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Fauna sin futuro. A un cuarto de siglo de Zoológico

por Carlos Egaña

 

Still de Zoológico, 1992 dirigida por Fernando Venturini

 

Cuando hice el primer año de Derecho, leí una novela que destruyó mis nociones de una Venezuela pasada, tal vez no tan prospera pero supuestamente más culta. Ídolos rotos de Manuel Díaz Rodríguez fue el texto en cuestión. Me pasmaron los registros de la opresión, el fuera-de-lugarismo que sufre el artista en la Caracas de vuelta de siglo; la inmediatez política, las ansias de poder, el sifrinismo y la diáspora como única salida. “FINIS PATRIAE,” decretó el modernista en 1900, cosa que me hizo entender que llevamos buen tiempo viviendo en las postrimerías de una ilusión.

            Pero esa no había sido la primera vez que un documento del pasado desmentía la idea tan repetida en mi burbuja de que antes abundaba la felicidad. El desenmascaramiento vino con un documental hecho en 1992 por Fernando Venturini, Zoológico. Mis padres muchas veces me hablaron de los ochenta y noventa, época en que vivieron de lleno su juventud, como años de oro; pero las palabras de variedad de artistas, tildados entonces de vanguardistas, me hicieron notar la gran mentira. Así como confirmé cuando leí luego la novela de Díaz Rodríguez y otra más cercana al film, Pim pam pum, los vicios que tantos han ligado al chavismo, parecen ser más norma que excepción.

            Según Pablo Dagnino, antes cantante de Sentimiento Muerto, “el espíritu de cooperación se veía muy poco. Había más bien un individualismo muy marcado en aquel momento. Un individualismo borracho. La vaina era estar borracho, de rumba en rumba y ya.” Como pudo haber sugerido Fernando Coronil en su seminal El Estado mágico, la Venezuela de los ochenta se sustentaba en un rentismo que daba para importar cantidad, corromperse cantidad e inhibir la formación de instituciones. Esto, insiste Pablo, fue un sentimiento muerto que quiso retratar en sus propuestas musicales.

          Carlos Zerpa comparte un tanto la visión. En el documental dice que “el arte sobado, el arte hermoso no me parece que corresponde a nuestra época,” y piensa que sus palabras siguen vigentes. Así pues, Zerpa se pone del lado de la vanguardia, como se pretende hacer con todos los entrevistados por Venturini, e insiste que en un tiempo donde abunda el conformismo, “lo que [está] haciendo no es un arte hecho al gusto del espectador, un arte complaciente.” Tal vez sea una afirmación muy tajante, pero si tomamos lo rupturista como elemento fundamental de las vanguardias, no podemos quitarle la razón.

            Fran Beaufrand, fotógrafo que se ha paseado por la moda, jamás quiso romper con lo bello; pero así como el post-punk latino de Sentimiento y los performances de Zerpa, su obra causó mella en la tradición. Nos cuenta que cuando hablamos de los ochenta y noventa, 

“estamos hablando de un momento en que lo documental dominaba la escena, la escena fotográfica en el mundo entero. Y acercarse a lo íntimo y construir escenarios imaginarios era un atrevimiento muy cuestionado para la época. De hecho, así lo fue: para mí no fue fácil abrir un espacio haciendo estas historias sencillas e íntimas, porque no encajaba con lo que la mayoría venía entendiendo como lo fotográfico. O sea, no encajaba en la mente del crítico, en la mente de la mayoría de las personas interesadas, de los compradores, de los mismos fotógrafos. Pero el tiempo fue dando la razón: hay muchas maneras de hacer historias, con distintos lenguajes. Y yo elegí una de ellas”.

Así pues, su parodia a la imaginería religiosa que se referencia al inicio del film, representó una alternativa en el arte y una crítica social más que evidente.

            No obstante, me cuesta afirmar que todos los entrevistados en la película mantengan posturas confrontativas; más bien, algunos han pasado a ser parte del establishment. Es difícil discutir el talento de personajes como Diego Rísquez y Boris Izaguirre, pero su participación en cierto cine mitificador y en el Miss Venezuela, respectivamente, nos hacen dudar que la diferencia que los hizo animales atractivos del zoológico, persista –aunque quién sabe, si la ironía es la forma suprema de la inteligencia, probablemente Boris se esté riendo de último.

            Una de las opiniones que se ha desviado de las palabras de tantos artistas en el 92, es la atomización de la vanguardia. Quiero decir, hay quienes luego de cuarto de siglo, piensan que hubo una especie de movimiento que surgió espontáneamente, que la cosa no fue tan cada-quien-por-su-lado. Pablo Dagnino, por ejemplo, afirma:

“en esa época, los grupos estaban tan inmersos en su trabajo que fueron cónsonos sin darse cuenta en una cantidad de cosas. Sincronísticamente hablando, sucedieron vainas. Tu ves que entre Sentimiento Muerto y Desorden Público hay similaridades entre canciones, como en Miraflores y Políticos paralíticos”

Carlos Zerpa lo dice con más claridad ante la dispersión que hoy define el mundo del arte: “no es como en los ochenta, que éramos como un bloque, un bloque de panas que hacíamos arte.”

            Ahora, así como en distintas ocasiones se les ha cuestionado a los existencialistas franceses, a la “izquierda Disney,” a los partidos políticos de los Estados Unidos, este film suele recibir una crítica fundamental: hay demasiada poca representación. El comentario nace, con una visión más clara, en la intervención de José Tomás Angola en el film, y se extiende hasta el primer comentario en YouTube hacia la versión que subió el mismo Venturini: casi todos los artistas son blancos, aburguesados, sus críticas no son sino quejitas. Pero a Venturini nunca le interesó pintar un panorama de todo lo que ocurría; estuvo consciente desde un principio que seleccionaba una élite entre “artistas que no estaban clamados por la cultura oficial.” Pablo Dagnino, por su parte, rechaza contundentemente la cuestión cuando apunta a la validez de su protesta: “¿Acaso uno no puede tener sensibilidad social? ¿Acaso uno no puede sentir dolor por lo que está viendo?”

           Venturini tampoco pensó en la película como un manifiesto político, sino estético. Sin duda, una de las razones por las cuales la moda cobra un rol tan preponderante en Zoológico. Sobre el tema, el director afirma que “durante el paso de los ochenta y noventa, había la sensación de que se estaba logrando un nuevo modo de combinar las cosas, un look.” Insiste que entonces “cuando tú te ponías algo con conciencia estética, estabas dando una opinión ante el mundo.” Más que un documento que pretende hablar en nombre de un todo contra el establishment, Zoológico fue una pluralidad de opiniones que partían de un orden de las cosas nauseabundo.

           Tanto tiempo después, con los defectos que siguen azotando la creación artística en Rotten Town, vale preguntarse: ¿caben nuevas vanguardias en el zoológico? Venturini afirma que siempre es necesario que haya vanguardia, pero que se dificulta su aparición en estos años virtuales, donde abunda la información y el reciclaje, mas no la innovación. Pablo también confía en la importancia de que exista, pero dice que a nivel musical, apenas le ha parecido La Vida Bohème un grupo que se identifique con lo confrontativo.

           No future, una frase cuasi religiosa que promovieron los Sex Pistols, influencia definitiva para Sentimiento Muerto. Cuando se le ven las costuras a las promesas sobre el progreso, cuando todo es consumo y borrachera (como antes) o despedida y doble discurso (como ahora), pareciera que el único futuro es la decepción. ¿Para qué la razón, entonces, para qué construir –para qué insistir en lo humano, y no en nuestra animalidad? Regodeémonos en nuestro pequeño zoológico, cada vez más repleto de fieras y ratas, y hagamos arte. Así tal vez haya quien procuré limpiar la podredumbre; mínimo, ocultaremos los cadáveres con imágenes asombrosas.

 

Carlos Egaña

Diciembre, 2017

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Carlos Egaña nació en Caracas, en noviembre de 1995. Estudia séptimo semestre de Letras en la Universidad Católica Andrés Bello. Autor del poemario Los Palos Grandes (dcir ediciones, 2017). Escribe regularmente en Prodavinci y en Verbigracia, suplemento cultural de El Universal. Un cuento suyo sobre Rolando Peña, Bajo tierra, fuera de vista, ganó la mención honorífica en el I Premio Anual de Cuento Salvador Garmendia (2016).”
 

           

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