Por Ángela Bonadies
Hace unos años, la artista y fotógrafa Amada Granado proyectó la idea de una plataforma que albergara talleres y propuestas de arte para niños que llamó La escuelita. Este nombre juega, a la vez que se enfrenta, con la forma convencional de aproximarse al hecho pedagógico: el diminutivo nos sitúa en el lugar de lo pequeño, en el detalle sigiloso y minúsculo de quien se coloca lejos de la grandilocuencia. Así, la pequeña escuela propone vulnerar la distancia entre profesores y alumnos para plantear el intercambio de posiciones, como lo hace “el maestro ignorante” que describe Jacques Rancière en su libro homónimo: todos somos aprendices y maestros al asumir nuestras destrezas y diferencias, al superar distancias e idiomas para crear un lenguaje común, el creativo: una experiencia compartida en la construcción de mundos y saberes posibles. Sin embargo, La escuelita, a su manera, busca expandirse, no bajo la concepción jerárquica del arriba y abajo, sino desbordando el marco y los muros para incidir en una forma de compartir el conocimiento que evoca una más antigua, la peripatética, el “deambular alrededor de un patio” para reflexionar y compartir.
La escuelita arrancó con La primera toma, título del taller de fotografía dirigido a niños que Amada viene realizando desde hace unos años en diferentes ciudades del mundo. Se inició en 2015, en la Biblioteca Pública Municipal Paul Harris de Puerto Varas, Chile, con el apoyo del Departamento de Cultura de la Municipalidad. En 2017, tuvo lugar en Sa Nostra, Sala de Cultura del Consell Insular de Ibiza y, desde el año 2022, se realiza periódicamente en el Instituto Cervantes de Bucarest. Su idea es llevar el taller a más lugares e insertarlo en diversos contextos, invitando a los pequeños a usar sus cualidades, evidentes o potenciales, dándole herramientas para reconstruir experiencias, expresarse y desatar fantasías, visiones, pensamientos y sentimientos. Este taller es un encuentro que plantea la continuidad del trabajo de arte de Amada Granado, a la vez que agrega como leitmotiv el “descubrir juntos” a través de la colaboración: la interacción entre los participantes y el “pacto con la ficción” permiten que acontezca el hecho artístico.
Hay también en el desarrollo de estos talleres una línea invisible: valorar cierta mirada inocente o desprejuiciada y crear a partir de prácticas frescas, intuitivas e “iniciáticas”: mirar como experiencia sensorial, mirar con las manos, jugando, mirar como se mira una primera vez, detenerte a mirar, sin cámara, para luego dibujar lo que recuerdas y finalmente salir a capturarlo a través de esa extensión de la mirada que es la cámara, como también lo son un lápiz, un creyón, la témpera, los dedos, los pinceles, los oídos.
“Toda escuela que da primacía a la habilidad técnica en lugar de subrayar la formulación y solución de problemas, es una academia que educa para ser esclavo”, apunta el artista Luis Camnitzer y esta “primera toma” parece estar en comunión con esa premisa, como su propio título indica: una primera toma de contacto, una toma de consciencia que se vuelca en papel, en pantalla, pero antes, y más importante, en formas de ver. Una primera toma de conciencia de la libertad, que respeta las formas de imaginar y ver, sin señalar faltas, que aplaude las diferencias. Así, el juego es no sólo una forma de activar la práctica artística sino de concebir mundos mejores y diversos. El terreno de juego, el patio por el que deambulamos, el lugar que nos alberga y desde donde miramos, es un espacio donde fijar nuevas normas, otras formas de respeto y convivencia.
La organización del taller invita a esta toma de libertad y a la vez a pensar y solucionar problemas: los niños se reúnen y se les plantea un ejercicio: caminar con sigilo, no llamar la atención, buscar lo particular, colaborar como grupo que afianza las singularidades de cada persona. Hacer orgánico el trayecto, como un río invisible. Así, se plantea una primera salida sin cámara (si el tiempo lo permite) y a partir de lo observado los pequeños hacen dibujos. Se conversa y se disfruta en el proceso. La siguiente salida es con la cámara: una forma hermosa de “verificar” lo que se vio y dibujó. Después de descargadas las fotos, los niños hablan de su experiencia, intercambian y finalmente, se realiza una presentación pública de los trabajos. La muestra final es un pequeño delta, donde el hilo de lo acontecido deriva y desemboca.
Desde sus primeros proyectos artísticos hasta este último, el trabajo de Amada Granado ha estado enfocado en encontrar la fuente, el inicio, siguiendo una línea escondida de agua. Desde su serie Guaire, en la que el río contaminado que atraviesa Caracas representa la metáfora de la corrompida política que recorre el país, pasando por Penitenciario, donde vemos a niños que juegan en la piscina de una cárcel en la isla de Margarita, como penosa paradoja entre la libertad y el encierro en la Venezuela actual. Y así sigue, porque la fuente de origen representa lo primigenio y allí la infancia hace su entrada como punto de partida y de llegada, como recorrido personal y artístico, como línea serpenteante entre el Caribe, el Mediterráneo y las riberas del Danubio.
Ángela Bonadies
Julio de 2023
Agradecimientos especiales a Amada Granado y Ángela Bonadies.