El artista Luis Salazar (Caracas, VE, 1968) cruza de nuevo el Atlántico apeándose, por el momento, en la isla de Mallorca (España), concretamente en la casa del curador español Jordi Pallarès, quien conoció en 2022 cuando este visitó su estudio en Caracas.
Y es que las conexiones, el azar y, por supuesto, el buen trabajo han hecho que Salazar entre por la puerta grande en España. Su participación en la exposición colectiva “Lucidus Disorder” en la Galería Baró -curada por el también venezolano instalado en París Rolando J. Carmona- le coloca junto a artistas brasileños de la talla de Helio Oiticica, Lygia Clark, Jac Leirner, Sérgio de Camargo y Mano Penalva, el portugués Artur Barrio y los cubanos Yoan Capote y Wilfredo Prieto. Pero, sobre todo, al lado de artistas venezolanos como Gego, la recién desaparecida Antonieta Sosa, Magdalena Fernández, Eugenio Espinoza, Diego Barboza y Federico Ovalles. Siendo algunos de ellos muy admirados por Luis Salazar, este sorprendió durante la Nit de l’Art de la ciudad de Palma con sus frescos pero no menos banales e irónicos mensajes, mezclando la cultura popular de su país con nombres de artistas conceptuales internacionales, con algún que otro guiño a su paso por la isla. Alusiones a muchos de los protagonistas de la historia del arte contemporáneo que ponen sobre la mesa la especulación económica del arte y, sobre todo, un sistema que proyecta y crea inevitables desigualdades entre la obra y los nombres de determinados artistas visuales.
Paralelamente, ha ido elaborando pequeñas intervenciones urbanas, reordenando a su manera lo encontrado, a la vez que reproduciendo a modo de homenaje algunas performances de la artista española Esther Ferrer, instalaciones del mexicano Gabriel Orozco o rememorando a artistas povera como Giovanni Anselmo. Maderas, vasijas, cintas adhesivas, ropa vieja, cajas, plumas de pájaros ocasionales, material de obra, zapatos, cajetillas de tabaco, tapones de corcho… objets trouvés que Salazar dispone y registra en sus rutas diarias por la ciudad. Y es que la obra de Salazar tiene múltiples registros que se expanden y contaminan pero que, sobre todo, hacen de ella un cuerpo vivo y político vinculado a los modos de hacer en el espacio público de su país. Una suerte de apropiación que, junto a una deliberada estética contracultural y decolonial, visibiliza las jerarquías de poder del sistema del arte y de la propia vida, dando continuidad desde la perspectiva del tiempo a lo que algunos artistas de los setenta y ochenta llevaron a cabo.
El trabajo de Salazar se diversifica en una migración de medios como la pintura, la instalación y la performance en los que suele utilizar objetos e imágenes encontradas y/o recicladas del lugar en el que se encuentra. Un trabajo con una voluntad explícita de conectar con todos los públicos. Tan es así que llevó a cabo un taller con adolescentes pre-universitarios que estudian arte. Chicxs que, tras contextualizar su obra, se dedicaron a escribir posibles definiciones sobre la práctica artística con total libertad y a modo de pequeños carteles. Una voluntad pedagógica que va implícita con el trabajo y los modos de hacer relacionales de Salazar que conectó con lo que sucedió una semana después en el centro de arte más importante de la isla. Es Baluard (Museo de Arte Contemporáneo de Palma) cedió su espacio más grande -un aljibe del siglo XVII de más de 350 m2- para Tan lejos y tan cerca, una instalación y una performance de Luis Salazar con el acompañamiento curatorial de Jordi Pallarès. Cabe destacar la visión y porosidad de David Barro -director del museo- para que eso ocurriera sin estar en la programación anual del centro. Tratándose de una performance participativa (lejos de la ritualidad habitual en la que el/la performer “actúa” y el público, más o menos cerca, se dedica a observar y a registrar la acción con su dispositivo móvil), se hizo una difusión previa entre la red artística de la ciudad.
Como parte de la performance, Luis Salazar creó una escenografía a modo de instalación con toda una serie de materiales y objetos que fue acumulando y que iba guindando o colocando en el piso de ese increíble espacio. De ese modo, el espectador se encontraba inmerso en el universo efímero y cercano del artista a partir de pasta dental, un neumático de automóvil con la palabra / educación/ escrita, zapatos deportivos y calcetines del artista, muchas bolas peludas de material marino que recogió él mismo en la playa, una planta con plásticos anudados en alusión a la mutación del planeta, cáscaras de coco, una matrícula de automóvil española doblada, arena de una playa de Mallorca, una gran red, cuerdas, pequeñas imágenes impresas en las que el artista fotografió a gente de su país con carteles en la línea de los que puso en la galería, y muchas mandarinas y cambures. Todo ordenado geométricamente y dispuesto para ser nuevamente manipulado por el público quien disponía también de material para escribir y/o dibujar como una resma de papel, marcadores negros, pinceles y pintura también negra.
La idea fue la de construir una oración con las voces de todxs, algo que quedó muy claro en la introducción que el curador y, sobre todo el artista, dieron al inicio de la performance. Luis Salazar se trajo consigo de Caracas un rollo de papel de calculadora de los de antes, el cual desenrolló en todos sus metros sobre el piso del aljibe. Una delgada línea de papel que vertebró la instalación, viéndose interrumpida y flanqueada por algunos de los objetos y sobre la cual el artista pedía que el público escribiera sus deseos y sensaciones. Eso y los carteles populares que él hizo previamente y que el público también usaba para ser fotografiado se vinculaban a través del uso del lenguaje escrito caligrafiado, poniendo en valor los gestos cotidianos. Durante el tiempo que duró la performance-taller, Luis Salazar hizo un par de performances compartidas en alusión a los trabajos de David Hammons y Diego Barboza. Toda un acercamiento sin pretensiones a una parte de la historia del arte conceptual a través de elementos precarios en una puesta en escena que, junto a las personas que iban y venían, llenaba sutilmente los trescientos cincuenta y tres metros cuadrados de ese espacio. Todo un paisaje. Según el propio artista, todo ese cuerpo de trabajo responde a interferencias, infiltraciones, ordenamientos e inscripciones. Tan lejos y tan cerca hace alusión a lo que estamos a punto de conseguir, a lo que tocamos con las puntas de los dedos, con nuestras uñas pintadas, pero que no tomamos nunca del todo.. a eso que nos separa y nos acerca a tantxs, a las distancias geográficas y culturales entre países y realidades muy distintas. A la proyección de nuestros deseos y a la cruda realidad. Paralelamente a lo que allí ocurrió, el artista donó al museo dieciocho mapas conceptuales en blanco sobre negro que se intercomunican en los que muchos de los conceptos sobre los que trabaja se interrelacionan junto a elementos geométrico-abstractos. Un trabajo altamente pedagógico que él también performatizó como cierre a la performance y en homenaje a Joseph Beuys.
A Luis Salazar le gusta leer y/o escuchar las entrevistas de lxs artistas que él admira pues, en ocasiones, se identifica con sus palabras y sus respectivos periplos vitales. En ese lenguaje cercano y parafraseando sus recetas, su cocina está hecha en distintas proporciones de honestidad, visceralidad, vehemencia, cercanía, intensidad, hiperactividad, ilusión y estímulo, entre sus ingredientes. Y es que el sistema del arte -cuenta Luis con toda su expresividad corporal- se parece a los estados líquido y gaseoso. Hay que estar ahí siempre, persistiendo y haciéndose un lugar, independientemente del contexto. Por eso es importante provocar las cosas, más allá de que el azar juegue o no a nuestro favor.
No quisiera cerrar este texto sin subrayar con especial satisfacción las maravillosas conexiones venezolanas que se entretejen allá donde uno va. Una red de artistas, de personas que, dentro y fuera del país, se mantiene necesariamente viva a pesar de los años y las circunstancias. Un sostén afectivo que permite que sigan ocurriendo cosas.
Jordi Pallarès. Palma (España), 2024