Por Sandra Pinardi
Adorno entiende la música como el producto de una “organización y combinación de sonidos en el tiempo”, y la distingue de las “obras musicales”, ya que a estas últimas las comprende como elaboraciones histórico-culturales. Gracias a esta definición, Adorno no sólo amplía la idea misma de música al separarla de los cánones armónicos y melódicos, sino que además la vincula con los distintos sonidos que se originan en las cosas del mundo, la conecta con cualquier cadencia, transitar, y acontecer discontinuo de ondas vibratorias. El mundo, todo elemento, resuena, tiene su música, en la medida en que su movimiento –temblores, oscilaciones—se expresa en ondas que se transmiten por el ambiente.
En este sentido, propondrá que lo esencial de la música no está en su elaboración sino en el hecho de que se da siempre de modo “absolutamente enigmático”, es un lenguaje cifrado. Las combinaciones de sonidos son un modo del decir del mundo que, simultáneamente, muestra y oculta, expone y esconde, y por ello se resisten a ser entendidos y traducidos. En efecto, la música es un tipo de lenguaje que, por estar sustancialmente separado de lo visual y conceptual, tiende al “nombre puro”, es decir, hacia una expresión que se da como una unidad perfecta, que no se articula en signos sino en ritmos, compases, cadencias. Para Adorno en la música existe, entonces, una fusión entre expresión y expresado que provoca que “cuanto más se asemeja la música a la estructura del lenguaje, tanto más cesa al mismo tiempo de ser lenguaje”, ya que si inmediatez la aleja de los espacios de la re-presentación y la acerca a los ámbitos de la voz –de la facultad del habla-. Ese enigma esencial, aunque parezca paradójico, tiene que ver más con el silencio que con los sonidos, ya que es el silencio –la pausa, el intervalo, la detención- la que construye las secuencias, la que ordena las combinaciones, la que permite el hacerse presente del sonido y, con ello, de la audición. Justamente es gracias a ese papel preponderante del silencio que la música –entendida ampliamente como la entiende Adorno- es un “lenguaje del nombre puro”, ya que es únicamente potencia de decir, fuerza de significación, es siempre facultad poética (creadora).
La música, este lenguaje de la expresión perfecta, también se escribe (se transcribe). Las partituras son esa escritura, esa transcripción, en la que debemos destacar dos aspectos, por una parte, son el modo en que lo efímero –lo inatrapable – de la presentación discontinua del sonido –pura vibración- se incorpora como marca e incisión entre las cosas y, por la otra, son una espacialización –un modo exceptuado- de lo temporal, en el que el devenir se hace diseño y figura, grafía y señal. Gracias a ello, las partituras operan como una suerte de instancias mediales –intermedias-: entre el tiempo y el espacio, entre el acontecer y el lugar, entre lo dinámico y la estancia. Poseen un carácter intersticial que les permite describir, articular y enunciar el enigma esencial de la música –del transitar de los sonidos- cifrándolo.
Las obras de Chiara Banfi que se presentan en la Galería Carmen Araujo Arte reflexionan acerca del universo de esa música propia del mundo que es encadenamiento de vibraciones y pausas, de ruidos y silencios; indagan acerca de las resonancias de las cosas, de ese perpetuo movimiento que las convierte en emisores, en productores de alteraciones sonoras. A partir de la intervención de partituras de “obras musicales”, dispositivos de emisión de sonido y pequeños objetos de naturaleza (piedras o cristales, por ejemplo), Chiara se adentra en el universo de lo sonoro, fundamentalmente en los silencios -pausas, detenciones, intervalos- que lo hacen posible y lo articulan, constituyendo una piezas que transcriben la arquitectura o el paisaje mismo de esa música particular que es la dimensión sonora del mundo. Así describe Chiara su trabajo: “Desde hace tiempo pienso e investigo acerca del silencio. Para mí el silencio es más un concepto que una verdad. No creo que exista un silencio absoluto. Siempre habrá una frecuencia, algún tipo de vibración que emita sonido. Estas piezas exploran diferentes aspectos de silencio.”
Las partituras son el soporte de dos de las obras presentadas por Chiara Banfi en esta ocasión: Cuarteto de Debussy y Pausas de Bach. En Cuarteto de Debussy Chiara Banfi calla –anula, oblitera, tacha- las notas de cuatro cuadernos de partituras para distintos instrumentos de una obra de Debussy, dejando al descubierto los signos que corresponden a indicaciones de interpretación, a los cambios de timbre, a los silencios y las pausas. Convierte de esta manera la partitura original en una suerte de texto rítmico que atiende más al devenir del acontecimiento que es la pieza, que a su fórmula melódica, a su canto. La obra de Debussy se hace, entonces, la concreción de un paisaje elaborado de pausas y suspensiones, de silencios y ausencias, como si las inusuales escalas, los matices expresivos y las relaciones acórdicas usadas por Debussy se espacializaran, se transfiguraran en lugar.
En Pausas de Bach la anulación de la partitura es más radical, Banfi pinta todas las hojas dejando –salvando- únicamente los momentos de pausa y silencio que aparecen, entonces, como puntos de luz sobre planos negros. Chiara nos dice: “No hay música sin esos restos, que no son un silencio real sino la pausa de un determinado instrumento, pero que llevan el ritmo y el tempo, haciendo posible la música. Me parece hermosa que al componer, los silencios y las pausas sean tan valiosos como las notas.” Desaparece la obra musical y queda una composición de silencios, un ordenamiento de pausas, la partituras parecen códices o estelas, esas rudas superficies donde el lenguaje cifrado del mundo se hace presente. La rigurosa arquitectura racional de medidas y secuencias propia de las composiciones de Bach cede lugar a una enigmática composición de glifos, de signos gráficos, de unidades textuales.
En Pausas-mínimas y Semi-breve, ambas obras pertenecientes a la serie Desenho Sonoro, la reflexión acerca de la música se transcribe directamente en el espacio, en las paredes, usando cristales y piedras. Unas instalaciones que operan como un juego de vibraciones y detenciones que se articulan entre los elementos sólidos –cristales y piedras- y las cuerdas que tienden a agitarse, moverse, oscilaren, y que transforman las paredes en las que se apoyan el cuerpo provisional de un instrumento. La tensión y la conexión entre los elementos sólidos y las cuerdas sugieren combinaciones y ordenamientos de distintos tipos de sonidos, de esos sonidos inaudibles con los que canta las cosas. Una visualización de los sonidos del mundo, de ese palpitar de las cosas que se niega a nuestra audición pero que, sin embargo, plena de música la naturaleza.
Las obras de Chiara Banfi exploran la dimensión poética del silencio –de la pausa o la detención- para mostrarnos –exhibir visualmente- los paisajes enigmáticos de las vibraciones, de las oscilaciones y frecuencias, que arropan el mundo y que lo mantienen en constante palpitación.
Sandra Pinardi
Abril 2016