SOMBRAS MONUMENTALES en Madrid

Apostar por el arte venezolano y el Amazonas, más allá del panfleto o las histerias de las redes sociales

El activismo tiene muchas caras, a ratos las acciones más efectivas pueden tomar la forma de una revuelta silenciosa, como micropolíticas que generan  resultados concretos para reivindicar a una comunidad de artistas desplazados o alertar sobre la oscura instrumentalización  que se ejerce desde los grupos de poder hacia nuestros paisajes. Este proyecto operó en esa dirección, creando un escenario de visibilidad y reencuentro para la diáspora venezolana.

Analizando este proyecto desde esta lógica es pertinente aclarar que SOMBRAS monumentales no fue una simple muestra en la ciudad de Madrid, fue sobre todo un proyecto 100% independiente y autogestionado, presentado en un espacio independiente gestionado por nuestro “padrino mágico” el artista Ramón Mateus. Así como representó una visa para que artistas desplazados continúen la ruta hacia Europa, se mostró como una suerte de workshop donde todos vivimos y dormimos dentro de la sala, generando alianzas profundas más allá de nuestras profundas diferencias, abrazando nuestra fragilidad. Una operación de sinergia entre artistas muy presentes en la escena internacional  como Voluspa Jarpa, Oscar Santillán o Paolo Cirio,  que aceptaron enviar sus obras cubriendo gastos y sin pedir nada a cambio. Y sobre todo algo parecido a un  encuentro de “Thundercats”  en la forma de  concierto Punk, donde personajes tan disímiles e icónicos como Paulina Palacios (nieta del mecenas venezolano Inocente Palacios), Enrique Moreno, integrante del mítico grupo de inicios de siglo Perro Roboto. Incluso, con presencias más discretas como Clemencia Labin y Marialejandra Maza se dieron permiso para reconciliarse con el arte, y recordar que cada una de nuestras voces cuentan para este país esfumado.        

SOMBRAS MONUMENTALES (texto curatorial)

“Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia” 

Imagina un recorrido por la selva húmeda y calurosa. No como una ficción bucólica sino más bien como un tiempo suspendido y contradictorio que se debate entre la angustia y el entusiasmo. En este recorrido todos se despellejan por tener el control, incluso sobre los recuerdos más sutiles y dolorosos. Este proyecto propone ese viaje, casi como una novela. Es una muestra que habla sobre  juegos de poder en territorios idealizados o silenciados por el supremacismo blanco.

La idea nació en Bogotá, como una revisión de la Vorágine,  para apoyar a un grupo de artistas venezolanos desplazados en Colombia, poco a poco, como un gesto de solidaridad, otras voces  se unieron configurando un relato más global, que más allá de la frontera colombo-venezolana, se repite en diferentes zonas de conflicto a lo largo del sur global. Así, las obras propuestas sacan de las sombras lo que los hombres son capaces de hacerle a otros hombres, solo porque estos nacieron;  negros, indios, migrantes, o simplemente nacieron marginales.

Entre de-colonialidad y  exotismo

El “furor” del mundo del arte  por las estéticas queer o indígenas pareciera ser en la mayoría de los casos un descarado mercadeo para atraer nuevos públicos, o saldar las deudas coloniales. De cara a este “presente inclusivo” que estamos viviendo, es pertinente establecer una postura crítica desde dentro, con una mirada  consciente de que esos paisajes de leyendas chamánicas que tapizan los centros de arte también están pintados con sangre.

Lamentablemente, al parecer, la contemporaneidad es redefinida hoy solo desde la revisión formal de las márgenes y su potencialidad para saldar deudas históricas, olvidando  verdades dolorosas que se esconden tras la cosificación de la estética y los cuerpos marginales. En muchos casos, esto convierte a la intención decolonial en experiencias de instrumentalización y sublimación de los cuerpos marginados y marginales desde miradas románticas y burguesas.

Las obras

¿Qué tienen en común la tradición llanera de “guajibiar” (cazar indígenas); los asesinatos de líderes ecologistas en la Guajira; la aniquilación implementada por un aristócrata en el Congo belga y una bienal o exposición que romantiza el paisaje de un territorio en conflicto? “”¡La respuesta quizás sea el supremacismo blanco!“”, esa corriente nacionalista asociada a conceptos como alta cultura, eurocentrismo, civilización o imperialismo benéfico, donde la cultura dominante silencia al otro por el solo hecho de existir, y donde incluso los dominados reproducen modelos de exterminio para emular la blanquitud (dinámica que explica bien Frantz Fanon en su libro “”piel negra máscaras blancas de 1952).

Sombras monumentales es un proyecto pensado como una novela antimilitarista, antifascista y antiimperialista en donde cada obra es un capítulo o personaje. Aquí territorios como el Amazonas o el Congo, tan distantes y coincidentes en su tragedia, están unidos por las sombras del extractivismo y el miedo al poder de las fieras militares, tanto del pasado como del presente. Esa fuerza militar es el gran punto de tensión del proyecto con la obra “Vorágine” de Carlos Blanco, una bola inmensa y aplanadora que derrumba entre las sombras todo con el más ligero movimiento de un dedo. Esta imagen intimidante se contrapone a una gran superficie informe construida desde el más profundo espíritu Punk por Federico Ovalles-Ar donde el artista sublima la arquitectura de los “homeless”  corrompiendo cualquier intención de modernidad e invadiendo la sala de forma abrupta y descontrolada. 

Antes de llegar a estas imágenes inquietantes. El corredor que da inicio a la muestra está marcado por un instante de inmensa sutilidad donde un luminoso escudo ritual amarillo del artista Yanomami Sheroanawe Hakihiiwe da la bienvenida, antecediendiendo a la imagen cruel y fetichista de indígenas exhibidos en el jardín de Aclimatación de París. Esta imagen nos recuerda que el supremacismo blanco, no siempre es exterminio; también lo hace a través de la implementación de una forma turbia a medio camino entre el amor y la curiosidad, aquella que se aproxima al otro desde una posición de deseo y exotismo, como se evidenció con los zoológicos humanos en la Europa de finales del siglo XIX y entrado el siglo XX.  La Obra “Cartografía de incógnito: Exhibidos,”  de Voluspa Jarpa habla de ello, y muestra mapas impresos sobre tela que se construyen a partir del entrelazamiento de los datos de la migración de más de 70 millones de personas de Europa hacia América entre los años 1850 y 1910. Además, resalta la influencia que sus valores culturales y coloniales promovieron a lo largo y ancho del continente americano. Todo superpuesto a un video donde la artista  “revive” los rostros de algunos indígenas exhibidos a la época con la ayuda de IA.

Entre chinchorros viajeros y guiños a los primeros exploradores europeos (obras del venezolano Néstor García) la ficción curatorial nos permite evocar un juego macabro y resucitar humanidades siniestras que operaron en estéreo entre el Congo y los llanos venezolanos (Dic 1967), bien desde la performatividad o con la ayuda de Inteligencia Artificial. 

Por ejemplo, el artista italiano Paolo Cirio resucita al colonizador belga Jean-Schramme (1929-1988), uno de los sicarios más siniestros en los conflictos del Congo a finales de los 60. Utilizando fotos y videos de archivo, con la asistencia de IA (deep-fake y ChatGPT) Cirio desarrolló una “nueva vida” que aparece frente a nosotros como un espectro asumiendo sin remordimiento lo más oscuro de la psicología humana. También, al corazón de esta muestra, con una voz omnipresente sobre el espacio, aparece otro sicario, esta vez un hombre del llano  que abandera el mal sin saberlo, declarando casi que en tono naif “yo no sabía que matar indios era malo”. En este video podemos ver el estremecedor performance de Juan Carlos Rodríguez “Guajibiadas” quien teniendo de fondo un popular joropo llanero encarna a una de las más oscuras tradiciones del alto Apure, a partir de los testimonios dados en el juzgado de Villavicencio (Colombia) por campesinos que en 1967 asesinaron a dieciséis indígenas Cuivas en el hato La Rubiera, fronterizo entre Venezuela y Colombia.

Como si se tratase de un relato histórico, estos asesinos conviven simbólicamente con  una épica experiencia de tensión entre el mundo occidental y los Yanomamis a través de una propuesta desarrollada una década más tarde por el chileno Juan Downey quien, en el épico vídeo “The Laughing Alligator” de 1979 nos muestra el registro de un viaje que realizó al Amazonas venezolano para investigar sobre los ritos de canibalismo ejecutados supuestamente por estas comunidades. En un momento dado de la grabación se puede notar cuando el artista fue amenazado por dos de sus guías al instante que voltea el lente de su cámara  frente a ellos. Los guías (Yanomamis ambos) por instinto sacan sus arcos y flechas y en un gesto intuitivo de defensa, y sarcasmo apuntan sus armas hacia Downey reconociendo, (medio en serio o juguetonamente) que la cámara del artista es también al final de cuentas un arma. Este acontecimiento registrado en aquella grabación, continuó con un proceso de antropología inversa donde los “salvajes” Yanomamis toman la cámara y comienzan a filmar este extraño hombre blanco que también pretendía “canibalizarlos” a través de su lente.  

El suprematismo blanco ha logrado reinventarse en las zonas de conflicto latinoamericanas. Nadia Granados, una de las raras, Drag King en el arte latinoamericano, habla sobre juegos de poder dentro de un conflicto armado colombiano. En  el video “Gente de bien” con un pegajoso dembow hace referencia al silenciamiento del arte urbano en Bogotá y a los drásticos métodos de pacificación también comunes en el Amazonas. Desde su vulgaridad premeditada, Nadia nos recuerda los códigos de “blanquitud” latinoamericana, esos que nos incrustan desde niños en el cerebro, que ser blanco, es ser “gente de bien”. Su cuerpo transmutado en rubia o sicario analiza la estética del suprematismo blanco en Colombia para denunciar una raza aria y terrateniente que silencia todo lo que huela a underground  o  revuelta social, y desde su espíritu “pacifista” es capaz de solucionarlo  todo con “”un tiro en la sien””. “”Ese grito desde el corazón de una Colombia marginal e invisible se refuerza con la pintura “Ñeros y pájaros”‘’’ del joven colombiano Jose Ricardo Contreras quien le pidió al algoritmo de Silicon Valley recrear los estigmas hacia esa tribu urbana conformada principalmente por hijos de campesinos desplazados por el conflicto armado.    

Esta novela ficcionada no pretende buscar culpables,  solo evidenciar las dinámicas de poder que se mueven en distintas direcciones a lo largo de la historia. Este es un relato no lineal y  cada uno de estos personajes o situaciones de una forma u otra existen en el presente y pueden existir en el futuro. El recorrido cierra con un delicado tejido en forma cilíndrica creado por el artista ecuatoriano Óscar Santillán, del estudio Antimundo. Esta obra llamada “Mil años de historia no lineal”, es un tejido hecho con hilos de cada siglo de los últimos milenios comprados de forma ilegal, integrando incluso una pieza de la cultura Chimú (hoy Perú) de unos 1000 años de antigüedad. Metáfora sobre la unión de culturas materiales que no coinciden con la noción de progreso a las sombras de la modernidad, y representan una versión desconocida del mundo que el colonialismo ha sido reemplazado por narrativas  lineales. 

Estéticas del otro

El romanticismo etnográfico del mudo del arte pretende hacer alardes de empatía hacia las comunidades indígenas, mientras las concesiones en el Arco minero en Venezuela devoran a diario miles de kilómetros de ecosistemas virginales; en este momento cientos de campesinos están dejando la tierra para escapar del conflicto armado en los alrededores de Cúcuta y en la zona del Catatumbo colombiano. Las plazas públicas de ciudades como Bogotá, Lima o Caracas están tomadas por comunidades indígenas que reinventan en plástico sus palafitos,  pidiendo a gritos su inclusión en la modernidad. 

Ser indígena en el presente implica vivir como desplazado en tu propia tierra, o despertarte una mañana en tu casa donde nunca has tenido luz eléctrica  y mirar al cielo con terror, porque de repente apareció una inmensa torre de alta tensión incrustada al centro de un lago sagrado.

La verdadera pregunta es ¿Cómo ganar una voz crítica desde las sombras de la modernidad? Y pensar ¿Qué significa formar parte de estos territorios idílicos  en un mundo devastado por el Antropoceno? Mundo donde tragedias ligadas a la minería están desposeyendo  a campesinos e indígenas de sus conexiones milenarias con el paisaje.

Mientras los centros de arte y las bienales están repletos de nostalgia amazónica, si tenemos una mínima conciencia crítica no podemos creer en cuentos de hadas blancas. El colonialismo ha logrado reinventarse y la experiencia al corazón de las zonas en conflicto, todavía hoy, es una constante estrategia de escape y una lucha eterna por preservar la vida y la espiritualidad, incluso otra percepción del tiempo o la realidad. En este relato oscuro te invitamos a recordar un paisaje que sufre y mira fijamente la reencarnación de esos  exploradores caníbales a quienes también «¡Los devoró la selva!».

Rolando J. Carmona

SOMBRAS MONUMENTALES/ Nadie nunca nada No, Madrid./ Curador: Rolando Carmona/ Artistas: Juan Carlos Rodríguez (Venezuela), Federico Ovalle (Venezuela), Carlos Blanco (Colombia), José Ricardo Contreras (Colombia), Paolo Cirio (Italia), Voluspa Jarpa (Chile), Néstor García (Venezuela), Juan Downey (Chile), Nadia Granados (Colombia), Sheroanawe Hakihiiwe (Amazonas) y Óscar Santillán (Ecuador) / Con la valiosa complicidad  de  Colección Servais, Archivo ARKHE, Centro documental Sala Mendoza, Baró Galería y NOME Berlín.

Concierto: Feferico Ovalles, Rolando Carmona, Néstor Garcia. Enrique moreno D Paulina Palacios, Blanca, Isa. en la complicidad de Ramón Matheus, Clemencia Labin, Maria Alejandra Maza.

Fotografías cortesía de Rolando Carmona.

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