Por Daniel Chacón
Una publicidad masiva, un buen marketing, un buen community manager, lo que haya sido lo que me acercó a la instalación corporal de Magdalena Fernández Mares, no da crédito a lo que significó estar sentado en el balcón principal del teatro del Centro Cultural Chacao el día de su inauguración y única función. Avergüenza admitir que, más allá de una fortuita curiosidad, el nombre de esta artista pilar venezolana me era desconocido.
Se trató de un trabajo experimental puesto en escena entre el performance, el baile y música contemporánea. Todo reunido en un producto compacto de sólido impacto visual y, ¿por qué no?, espiritual. El trabajo en conjunto del grupo Aequalis, bajo la dirección musical de Ana María Raga y los 40 bailarines participantes, apela desde la apertura del telón a una remembranza del mar que busca, según la artista, a través de estos cuerpos, (des)dibujar y dar cuenta de la superficie móvil de éste y del sonido que produce el roce de su movimiento espacial.
Vista de Mares por Edgar Martínez. 2018
Luego, cuando intenté explicar a mis conocidos la experiencia de haber presenciado semejante demostración de cuestionamiento individual a través de una des-instrumentalización del cuerpo humano que abarcaba y alcanzaba a su vez, cómo no, una colectivización casi que universal, era inicuo lo que lograba expresar. Aun hoy, luego de semanas de haber presenciado la instalación, al intentar corresponder con palabras mi experiencia estética, éstas se dispersan. Aun cuando sabemos que el hablar es eso, dispersión, desarreglo.
Vista de Mares por Raquel Cartaya. 2018
Vista de Mares por Raquel Cartaya. 2018
Ese día, mis iguales, los espectadores, al finalizar la presentación ovacionaban de pie con vítores y con “qué hermoso, qué belleza”, palabras que a mi parecer son vacuas y que ante la magnitud del evento eran innecesarias. Para mí era mejor no decir nada —tampoco es que pudiera o tuviera algo que decir—, puesto que las palabras desmerecen y de hecho a menudo desvirtúan el hecho estético. Al recordarlo, aún me siento clavado en mi butaca tratando de darle sentido a lo que acababa de presenciar. Me era incomprensible cómo es que los demás eran capaces de moverse, aplaudir, incluso hablar, cuando yo estaba tan cerca de lo dionisiaco, para no recordar a Teresa y su éxtasis. Pero aquí estoy, contradiciéndome y desvirtuando la cuestión.
Vista de Mares por Edgar Martínez. 2018
Vista de Mares por Edgar Martínez. 2018
Una vez fuera, en el recibo, mientras todos comentaban sus “sí logras adentrarte, ¿no?, ay, qué lindo,” conseguí una cara conocida: una compañera de carrera pero de otra universidad. Me acerqué y le expresé con un entusiasmo exagerado lo único que tenía en mente en ese momento: acabo de ir al averno y volver. Su respuesta me alivió; se rió en mi cara; “es exactamente lo que venía a decirte,” dijo. “Qué dantesco,” dije yo.
La instalación no es, pues, una simple (o superficial) manifestación artística en la que te envuelves, vas y sacas alguna cosa que corresponda a los protocolos de experiencia que se tienen como espectador. Mares es invasiva, seductora. Antes que el espectador siquiera piense en adentrarse, éste no se ha dado cuenta que la obra ya lo ha absorbido y lo engulle a su antojo, llevándolo a una sensación de huida de la inmensidad que, como el mar, es carente de centro. Que es incómoda, opresiva, y exige, quizás, no solo el reflejo de lo que la cultura recibida por el espectador le ha enseñado a ver, sentir, sino como decía Blanchot lo enfrenta a algo distinto a cualquier pregunta. Como si proviniendo solo de nosotros, nos expusiera a alguien distinto a nosotros, atrayéndonos a esta pregunta que no se plantea y que no quiere respuesta.
Vista de Mares por Edgar Martínez. 2018
Pregunta que, como el mar, tiene una existencia ambigua. Pregunta que podría estar implícita, sugerida, mejor, en cada movimiento realizado por los bailarines que, por demás, parecieran estar sincronizados en una no desorientada dispersión inmóvil de movimiento que junto con la musicalización en vivo que acompaña la instalación, recuerdan a la colina del Yomi en la mitología sintoísta cuando estos se unen, no del todo, en un círculo de masa informe, sonante, respirante y respirable. O si se quiere algo más occidental, recuerdan al vestíbulo del Infierno de Dante o al mismo tránsito por el Aqueronte en que el poeta latino no pudo soportar consciente y desmayó, ya fuera por la impresión del movimiento de las almas neutras o el cántico de estas o por una combinación de ambas cosas. Ahí donde se veían mujeres, hombres, bailarines, la pregunta nos contemplaba intransigente. Ahí donde escuchábamos la música, las respiraciones mimetizadas con el mar; la esfinge que no exige respuesta puesto que su propia existencia es ya una pregunta (no) plateada.
Vista de Mares por Edgar Martínez. 2018
Una instalación que incita eso, una humorada —si vemos el impresionante y pulcro registro fotográfico de los ensayos, realizado por Raquel Cartaya y Edgar Martínez— de cuestionamientos del espacio entendiéndolo de manera tan indeterminada y múltiple como se plantea, así como del cuerpo. Y, si somos atrevidos, incluso sobre el inconsciente y nuestra relación consigo.
Volviendo a Blanchot: preguntar es buscar, y buscar ir al fondo radicalmente. Sondear, trabajar el fondo y, en última instancia, arrancar. Magdalena no buscó ni preguntó nada, pero logró, al poner frente a los ojos del espectador el acto mismo de creación, que éste lo hiciera solo y arrancara de sí esa transformadora pregunta no planteada que “nada deja fuera y nos confronta constantemente con todo, obligándonos a interesarnos en todo y solo en todo, con una agotadora pasión abstracta que está presente para nosotros en todas la cosas, es la única presencia y que sustituye a todo lo presente”.
@DankCaro
CRÉDITOS
FOTOS
Edgar Martínez,
Cortesía Edgar Martínez Y Magdalena Fernández
Raquel Cartaya,
Cortesía Canteros de Agua y Sol, y Magdalena Fernández
VIDEO
Producciones Periscopio,
Cortesía de Magdalena Fernández