La propuesta venezolana “Torre de David” gana el León de Oro de Venecia. Desde aquí reconocemos la importancia del galardón y saludamos a los triunfadores, con una gran muestra de afecto y respeto.
Sin embargo, estoy lejos de compartir el juicio del veredicto. Por lo visto, los encargados de emitir el fallo deberían venirse a Venezuela para darse una vuelta por el mencionado Centro Financiero. También los invitaría a conversar con Ángela Bonadies y Juan José Olavarría, quienes hicieron una investigación menos idealizada y bucólica sobre el tema.
Por desgracia, los italianos terminaron por glorificar una mirada parcial e ingenua alrededor del hecho.
Ciertamente, allí vive gente digna de elogio por superar las adversidades de la crisis para sobrevivir, “creando una nueva comunidad y una casa a partir de un edificio abandonado e incompleto”.
Ciertamente, allí vive gente digna de elogio por superar las adversidades de la crisis para sobrevivir, “creando una nueva comunidad y una casa a partir de un edificio abandonado e incompleto”.
Aun así, la realidad es más compleja e involucra aspectos sociales y políticos omitidos por el estudio vencedor de la competencia, donde olvidan poner la lupa en el asunto de la violación de la propiedad ajena, el drama de nuestros elefantes blancos, la tragedia de nuestra modernidad fallida y el caos de una informalidad mal entendida.
Por defecto, acaban por darle legitimidad de origen al tópico de las invasiones. De igual modo, existe un lado oscuro de miseria, inseguridad y delincuencia, silenciado por el proyecto.
A mi entender, supone un veredicto marcado por lo político, de fácil instrumentalización por parte del poder oficial. Casi una propaganda de corte rojo rojita. Contraproducente como ella sola. Con un impacto negativo en lo interno. Venecia alimenta así la división y la polarización en el gremio de los arquitectos en Venezuela. La mayoría cuestionará la decisión por arbitraria y superficial. La minoría la aplaudirá a rabiar como otro logro de la ciudadanía organizada.
Sea como sea, impera el enfoque colonial del antropólogo inocente seducido por la alteridad, por el exotismo de los tristes trópicos y del tercer mundo.
Los miembros del jurado de Venecia deberían venirse a vivir un mes en la torre de David, junto con los autores del proyecto. Bien adentro en la boca del lobo, donde ni si quiera pueden entrar las cámaras, donde se refugian los malandros y las prostitutas, donde los niños sufren el hacinamiento. No aguantarían ni 24 horas.
Para ellos es muy chévere observar a los toros desde la barrera.
Cuanta banalidad retroprogresista.
Demasiada impostura de izquierda exquisita.
Premiaron a un libro de turismo de aventuras y mitos urbanos.
Un viejo cuento etnocéntrico como la ruta nocturna de los museos.
Una utopía de mentira asentada sobre un piso de arena movediza.
Vamos a invadir la torre de Pisa. Le tomamos fotos y hacemos un libro. A lo mejor el próximo año nos ganamos la bienal de Venecia en arquitectura.
Captamos el mensaje.
Es condenarnos al presente perpetuo de un país improvisado de campamentos, refugiados y rascacielos de favelas.
Sergio Monsalve, 2012
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