“Yo, Retrato” Blanca Haddad

Por Pedro Marrero

 “Yo, Retrato” tiene como eje diez pinturas realizadas por la artista y poeta Blanca Haddad (Caracas, 1972) en la última década, mientras residía en Barcelona, España. Con esta cosecha, Blanca vuelve a su país natal, donde se ha restablecido desde inicios de 2022. La exhibición constituye su primera individual en Venezuela desde su muestra en la residencia artística de la Macolla Creativa (2020), en la Pastora, abierta al público durante solo un día. Previa a esa muestra, su última individual en Venezuela había sido en 2009, cuando presentó “Historia Repetida” en Oficina#1. “Yo, Retrato” está conformado por diez retratos de mujeres rodeadas de la iconografía propia de la pintora-autora (serpientes, calaveras, máscaras, espectros, talismanes, la marca X), cada una inscrita con una oración manuscrita en mayúsculas. Confesiones, confidencias, citas, provocaciones, admisiones, escritas por la artista se imbrican tensamente con las imágenes en una unidad de información susceptible a ser desentrañada por quien lee las obras para esta ocasión reunidas. A modo de carteles, el conjunto de pinturas se expresa en un lenguaje emparentado con el meme de internet, el cómic y los intertítulos del cine silente; una fusión entre imagen y palabra que produce un sentido que es más que la suma de sus partes. Algunos de los retratos adicionalmente vienen acompañados por poemas de la autoría de Blanca, que funcionan como satélites de sentido.\

En el conjunto, la definición tradicional del retrato es puesta en cuestión por Blanca, quien admite que los sujetos de sus retratos no son personas reales e identificables sino más bien personajes imaginados y compuestos a partir de fragmentos de mujeres que se ha cruzado a lo largo de su vida migrante e inquieta. La de Blanca es una aproximación al retrato de ficción-basada-en-hechos-reales; un collage más literario que pictórico que ella compara con la creación del Frankenstein de Shelley y con otro moderno y “delirante” Prometeo: Reverón rodeado de las muñecas que fabricaba, una imagen a la que la artista está prendada especialmente a partir de la mirada de la cineasta Margot Benacerraf (Caracas, 1926) en su pieza de 1952 sobre el pintor de Macuto. Este desmembramiento simbólico de sujetos femeninos tiene como resultado último un reensamblaje de íconos de la mujer construidos desde la subjetividad de mujer de la propia Blanca, un gesto que ella reconoce como transgresor, señalando lo determinante que ha sido y sigue siendo la mirada masculina para el retrato femenino como género pictórico. “Son reconstrucciones de lo que es para mí la feminidad, y lo puedo hacer a mi medida y como me da la gana, sin depender de la mirada del hombre”. 

El Yo de la artista se hace entonces indispensable e indivisible de las imágenes de mujeres que convoca, su subjetividad y su identidad permanece desperdigada en su descendencia pintada, estas mujeres que engendra y a las que otorga voz también por medio de la palabra, la poesía, la ficción. “Son todos aspectos de mí misma al final, en diferentes mujeres. En realidad, aunque yo pueda parecer masculina, estoy atrapada en un mundo absolutamente femenino.” Queda claro el por qué ese “Yo” delante de “Retrato” en el título que la artista le da a la exposición.

Fotografía Gustavo Lombardo. Cortesía La Casa Disiente / Claudine Canard

Hay en este carácter de los retratos-autorretratos de Blanca una herencia de otra pintora poeta; su admirada Azalea Quiñones (El Tigre, 1951), receptora del Premio Nacional de Artes Plásticas (2010). Aunque Quiñones es conocida principalmente por sus autorretratos paródicos o ficcionados, Blanca la señala como una referencia básica para su abordaje del retrato, en el que se permite “explorar la feminidad a través de la fantasía de otras mujeres”. Según Blanca, Azalea “hacía de sí misma una fantasía” y se presentaba a sí misma “como un mito urbano”. Ese auto-extrañamiento y el humor desafiante de Quiñones está presente también en el trabajo de Blanca Haddad, quien precisa de la posibilidad de la risa en medio de la comedia negra que es la condición humana, de “poder alternar entre lo más dramático del retrato y también del sentido del humor de lo que significa ser humano”.  

A pesar de ser poeta, o quizás precisamente por eso, Blanca entiende la escritura sobre la imagen como otra transgresión; una agresión contra la pintura y la imagen como hechos puramente plásticos y estéticos, además de una confrontación al espectador-lector con un mensaje que genera una fricción con la imagen y que procura una oportunidad para interpelar directamente a quien se pueda dar por aludido. “Mis retratos tienen picardía. Son complejos. Te confrontan también, por lo que tienen escrito. La escritura transgrede la propia pieza. Me gusta rayar sobre la pieza. Escribir encima es como transgredirme a mí misma y transgredir el formato. Eso me gusta.”

*

La serpiente, la calavera, la máscara, el espectro, son símbolos de larga data con contenidos arquetípicos reconocibles que atraviesan milenios y civilizaciones. De la serpiente como motivo cabe mencionar que, aunque en la mayoría de mitos y cosmogonías está vinculada a la transformación, el renacimiento y la revelación de lo oculto, de lo sumergido, el cristianismo contribuyó a envilecerla en su afán por erradicar toda ambigüedad. Desde esa visión, la serpiente pasa a ser todo aquello que debe ser exterminado en nombre de la virtud y la moral cristianas. Sin embargo, en las pinturas de Blanca, la serpiente está asimilada como un atributo de las mujeres representadas, un aspecto salvaje de la personalidad, un espíritu familiar, una intuición atendida. De esta manera, la artista nuevamente transgrede el género tradicional del retrato femenino rodeándolo de fuerzas indomesticables que contrastan con la asumida pasividad del sujeto retratado.  Me atrevo con fundamento a afirmar que en la narrativa de la serpiente/dragón, la damisela cautiva y el caballero (héroe o santo) que la “rescata”, asesinando al reptil, Blanca se identifica con el reptil. Recuerdo una ocasión en la que comentábamos una imagen de San Jorge en su altiva montura, clavando su lanza en la bestia que se retuerce, ante la mirada impávida de la damisela, y Blanca cuestionaba la consabida narrativa del asesino de monstruos como el héroe o el santo que viene a salvar la situación, siendo que para ella son estos personajes armados y a caballo quienes aportan la violencia y la agresión en la resolución de problemas.

En otros lugares se ha citado la marca X como tachadura, obliteración, cuestionamiento y autocuestionamiento, e incluso se ha querido leer en ella un eco del pintor informalista catalán Antoni Tàpies (1923-2012). Pero la X es también la respuesta de la ecuación, la localidad del tesoro y/o el destino y la firma de los iletrados y los imposibilitados. Quizás la grafía de lo indeciso, lo indefinido, lo indecible, lo impaciente, lo irracional.

En nombre del misterio, invoco la regla enunciada por la artista británica Tracey Emin (1963), en quien encuentro también una posible filiación con Blanca, para delegar en otros la reflexión sobre estas cuestiones: “Tratemos de no descifrarlo todo de una sola vez”. Sin embargo, es de mi especial interés señalar un influjo y guiño estético que ha llamado mi atención desde el primer encuentro que tuve con los retratos imaginados de “Yo, Retrato”, y es la frontal evocación del estilo de moda de los 1920s, una estética derivada del Art Deco, el orientalismo y exotismo, la emancipación femenina en el vestir -bajo la batuta de Coco Chanel-, y el cine silente estadounidense, francés y alemán, principalmente. Es un estilo que habla de una época -el entreguerras- de importantes conquistas sociales y políticas para las mujeres, incorporadas a la fuerza de trabajo en el contexto de la Primera Guerra Mundial, liberadas del corsé, llevando el pelo muy corto como símbolo de independencia y modernidad, usando pantalones y faldas cortas, fumando cigarrillos, conduciendo automóviles y conduciéndose con autonomía por la urbe en su efervescencia. La época de las sufragistas y la primera ola del feminismo. Los Estruendosos Veintes (Roaring Twenties), los Dorados Veintes (Goldene Zwanziger), los Felices Veintes, los Años Locos (Annés folles), son algunos de los epítetos adosados a aquella era de conmoción y renovación marcada por el ritmo y la velocidad del jazz, en la que escribieron desde F. Scott Fitzgerald hasta nuestra Teresa de la Parra.

Es la época, además, del Expresionismo Alemán (en la pintura y en el cine) y la Nueva Objetividad, con sus formas rústicas, gestuales y libres, con sus altos contrastes y pronunciados ángulos, con sus líneas gruesas, y la abolición de la perspectiva. Pero por más que la obra de Blanca resuene con aquella de un Max Beckmann, por ejemplo, ella parece llegar a una estética afín por otros caminos. A pesar de la insistencia de sus exégetas en vincularla al Expresionismo o al Neo-Expresionismo (pienso en Jean-Michel Basquiat, Francesco Clemente o Paula Rego), y a pesar de tener estudios formales en artes plásticas (es egresada de la primera promoción del Instituto Universitario de Estudios Superiores Armando Reverón – IUESAPAR), Blanca aspira al imposible de llegar a ser una “artista ingenua”. “Mi pintura está muy cerca del arte ingenuo, con la diferencia de que la pintura ingenua describe usualmente sentimientos buenos, pero la mía no. Podría decirse que es una especie de arte ingenuo negro”.* “Me falta mucho para llegar a ser la pintora naif que he soñado ser. La pérdida de la perspectiva es el único camino hacia la libertad”.*

Finalmente, hay otra fuente, no solo estética sino también ética, legible en la obra de Blanca Haddad, y es el punk. Junto a “underground” y “marginal”, “punk” es una de las pocas etiquetas que Blanca autoriza a describir su trabajo. Hay una visceralidad, una velocidad y una confrontación al status quo que son fundamentales tanto en el punk como en la pintura y la poesía de Blanca, así como la filosofía de la inmediatez de la expresión y del do-it-yourself (“hazlo tú mismo”). Blanca es una artista punk declarada, y como tal, está situada en una genealogía que desciende de aquellos alocados 1920s, la época de la primera rebelión juvenil y antipatriarcal. La moda que vino a relacionarse con el punk a partir de los 1970s, en el maquillaje y en el vestir, es en gran medida un revival y una reinvención del estilo de los 1920s tal como se vio en el cine silente, especialmente en el naciente género del terror gótico, incorporado a estilos vinculados a subculturas como el fetish, el cuero y el BDSM, todas también con mucho peso y presencia en la segunda década del siglo XX. La hiper-influyente vocalista inglesa Siouxsie Sioux (1957), líder de Siouxsie and The Banshees y The Creatures, se inspiró en las vamps del cine silente como Theda Bara y Pola Negri para su icónico look, que marcaría pauta en la subcultura alrededor del punk rock, el post-punk, el new wave y el gothic. La diseñadora de vestuario Sue Blane haría lo mismo desde el cine gracias a sus diseños para la película de culto The Rocky Horror Picture Show (1975) fusionando la estética de los tempranos exponentes del cine de terror y el estilo fetish de entreguerras. Con esta genealogía, les punketes seguidores de Siouxsie Sioux y Nina Hagen, compartieron la densa sombra oscura alrededor de los ojos, la palidez del rostro, los labios negros y las medias y enterizos de malla, con sus predecesoras de los 1920s, tal como fueron inmortalizadas en la gran pantalla (Louise Brooks, Gloria Swanson, Clara Bow, Marion Davis, Lillian Gish). “Yo creo que un retrato no es nada más que el retrato, sino que alrededor del retrato se mueven muchas fantasías”. En estas fantasías encarnadas, en estos espejos plásticos y lúdicos en los que Blanca se refleja, la artista queer se permite explorarse en el territorio de la rebelión absoluta así como en el de cierta iconografía de la belleza que todavía responde a la male gaze de la que habla la teórica feminista del cine Laura Mulvey en su ensayo “Placer visual y cine narrativo” (1973) (es precisamente en el cine de 1920s donde se consolida la figura de la mujer como objeto diseñado para satisfacer a la escopofilia masculina), barajando encarnaciones de feminidades que no son aquellas bajo las que se presenta y se conduce en su cotidianidad, pero que son parte integral de ella. “Aunque yo pueda parecer muy masculina, estoy atrapada en un mundo absolutamente femenino”.


* “Blanca Haddad, entre lo ingenuo y lo sangriento”. Perrine Delange para Analítica.com. 2009. https://www.analitica.com/entretenimiento/blanca-haddad-entre-lo-inge 

* “Dos poemas”. Blanca Haddad en RevistaReplicante.com. 2012. https://revistareplicante.com/la-punta-del-iceberg/

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