Alguna vez quisimos unirnos al resto del mundo. Fuimos progresistas, desarrollistas: nos jactábamos de ser una democracia excepcional en Latinoamérica, algo aparte. Tal vez ahí estuvo nuestro error: en desdeñar lo local para ponernos a la altura del mundo. ¿Tendríamos un museo de arte contemporáneo sin una rumana que hizo vínculos importantes en Francia? ¿Habría Biblioteca Ayacucho sin Ángel Rama? La distribución vial de Caracas, el Centro Simón Bolívar y la Esfera Caracas de Soto, ¿serían como tal sin la influencia de un Robert Moses?
El debate es largo, y no es el foco de este texto. Bien puede ser cierto que dejar lo autóctono a un lado el siglo pasado, ha devenido en que equiparemos casi todo lo nacional con lo inútil, lo deficiente. Pero condenar una pluralidad que cada día existe menos gracias a la censura, el ostracismo y la inseguridad, es un sinsentido. Creo que hemos de rescatarla. Y si hubo una persona que la representara sin soberbia, fue Margarita D’Amico.
Nacida en Italia (1938), se trasladó desde muy niña a Venezuela donde murió en la ciudad de Caracas (2017). Así como se interesó en educar a su prójimo sobre las tendencias del arte de entonces, estudió Periodismo y Letras en la Central e hizo un postgrado en Información Audiovisual en la Universidad de París –los eventos que catalizarían su división en trece sedes no ocurriría sino cuatro años después. En sus notas en el Nacional y en El Universal y los programas Arte y Ciencia y Pioneros, más que explorar cuestiones varias en los mundos de las artes plásticas, la literatura y la teoría comunicacional, Margarita D’Amico instruyó: trajo a la escena cultural movidas en el arte que pocos comentaban.
Foto: Claudio Perna
Concentrémonos por los momentos en los programas de Venezolana de Televisión. El capítulo de la serie Pioneros sobre Rolando Peña –otro gran cosmopolita, amigo y colaborador de Andy Warhol y Allen Ginsberg. A pesar de que se le ha intentado borrar de nuestra historia, su ausencia en los tomos de Juan Carlos Palenzuela es más que irresponsable, su influencia persiste– nos muestra la sagacidad y el background intelectual de la periodista. Vemos un recuento histórico que liga exposiciones claras del futurismo y Duchamp, testimonios del protagonista del episodio y recopilaciones de su obra en un lapso de décadas. Hay historia universal y biografía, historia nacional y museo. En vez de regirse por el chisme que según Rama, deterioraba el quehacer cultural del venezolano, Margarita aprovechó su espacio para democratizar a personajes como Rolando, y escenas como las narrativas transmedia y los performances que el hombre de negro inició en Venezuela. Esto, sin temor a polemizar o a destacar las fallas que inducen la labor educativa a través de los medios.
Otro personaje memorable entre su lista de entrevistados (recontra envidiable, pues incluye a Jorge Luis Borges, Alain Delon, Oswaldo Guayasamín, Nam June Paik, Roman Polanski y Mercedes Sosa), es Marshall McLuhan. Como Antonio Pasquali, Margarita D’Amico fue devota de su obra; en vez de intentar traducirlo (cosa que típicamente resultaba en un “you know nothing of my work!”), la periodista sostuvo dos encuentros con el teórico: en 1973 y en 1976. En el primero, Margarita se sorprendería por la iniciativa del pensador a preguntar por la perspectiva que tiene América del Sur sobre la cultura pop estadunidense. En el segundo, McLuhan enfatizaría que “EL CONTENIDO NO ES EL MEDIO” ante las interpretaciones erradas de su máxima; luego usaría su bigote como ejemplo para explicar a fondo sus conceptos. A los cien años del entrevistado, Margarita no consiguió sino señalarlo como máximo referente:
Hay un pasaje del autor de Understanding Media que dice “anyone who tries to make a distinction between education and entertainment doesn’t know the first thing about either.” Creo que Margarita D’Amico comprendió esto, y por ello recorrió a los mass media para que la educación y el arte tuviesen actualidad. Que quede en nuestras páginas y documentales de televisión como una comunicadora del cosmos. Sería injusto si en pos de un vocero de la farándula más básica o de un charlatán que repite y repite patriotismos, su recuerdo fuese tan efímero como un happening.
Carlos Egaña.
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