Por Félix Suazo
La 60ª Exposición Internacional de Arte, La Biennale di Venezia cumple a cabalidad su divisa “Stranieri Ovunque – Extranjeros por todas partes”. La exposición central, curada por el brasileño Adriano Pedrosa y estructurada en dos grandes núcleos, uno histórico y otro contemporáneo, muestra, tal como promete, un compendio de identidades desplazadas e innumerables testimonios de itinerarios fallidos. También memorias y resiliencia cultural, en una atmósfera que se balancea entre el drama y la festividad.
Sin embargo, la crítica ha sido implacable al describirla como “banal”, “populista”, “folklórica” y “tediosa”[1] ¿Por qué hay tanta discrepancia entre lo que se exhibe en la última edición del certamen veneciano y su recepción mediática? ¿Qué es lo que tanto incómoda a sus detractores?
Al parecer, la Bienal de Venecia 2024 representa todo por lo que se ha luchado en las últimas décadas, pero una vez conquistado no complace las expectativas. Aunque el ethos de la cultura de los márgenes ha triunfado -incluidos el multiculturalismo, la otredad y la diferencia- su totalización visible se percibe como áspera y excesivamente etnográfica.
Ciertamente, no hay nada que objetar al curador Adriano Pedrosa, quien ha sido consecuente con la premisa conceptual de su carrera y que además ha sido consistente en su puesta en escena en los espacios de los Giardini y el Arsenale donde se exhiben más de trescientos proyectos artísticos. Pedrosa, como algunos de los curadores precedentes de la bienal y de otros eventos similares, ha intentado incorporar prácticas de creación no convencionales al debate artístico global, tocando los límites de las producciones artesanales, la cultura popular y el activismo desde una mirada decolonial. Y quizá allí está la cuestión. Ya pasamos por eso, desde los tiempos de los “Mágicos de la tierra” (Jean-Hubert Martin. Centro Pompidou, 1989), “Cocido y Crudo” (Dan Cameron. Museo Nacional, Centro de Arte Reina Sofía, 1994-1995), “dAPERTutto” (Harald Szeemann, Bienal de Venecia, 1999) y “Documenta 11” (Okwui Enwezor, Kassel, 2002) en que la antropología postmoderna abogaba por el artista etnógrafo.
El asunto es que la utopía de otrora se ha normalizado. La cultura de la reparación se ha establecido como la política hegemónica de las artes. Las diferencias se han homologado y ahora todo se siente como lo mismo. Lo que antes era una demanda, un deseo, una necesidad, ahora es una realidad flagrante. El mundo de hoy es una periferia global que inunda los intersticios del norte canónico.
Es estimulante constatar la diversidad cultural del planeta y su potencia estética. Lo que no es tan atractivo es que esa aparente plenitud de lo diferente es en realidad un vehículo trágico, henchido de historias postergadas, carencias y vicisitudes. Se ha conquistado un escenario para mostrar esa riqueza de comportamientos y lenguajes, pero ¿era eso lo que esperábamos? ¿Nos complace la euforia de la redención? ¿Es suficiente con hacerlo visible?
La verdad, la Bienal de Venecia 2024 no se ve nada mal, pero no parece real. Es la escenificación de un deseo que no viene del arte, sino de una aspiración de equidad que otros debían concretar en sus prácticas y en sus discursos, ya sean organizaciones o estados influyentes en esa materia específica. Porque lo que en realidad ocurre es que el arte vuelve a servir a un propósito ajeno a sí mismo y es el mercado el único ganador al disponer ahora de otro producto legitimado. Entre tanto, las guerras continúan, los desplazados se multiplican y el exotismo se transforma en norma inocua. Incluso dentro de la bienal, se advierten los síntomas de la crispación global, específicamente en los pabellones nacionales como el de Israel (cerrado por protestas antibélicas de signo controversial); el de Polonia, precedido por denuncias de censura; los de Chile y Perú, marcados por tensiones, cuestionamientos y renuncias durante el proceso de selección de proyectos; el de España cuestionado por fomentar la “leyenda negra del colonialismo” a través de la obra de la artista de origen peruano Sandra Gamarra; y el de Venezuela, cuyo recinto sigue mostrando las huellas de deterioro en sus paredes. También se nota la ausencia de Rusia por segunda vez consecutiva, que en esta ocasión cede su espacio a Bolivia, mientras en el pabellón de Ucrania está dedicado a los desplazados producto de la guerra.
El texto curatorial indica que esta es la bienal del Sur Global, región donde se concentra la mayor población del planeta. Eso nos recuerda las expectativas abiertas hace varias décadas por la Bienal de La Habana como bienal de los países del Tercer Mundo. Digamos que el programa “contra hegemónico” sigue activo. Pero ¿A quién le interesa lo que es o cree ser el Sur Global, si ello no redunda en respeto, en un mundo conflictivo y fracturado donde las decisiones se siguen tomando en otra parte, más allá de esos pequeños y efímeros escenarios de visibilidad? ¿Significa que ya cesó el ninguneo? ¿Después de la reparación ética, qué queda del arte?
En la Bienal de Venecia 2024 se da por sobreentendido que todo lo que se exhibe es arte, pero las razones por las que este concierto de obras están reunidas bajo el mismo techo no son necesariamente artísticas. El estado de la cuestión es confuso, no solo en cuanto a los propósitos de esta bienal (más allá de la cuestión curatorial esbozada por Pedroso), sino en cuanto al estatus del arte en la contemporaneidad, reducido a ser vehículo de otras causas, excepto la suya y bajo la amenaza de no ser legitimado y promovido.
Tal como están las cosas, hay que preguntarse de dónde provienen los monumentales recursos requeridos para un proyecto de esta envergadura[2]. Cabe también la pregunta de si el financiamiento es para apoyar el arte o para visibilizar la agenda globalista, incluida la de un mercado a la búsqueda de una oferta fresca. No está demás recordar que muchos de los artistas participantes en esta bienal son representados o apoyados por galerías, organizaciones e instituciones del “Norte Global”.
Hay, por supuesto, otras maneras de apreciar la Bienal de Venecia 2024. Una de ellas, es concentrarse en las obras y en lo que ellas manifiestan. Hay muchos trabajos significativos en exhibición, no solo por ser la primera vez que se presentan en una bienal internacional o porque estén alineados con algún otro asunto extramuros. La mayor parte de dichas obras se bastan a sí mismas para estar en esta bienal o en cualquier otro sitio donde el arte sí importa.
Junio 2024
[1] Cfr. Ianko López. Bienal de Venecia: un planteamiento convencional, pero con algunos puntos de luz que alumbran un futuro diferente. El Periódico de España. 23-04-2024. https://www.epe.es/es/cultura/20240423/bienal-venecia-planteamiento-convencional-puntos-101386643
Angel Molina. Bienal de Venecia: un sur global heroico, pastoril y populista. El País. 20-4-2024.https://elpais.com/babelia/2024-04-20/bienal-de-venecia-un-sur-global-heroico-pastoril-y-populista.html
Laura Cumming. Venice Biennale 2024. Armed guards, reparations and the lives of others: Venice Biennale 2024 – review. The Guardian. 21-4-2024.https://www.theguardian.com/artanddesign/2024/apr/21/venice-art-biennale-2024-foreigners-everywhere-review-protests-reparations-and-profound-journeys-into-the-minds-of-others
[2] Cfr. “La Exposición Internacional de Arte de la Bienal de Venecia cuenta con el apoyo de los socios Swatch e Illy Caffè, los patrocinadores American Express, Bloomberg Philanthropies, Venezia Unica y Rai, el socio de medios oficiales del evento”.https://www.domusweb.it/en/news/2024/01/31/what-to-expect-at-the-venice-art-biennale-2024.html
Andrew Russeth, Francesca Aton. What Is the Venice Biennale? Everything You Need to Know. Artnews.com. April 16, 2024. https://www.artnews.com/art-news/news/what-is-venice-biennale-1234703040