Tiendo a pensar en el arte que pasó como algo asombroso, el sólo hecho de que se hayan hecho algunas de las cosas que se hicieron en nombre del mismo y en contra de él no deja de sorprenderme. Es ese asombro lo que trato de repetir siempre que veo algo nuevo, la maravilla de algo que pueda sacudirme y dejarme mudo ante lo que exige un hablar, que es este. Pero que no es. Ese carácter de suspensión del ser ante lo inabarcable y lo incomprensible. Desde la primera vez que supe de ellas, las nenias no dejaron de maravillarme. No deja de ser asombroso algo que pueda ser tantas cosas a la vez sin suscribirse a ninguna, sin serle fiel a nada. En ellas el salto entre géneros es evidente, al punto de que no dejo de confundirme. Pueden ser letras: si miramos bien y obedecemos ciertas formalidades, como la de la lectura, son un texto, una escritura incomprensible, la literatura de un por-venir. Las vemos y pueden ser imágenes, sin más y como tal no serían nada siéndolo todo a la vez. Con las nuevas tecnologías podríamos imprimirlas en 3-d y serían esculturas, tótems negros que con suerte traerían de vuelta a los dioses o llamarían a los extraterrestres. En el futuro alguien que se encuentre en esta sala, ante estas figuras, que vea estas formas y se disponga a tratar de entender podrá sin duda desentrañar aNlgo de lo que fuimos. No sin esfuerzo podría descubrir el secreto que sin querer le dejamos en este lugar: mudez que enmudece al que habla, sombra que enceguece al que ve, presencia que rompe la cordura del que pretende entender. Alguien me dijo que el futuro no existe, que hay algo o alguien en la filosofía que lo evita, que lo esconde en palabras. Futuro, el por-venir, lo que será. Yo creo que el futuro es morirse, y que la muerte es lo único. Ante estos volúmenes bidimensionales no dejo de pensar en no estar, no puedo creer que me encuentro y la manera que tengo para acercarme a ellos es asumir un rol, imaginar que soy otro. Uno por venir, el que será hablando de mi experiencia ante estos cantos mortuorios.
Hay algo en la construcción de una nenia que no pertenece a este mundo, que está fuera del tiempo y del espacio. Es puro gesto. Viéndola solo podemos admirarlla; tratar de acercarle palabras e irle arrimando conceptos. Le vamos empegostando ideas que quizá la deforman, le abultan los contornos con verrugas innecesarias que la infectan con una viruela del pensar que dibujarlas no permite. Hay algo en ellas que no sólo invita sino que promueve su reproducción, pero ojo, no es la reproducción que facilita la repetición de un gusto, es la reproducción que en ciertos casos (el catálogo de esta exposición, por ejemplo) marca a la nenia con alguna particularidad. Cuando las calcamos y las copiamos, cuando las tatuamos o las tageamos* la nenia es reproducible, pero inimitable, nunca queda tal cual es, siempre carga sobre sí la marca del que la traza. Y es que dibujarla nos obliga a seguir su ruta, a tratar de perseguir su camino y en ese momento me doy cuenta que no puedo, que algo me saca de ella: mi trazo no da. Lo que dibujó esa figura la trucó, colocó trampas en las curvas y mi mano se va, sigue de largo en vez de cruzar, se cansa en el tiempo de una línea que dura mas de lo esperado. Esa es una de las condenas del dibujo: siendo la maquina de reproducción más perfecta no puede ser objetiva nunca, no puede pretenderlo. Nunca copiamos una nenia, lo que copiamos es una versión, la nuestra, intentamos un plagio que no deja de mostrar su origen, de gritar su falta. En la nenia como en el graffiti sobrevive la forma sobre el sentido. Por eso puedes jugar con ellas, organizarlas no las afecta, moverlas no las interrumpe en su ser, verlas no las paraliza y leerlas no les concede sentido. Más contenedores que contenido, en algunos casos sobre las nenias se posa la incertidumbre que ataca al que ve un trazo informe sobre una pared, están lejos de decir pero no lo suficiente como para que no digan nada. El graffiti restablece la locura del lenguaje al reordenar la función de las letras y en esta acción sustituye su sentido por sus formas, la nenia está en el umbral de la idea, en el límite del sentido común. Al verlas no dejo de preguntarme si quieren decir algo o si al contrario son la forma que significa al límite de lo útil.
Al enfrentarme al dibujo de las nenias desde el tatuaje o el graffiti me di cuenta que nada era, no podía ser: estaba ahí, presente pero huyendo, como el humo.
La impresión de estar afuera de la dialéctica del dibujo (cualquier cosa que se dibuje está siempre a punto de ser o fue en alguna parte) no por la naturaleza de estos medios sino justamente por lo anti-natura de los mismos: ambos trabajan tapando, tachando, manchando, trazando fuera de la hoja blanca. Este exilio del territorio del dibujo me descolocó, me obligo a mi también a ser presencia en fuga, a vivir un instante afuera de la geografía de un sentido y a trazar mi ruta en la frontera de un sentir muy peculiar y único. Las formas que se grafican en la nenia no me dan oportunidad a coincidir con ellas, están totalmente fuera de mi y la única forma que tengo para hacerme con ellas es trazar con mis dedos sus contornos, sobarles las curvas respetuosamente como si fuesen mujeres de otro tiempo y lugar.
Dibujar traza su camino sobre el umbral del lenguaje y esta cualidad, también inscrita en la nenia, en este caso más que establecer una presencia intenta un dispositivo. Inventa una maquina para la imaginación contemporánea. La nenia es un dispositivo que pone en entredicho la hegemonía de la imagen y se abre al reino de la imaginación, desde ahí me corrijo para decir que mas que contenedores de algo que podría empozarse en ellas son el canal a través del cual me encantaría experimentar un modo nuevo de comunicación, una comunicación visual mas libre de las ataduras figurativas y de las aplicaciones de un comunicar que debe decir en vez de imaginar y crear. Haber tenido la oportunidad de dibujar nenias está sin duda en un lugar muy especial de mi experiencia como dibujador y pocas cosas en mi vida son más importantes que el dibujo.
*contrario a la acepción común en nuestros días donde tagear es una actividad donde se firma al otro y se le llama la atención o se lo reconoce en algún asunto digital tagear es el primer gesto del graffiti. Es una especie rúbrica urbana anónima -en algunos casos- donde decimos aquí estoy! o vi esto! No llama la atención directa de nadie ajeno al que la hace y su circulo especifico, en ese sentido el tag original no pretende que alguien se reconozca sino justamente que desconozca algo en su intervención, en su desconcierto. Esto define el tag no sólo como un hecho gráfico sino como una actitud revoltosa ante la ciudad por parte del que lo hace.
José Miguel Del Pozo, 2015
Este texto forma parte de la charla realizada por José Miguel Del Pozo en el marco de la exposición “Mundo Nenia. Gerd Leufert 1914-2014” en Oficina #1. junio-agosto 2015