mutado de acuerdo a determinadas decisiones y poderes. Hoy el derecho de ver e interpretar ya no le pertenece a una aristocracia, tal como sucedía siglos pasados. En este sentido, las posturas como las del influyente historiador británico, Thomas Carlyle, fueron decisivas para un siglo XIX que decidía quiénes tenían el privilegio de mirar. Abogaba por una visualidad: la mirada sólo le pertenecía al Héroe. En su colección de ensayos, Sobre héroes, El culto a los héroes y Lo heroico en la historia, examina a Mahoma como un ejemplo de “El héroe como profeta”. Carlyle califica como falsa e impía su religión, resaltándose superior en tanto ciudadano cristiano, blanco y culto. Sin embargo, Carlyle asumía a Mahoma como alguien que tuvo el poder de ver, la mirada privilegiada sólo le pertenecía a él.
Contravisualidad local
Dejando de lado la tentación de entrar en lecturas políticas e ideológicas, echar un vistazo a los movimientos indignados en el mundo desde las posturas de la cultura visual funciona para demostrar la libertad que implica la contravisualidad. “El primer cambio que yo observo en la visualidad es que la gente de todo el mundo –desde Egipto y Brasil hasta Nueva York, con el movimiento de Occupy Walls Street–, ha comenzado a reclamar su derecho a mirar y crear ‘contravisualidades’. En la actualidad existe una crisis de visualización y una crisis de autoridad que están directamente relacionadas: si los Estados y los gobernantes buscan recuperar la autoridad entonces tendrán que crear una nueva forma de visualizar.” (2) Esta contravisualidad es relacional, recíproca e igualitaria.
Entonces, indefectiblemente, la imagen capta y acapara nuestras vidas. El mundo completo se ha convertido en profusión de imágenes que encaramos consciente o inconscientemente a lo cual es necesario crear contenidos contravisuales. Un ejemplo muy elocuente puede darlo el transitar por las calles venezolanas. En ellas es cada vez más frecuente ver expresiones plásticas del descontento de la población con las muertes ocurridas en nuestro país a partir del 12 de febrero de este 2014.
La representación de la muerte bajo la forma de cementerio, de cárcel, o con graffitis, performance, con pancartas, etc., ha dado luz a un nuevo tipo de expresividad que narra la indignación sentida por una población numerosa. A su vez, querámoslo o no, está brindando otras prácticas del ver y de entender nuestro país desde lo político, desde lo social, y desde lo humano. También manifiesta otra posibilidad desde donde sensibilizar a la sociedad venezolana desde el hecho visual. Desde este punto de vista, varias prácticas de protestas visuales (que no son lo mismo que las barricadas) en las calles venezolanas pueden tener algún parangón con los movimientos indignados que se han dado en el mundo (como 15M u Occupy). También, naturalmente, encuentran un paralelismo como forma contravisual en el sentido de Mirzoeff porque plantean una insurgencia hacia la mirada dominante: la del gobierno, ese supuesto “Héroe” irrefrenable que, a través de su poder, controla mentes y decide qué ver, qué no ver, qué pensar y qué no pensar.
NOTAS
1. Recomendamos la lectura ampliada de la entrevista que le hace la investigadora Inés Dussel a Mirzoeff disponible en el siguiente link
2. “Entrevista con Nicholas Mirzoeff: Visualidad, contravisualidad e imagen digital” realizada por Andrea García Cuevas disponible en la Revista Código.