“Fuga convergente”: escritura y visualidad (notas). Por Félix Suazo

Ya lo ha escrito Roland Barthes al comentar la enciclopedia de Massin: hay “un trayecto circular de la letra y la figura” donde ambas se superponen, convirtiéndose en “una imagen más en el tapiz del mundo”[1]. Esa inter-sensorialidad que conecta lo lingüístico a lo visual ha sido objeto de exploración creativa y especulativa desde inicios del siglo XX. Primero con las proposiciones dadaístas, futuristas y cubistas que asentaban parte de su programa estético en el cruce de algunos aspectos literarios y visuales. Más tarde, con las tentativas autorreferenciales del conceptualismo y su énfasis en el lenguaje.

El problema de fondo, antes y ahora, radica en una especie de fuga convergente, orientada al reacomodo taxonómico y jurisdiccional de las artes, que supone el abandono de la pureza de los géneros tradicionales y el desplazamiento hacia metodologías y discursos aparentemente ajenos o antitéticos. Incluso Lessing, pensador metódico y severo guardián de las fronteras entre la poesía y las artes visuales, reconocía en su influyente estudio sobre el Laocoonte  “una recíproca indulgencia en los límites comunes” de ambas disciplinas[2].  Esa doble operación de huida y encuentro, no sólo afirma la condición paradojal de las prácticas creativas modernas y contemporáneas, sino que también apunta hacia el restablecimiento de una sintaxis combinada  que intenta sincronizar lo legible y lo visible en tanto que “texto figurativo”[3].

Dicho fenómeno tiene importantes consecuencias, tanto literarias como artísticas, algunas de ellas bastante significativas para el surgimiento y evolución del letrismo, la poesía visual y el concretismo, modalidades que se ubican en la frontera de la escritura y la imagen. Ese andar entre palabras e imágenes, en la incertidumbre de dos lenguas que se despliegan como un tipo de interlocución dual frente al lector-observador en un libro, un cartel, una performance, una instalación o un video, centra el propósito de esta nota donde se comentan algunas experiencias de bilingualismo sensorial en el arte venezolano.

 

 

Precisamente, la ya referida oscilación entre lo textual y lo visual, fue el foco premonitorio de uno de los emprendimientos poéticos de Rafael Cadenas (Barquisimeto, 1930), quien en 1966 publica sus Dibujos a máquina en el número 58 de la revista CAL, reeditado en forma de libro en 2012 por Camelia Ediciones, con diseño de Álvaro Sotillo. Allí se advierte esa “pulsión visualizante” –según lo define Luis Miguel Isava-, que arrastra al lenguaje literario hacia lo iconográfico[4]. Aquí las palabras adoptan esa envestidura elemental que se alimenta del tanteo lúdico y la mímesis intuitiva, regodeándose en las declinaciones figurales de la letra impresa.

Claro que en este poemario hay una diáfana distinción entre lo que es escritura y lo que es imagen, funcionando cada una como referencia de la otra. Pero lo que se vuelve ícono es la letra compuesta, retornando a esa condición ideogramática, representacional, del signo lingüístico en sus orígenes, cuando el verbo buscaba la semejanza con la cosa nombrada. ¿Quién iba a sospechar que esa “pulsión visualizante”, tan afin a la literatura vanguardista y seguida por gran parte de las corrientes que le sucedieron, estaba ya en el principio del lenguaje?

 

 

Lo cierto es que el experimento de Cadenas con los Dibujos a máquina, quedó como un evento excepcional en su trayectoria y con pocas derivaciones en nuestro entorno literario, salvo en los collages y ensamblajes de Rafael Castillo Zapata y Verónica Jaffé, reunidos en la muestra titulada “Escrituras” (Periférico Caracas, 2006). Aquel deslizamiento de la escritura a la visualidad reitera el propósito de empujar el lenguaje poético hacia una región no reglamentada por las normas gramaticales. En aquella oportunidad el periodista Edgar Alfonzo Sierra escribió que los trabajos de Castillo Zapata “son exhibidos con un criterio de lectura visual antes que literaria” y los de Jaffé intentan “hacer ver un poema”[5]. De esta reseña se desprende un asunto crucial: no es lo mismo “publicar” un poema que “exponerlo”, aún cuando ambas operaciones funcionan como un canal de interlocución entre la obra y la audiencia. Al saltar de la edición impresa a la sala de exhibición hay un trecho significativo, especialmente en aquello que se refiere a la conducta perceptiva y los hábitos de lectura; de un lado está la lectura línea a línea, palabra por palabra; del otro lado está el recorrido paso a paso que convierte al lector en observador. Esto, claro está, no tiene nada que ver con ilustrar un poema o recrearlo en imágenes, sino con otorgarle a cada texto su propia consistencia espacial como dispositivo corpóreo.

Sin embargo, las secuelas directas o indirectas de los Dibujos a máquina  de Cadenas en nuestro ámbito artístico, son más explícitas cuando se aprecian las indagaciones de los artistas visuales y diseñadores –de Dámaso Ogaz a Claudio Perna, Héctor Fuenmayor, Sigfredo Chacón y Yucef Merhi; de Nedo Mion Ferrario a las ediciones plástico literarias de El Techo de la Ballena -, en cuyas propuestas hay un férreo compromiso entre la letra y el ojo[6].

 

 

Partiendo de estos entrecruzamientos perceptivos y verbales que se dirigen desde la visualidad hacia la escritura, paso ahora a comentar sendas propuestas que, buscando reencontrarse con esta dualidad irreductible del lenguaje, toman como objeto la obra poética de Cadenas, en ocasión del homenaje que le dedicara la Alcaldía del El Hatillo los días 24 y 25 de abril de 2014 en el marco de la Semana del Libro[7].

Comienzo por la propuesta de la diseñadora y artista visual Teresa Mulet, quien ha llevado a escala instalatoria algunos textos del poeta, en una exhibición realizada en la Galería del Centro de Arte El Hatillo[8]. Con Mulet, las palabras de Cadenas ingresan al espacio en folios de papel monumentales cual columnas de versos ascendentes; una suerte de diagrama isométrico que viene a reemplazar el encuadernamiento sucesivo de las páginas del libro por el itinerario corporal del lector-espectador. Cada pliego, entonces,  es soporte y velo del lenguaje que ahora “reencarna” en la sintaxis del espacio.

 

 

La propuesta de Mulet se torna aun más relevante porque su trayectoria creativa se caracteriza y distingue por haber incursionado en esa zona de indeterminación de la palabra y la imagen, sobre todo en las series de tipos útiles e inútiles, y muy especialmente en los trabajos reunidos en la muestra Palabra silente (ONG, Caracas, 2014) donde se incluyen letras esccurridas, frases superpuestas y alfabetos dobles que construyen un discurso lleno de contradicciones.

 

 

En el caso de la instalación Este presente es todo, el libro como soporte da paso a la experiencia del espacio, mientras la escritura es redireccionada, fluyendo más allá de las connotaciones semánticas del texto para convertirse en territorio. El libro va “en fuga”, se metamorfosea y converge en la arquitectura expositiva que  acoge  la palabra como monumento.

Pero la palabra también es acción. Barthes, siguiendo las ideas de J.L. Austin sobre los enunciados performativos[9], ha sostenido que no es el autor sino la experiencia de la lectura, la que consuma a la escritura como hecho realizativo. Y he aquí que la también artista visual Déborah Castillo ingresa a la escritura  por la acción y desde el cuerpo, colocándonos ante una verdadera degustación del lenguaje con la performance “Lamiendo a Cadenas”, realizada como parte del recital Memorial en Alta voz, en el marco del Homenaje al autor de En torno a la lengua (1984),  que tuvo lugar en la Plaza Bolívar de El Hatillo.

Sentada en un banco y acompañada por dos torres de libros, Castillo propuso un acercamiento a la lectura tan inusual como entrañable.  La suya fue una una experiencia hecha de palabras humedecidas, saliva y silencio. En cada saboreo, la escritura se transforma en un asunto de contacto, las letras se pegan al paladar, se desnudan, se dejan tragar. El texto poético entra y se hace –literal y metafóricamente- por “la lengua”. En la acción de Castillo, la palabra viene de otra parte, está en el aire, sale de la garganta de otros poetas que, en paralelo, exhalan los versos rubricados por el larense –entre ellos “Derrota” en la voz de Érika Ordos-, mientras ella –vestida de negro y con su collar de “Perra”- continúa “lamiendo a Cadenas”. La acción lectora se reconfigura entonces como un intercambio húmedo de partículas entre el papel impreso y “la lengua”.

 

 

Ya en otras oportunidades Castillo se ha aproximado a las cuestiones de la escritura, tomando como referencia libros canónicos y frases coloquiales. Tal es el caso de la serie videográfica “Fetiches teóricos”, construida desde una erótica de la sumunición intelectual, y del  fotoperformance “Actividad discursiva” donde la palabra está en las suelas de los zapatos y el sentido se construye con cada pisada. Con dichas propuestas la artista se plantea un contrapunto irreverente entre el signo y la función, entre el significante y su sentido.

 

 

Luego de comentar los ejemplos precedentes, el asunto de fondo –decíamos- reside en el cruzamiento senso-perceptivo que nos permite “leer imágenes” y “mirar textos”. Estamos –ni más ni menos- que ante la lingüistización de lo visible y la iconización del lenguaje, fenómeno que –pese a sus innegables precedentes- hoy ha sido “naturalizado” por la cultura electrónica. En ese panorama, la escritura es un punto de ida y retorno, de “fuga convergente”, en cuya atmósfera gravitan de modo ejemplar las propuestas referidas. Y no es que las formas busquen su explicación en el texto poético o que este, a su vez, pretenda ser traducido por los íconos; sino que tanto el lenguaje verbal como el visual se manifiestan a través de imágenes, que no son otra cosa que artificios nómadas, vagando de un medio sensible al otro en busca de su definición y sentido, más allá de las normas y el poder.

Caracas, mayo de 2014

 


[1] Barthes, Roland. El espíritu de la letra. En: Lo obvio y lo obtuso. Imágenes, gestos, voces. Paidos, Barcelona, 1986

En: http://www.ucientifica.com/biblioteca/biblioteca/documentos/web_cientifica/humanidades/obvio-obtuso.pdf

[2] Lessing, Gotthold Eprhaim. Laoconte o sobre los límites de la pintura y la poesía. Editorial Porrúa S.A. México, 1993, p. 109

[3] Marin, Louis. Elementos para una semiología pictórica. En: Image 1. Teoría francesa y francófona del lenguaje visual y pictórico. Selección y traducción Desiderio Navarro. Casa de las Américas / UNEAC, La Habana, 2002, p. 20

[4] Isava, Luis Miguel. Dibujos a Máquina: escribir con trazos de alfabeto. En: Cadenas, Rafael. Dibujos a Máquina. Camelia Ediciones. Caracas, 2012, p. 5

[5] Sierra, Edgar Alfonso. Dos poetas llegan al playón de las imágenes. El Nacional. Domingo 24 de septiembre de 2006, p. B/14

[6] Incorporándose a esta orientación, recientemente los diseñadores Cesar Jara y Pedro Quintero, según concepto de Lisbeth Salas,  han “transferido” al leguaje del cartel una serie de textos literarios y reflexivos de poetas, escritores e intelectuales venezolanos, agrupados en torno a la exposición “Manifiesto país” (Sala Mendoza, 2014)

[7] El Hatillo rendirá homenaje al poeta Rafael Cadenas. Revista Ojo. Cultura Universitaria. En:  http://revistaojo.com/2014/04/21/el-hatillo-rendira-homenaje-al-poeta-rafael-cadenas/

[8] Debo decir, que tuve la grata oportunidad de visitar la muestra acompañado por Jesús Torrivilla, uno de los organizadores del Homenaje a Cadenas en El Hatillo, a quien también correspondió la selección de los textos y el acompañamiento del proyecto.

[9] Austin, Jhon Langshaw. Cómo hacer cosas con palabras?. 1962 Cfr. en: http://www.philosophia.cl/biblioteca/austin/C%F3mo%20hacer%20cosas%20con%20palabras.pdf

 

* Gracias a Felix Suazo por ceder el texto y las imágenes

 

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