Cai Guo-Qiang. ¨La vida es una milonga: Tango en Fuegos Artificiales para Argentina” Buenos Aires, 24 de enero 2015
Cuando los cohetes finalmente estallan sobre el riachuelo, un presentador eufórico los ametralla con superlativos pesados, como si narrara fútbol. A su lado, Cai Guo-Qiang, fichas en mano, sonríe. Al artista chino más visible de la contemporaneidad no parece preocuparle que su trabajo se acerque más a un maratón televisivo que a la sugestiva reflexión estética sobre “la incertidumbre, la complejidad y el caos” que describe cada vez que quiere referirse a La vida es una milonga: Tango en fuegos artificiales para Argentina, la primera de sus propuestas efímeras en Latinoamérica.
Imposible saber cuántas de las miles de personas que conforman el heterogéneo público en la Vuelta de Rocha vienen por lo primero o lo segundo, o por lo que la mayoría de los medios locales anunció para este sábado de verano como una “milonga abierta” del “famoso artista chino experto en fuegos artificiales”. En todo caso, él parece estar a sus anchas. El tamaño de la multitud sólo toma por sorpresa a los que forman parte de ella (y a los que, desde las vías intransitables del otro lado de la ciudad, ya renuncian a serlo). Mientras el suceso en La Boca hace colapsar el centro de Buenos Aires, en los dominios de Cai todo está bajo control.
O casi todo.
Celebra cuando la improvisación, el Impromptu (y así se llama la muestra paralela que presenta hasta el primero de marzo en la Fundación PROA), emerge en la forma de un impredecible viento sureño que activa las bengalas a destiempo. Parece divertirse con ese hiato entre la intención y el efecto, como si justamente en ese hiato, en el extravío, estuviera la materia de su trabajo. Será por eso, o porque considera que el arte sólo se potencia con la participación colectiva, que Cai Guo-Qiang se ve tan cómodo en su papel de showman ante la multitud: “habrá un espacio de música para que ustedes sean los que bailen” –traduce, en perfecto porteño, la entusiasta y asiática intérprete-. Al verlo en ese rol es difícil imaginar dónde es que la búsqueda de su obra tiene que ver con la conexión entre la intimidad espiritual, la naturaleza y el cosmos.
Y casi como una réplica accidental de esa correspondencia entre lo imperceptible y lo cósmico, la disposición de los elementos de la escena se presiente en dos escalas simultáneas; pero mutuamente excluyentes. Una, espectacular, exige una distancia colosal desde la cual apenas se adivina la fuerza de los tangos que sincronizan con los fuegos. La otra, íntima, humana, donde bailarines y músicos -violín, bandoneón, piano, contrabajo, cantante- reproducen el escenario de una milonga exquisita, enmarca sólo el cuadro más inmediato de los disparos. Cientos de miles de ojos y oídos, y ninguno asiste al aquí y ahora total del acontecimiento.
Ciertamente no se trata de una propuesta “audiovisual”. Aspira tal vez, si atendemos a las palabras del propio Cai, a una experiencia relacionada con la materia y la energía, a una relación corpórea y emocional que privilegia eso que “no puede ponerse en palabras”.
La paradoja mayor es que el plan incluye comentario y traducción (ante un público cada vez más impaciente) de todas y cada una de las cuatro etapas del evento. Llama la atención –y más en quien ha procurado siempre alejarse de todo idealismo político- esa obsesión por la interpretación, ese impulso representativo, ese empeño en justificarse con símbolos (palabras, letras) o con alegorías tan ingenuas como la de un bandoneón gigante.
Tal vez se halle en esta contradicción su particular manera de rebelarse contra la estética de su tiempo, tan afecta a la palabra y tan alejada de la poesía, tan represiva con la forma, tan alucinada todavía por el furor de la gramática. Probablemente sea ésa la pequeña revolución de Cai Guo-Qiang, su tan buscada forma de trascender la dualidad Oriente / Occidente, o su manera de acercarse al laberinto que le resulta la cultura argentina. En cualquier caso, lo que suele estar de más es su vicio incorregible de hacerse traducir del mandarín, obsesión que últimamente vemos multiplicarse en muchos incautos que insisten en que no es posible dialogar en un idioma sin entenderlo.
Todas las imágenes son de Fanny Pirela y Kelvin Osorio.
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