Por María Luz Cárdenas
El proyecto Inestable, de Leonardo Nieves, constituye un punto de inflexión en su acercamiento a la realidad desde una perspectiva conceptual muy consistente, totalmente alejada de los atisbos panfletarios y con una dimensión tan poética como dramática, que genera la extraña sensación de dolor y belleza. Leonardo recorre la ciudad, el centro de Caracas, donde se encuentran los centros del poder y las instituciones colindantes al Estado, pero también donde ocurre la vida cotidiana. La camina, se desliza sobre ella sin desatender ninguno de los matices urbanos en su recorrido bajo la mirada de un creador para quien el arte fusiona sus límites con la antropología, la arqueología y la etnografía. Los hilos de cada pieza se cruzan entre sí y permiten multiplicar las lecturas de la crisis urbana y social contemporánea. La trama de problemas intrincadamente mezclados nos abre hacia la multitud de aspectos diversos y contradictorios donde vive la ciudad.
Con respecto al proyecto Fuera de sitio, presentado en 2017, Inestable manifiesta un cambio de estrategias en torno al proceso creativo. En Fuera de sitio el tema central se ubicaba en el recorrido por la Avenida Urdaneta: sus aceras, y la fascinación al caminar sobre ellas, el diseño geométrico de la loza, la recolección y reciclaje de los mosaicos fracturados, las piezas sueltas. A través de cuadrículas marcadas con costuras sobre el papel componía sistemas estructurales e integraba también materiales Fuera de sitio. De ello se originaron, por ejemplo, los Ejercicios de vandalismo, donde recogía restos, pedazos de calle, de las aceras. La retícula implicaba también formas de conciencia reticulares en el ordenamiento de la composición. En Inestable descubrimos un giro que va de lo estructural a lo social, al llevar el plano compositivo a un proceso donde integra la antropología del lugar, sus fuentes simbólicas, la arqueología de los restos urbanos bajo perspectivas que, principalmente, cuestionan el ejercicio del poder. En el espacio urbano, las arquitecturas han sido desplazadas por cambios rotundos, las espléndidas avenidas pasaron a ser restos, ruinas, despojos. El recorrido se convierte en un inmenso archivo de la destrucción. Bajo esta capa de significaciones múltiples yace también un llamado al momento en que la tradición de los artistas viajeros del Nuevo Continente, dio lugar a las primeras representaciones del paisaje americano, en minuciosas exploraciones en las que elaboraban cartografías de reconocimiento del lugar, recogían y clasificaban las especies, fundamentando los primeros grandes archivos de la memoria territorial. En el caso de Leonardo, los cimientos son los mismos, pero anclados en otras coordenadas espaciales e históricas: con el mismo ímpetu y curiosidad del artista viajero, elabora cartografías contemporáneas, mapas de los lugares transitados. El recorrido cotidiano le abre un universo interesantísimo de posibilidades donde la recolección de elementos de la naturaleza avasallante, de la selva inmensa, se convierte en una recolección de las especies dirigida a la recolección de los restos urbanos.
Desde sus inicios como estudiante en el legendario y ya desaparecido proyecto de formación del Instituto Armando Reverón, enfocó sus intereses en las artes gráficas y la impresión artesanal, enriqueciendo a la disciplina con nuevos contenidos conceptuales y materiales. Centrado en el papel y sus posibilidades subversivas y expresivas, lo lleva de soporte primordial a espacio vital. El papel es espacio, cosmos, universo primordial que se transforma en huella y en piel. Es una textura que transmuta en texto crítico. Leonardo diversifica los procedimientos técnicos, recicla materiales, utiliza la fotocopia, la transferencia de imágenes, los mosaicos de las viejas losas de la Avenida Urdaneta, los cartones de envase de huevos, las larguísimas tiras de los comprobantes de ventas, introduce su propio cuerpo como espacio cartográfico aplastado por el derrumbe urbano, atraviesa minuciosamente cada pieza con largos caminos de hilos y costuras sobre el papel, que funcionan como campos simbólicos de las suturas que unen los bordes de las heridas padecidas a diario en medio de la disolución de la ciudad. El hilo cose, une, cruza, recorre, dibuja.
Inestable se desplaza entre una constelación de procesos que van de la noción de archivo a la configuración de nuevas formas de narración, pasando por la expansión del concepto de artes gráficas, la experimentación con los materiales, la producción de cartografías urbanas y sociales, los límites de la memoria entre las ruinas y el tejido de la memoria. La exposición construye su discurso a través de siete grupos de obras que funcionan como estaciones de peregrinación por la memoria, las ruinas, los archivos y las cartografías. Estas estaciones articulan los hilos de la muestra. Se trata de una especie de viaje que funciona en distintas dimensiones: simbólicas, sociales, políticas y estéticas.
De la serie Cartografía en ruinas, 2016-2019, constituye la primera estación en la exposición. Es una pieza mayor, acabada y completa en sí misma donde el concepto de Cartografía como herramienta, termina convirtiéndose en un mapa político y poético de las ruinas y desastres urbanos. Consciente de la imposibilidad de trabajar a espaldas de su contexto o ignorando las referencias y circunstancias culturales, realizó seis paneles gráficos que funcionan como narraciones de catástrofes o escrituras del desastre, vistas desde perspectivas aéreas. Ellas señalan momentos cruciales de desvanecimiento de la historia contemporánea y de la cultura democrática: los apagones, la tragedia del deslave en el Estado Vargas, y los hundimientos del Viaducto que comunicaba a la capital con la salida hacia el mar, el desprendimiento del Puente de San Agustín y la caída del Techo del Pasillo Cubierto de la Ciudad Universitaria de Caracas. Acá el paisaje urbano es indisociable de sus movimientos, transformaciones y estremecimientos. Las imágenes no cesan de reconfigurarse y conducen a la representación de un problema político, social y cultural, como lo es la devastación del territorio. Leonardo emplea la técnica de transferencia-fotocopia, sobre ese maravilloso y texturado soporte de papel donde se desdibuja la imagen, abriendo paso a nuevas formas de visualizar los acontecimientos sociales. El papel es soporte y es frágil membrana que parecería a punto de desgastarse, pero en realidad es muy sólida y fuerte. Se podría considerar esta serie como el inicio de formas narrativas de representación de lo real, como si fueran textos en los que podemos leer y descifrar los signos allí plasmados. En el fondo, se trata de una actitud cognitiva que Leonardo despliega para permitirnos ingresar en el universo de las ruinas. Hay acá una apuesta importante por la creación de símbolos (íconos) y un interés por reproducir, no tanto la apariencia de las cosas como sus comportamientos. Las piezas están presentadas en cajas de luz que revelan y proyectan varias capas de lectura en una sola superficie. La resplandor sale y permite “sacar a la luz”, radiografiar los procesos ocultos –las arrugas, los pliegues, las superposiciones, los desgastes. En este proceso cumple un papel muy importante el tejido de puntadas a mano que recorren la superficie formando una cuadrícula que funciona también como soporte de la composición. Me gusta pensar en la Cartografía en ruinas como un espacio en movimiento, con numerosas capas de sentido que se superponen para ayudar a desplazarnos por entre esos mapas de nuestro devenir histórico.
Archivo Muerto, 2020-2021, es la segunda estación del recorrido que propone Leonardo y encierra una profunda meditación acerca de los usos del archivo como instrumento de reflexión, de creación y puesta en el espacio de la problemática económica y social. Con el uso del archivo Leonardo articula una estética propia, con maneras específicas de generar contenidos y discursos. En este caso, funciona como un elemento transversal en el desarrollo de la propuesta. El archivo se presenta, no solo como un sistema que acumula documentos, sino como un espacio en el que se compendian enunciados, y formas de pensamiento que se configuran en prácticas discursivas. Archivo Muerto es un inventario organizado de facturas con los precios de compra del año 2015, presentados en largas cintas de papel que testimonian la crisis a partir de la más real y eficiente medida que es la de los bienes que podemos adquirir y a los cuales tenemos acceso. De 2015 a 2021 la situación ha dado un salto atrás y las cifras lo demuestran: la capacidad adquisitiva se desvanece cada vez más y se expresa de manera atroz en los actos más cotidianos. El delgado y frágil papel de la cinta queda grabado con la tinta de la máquina registradora y conforma otra manera de extender el territorio de las artes gráficas hacia procedimientos lejos de concebir el grabado. Las largas cintas –tiras de papel– nos conectan con ese hilo tan cercano al trabajo de Leonardo. El tejido se cruza a manera de tablero ilustrado, de una pizarra en movimiento que fluye, invocando a la liquidez perdida, a la incertidumbre del mercado. La fragilidad del soporte hace más complejo el desarrollo de los contenidos: desaparecen los límites que separan sus diferentes usos (mercantil, social, artístico). Este archivo es, al mismo tiempo, un recurso artístico generado como consecuencia constancia de lo real (documentación) y una línea discursiva. Acá se utiliza la estética convencional del archivo para crear un mensaje subversivo, que permite establecer una nueva narrativa de lo social a partir de la cifra numérica fluctuante y de su empleo como fuente de creación. Propone el cruce de realidades sociales, el surgimiento de temporalidades y de espacios fluctuantes, la ruptura de la linealidad histórica, de los límites del conocimiento y el cuestionamiento a los sistemas políticos y económicos dominantes. Pero acá el archivo es también un mapa. Funciona como cartografía de lo real, como territorio para un ejercicio de pensamiento en el que confluyen y colisionan temporalidades múltiples y simultaneas. No solo presenta restos de un pasado, sino que se presenta a sí mismo como un fósil que crea un lugar de memoria donde diferentes tiempos pueden tocarse. Aunque el título de esta pieza alude al Archivo Muerto, a aquel que está destinado a desaparecer, a ser anulado, una vez que se “saca” del armario y se coloca frente a nosotros, se transforma en un espacio de investigación y producción de ideas y se comporta como un lugar vivo.
La tercera estación está formada por Escombros, 2021 –residuos de cajas de cartones de huevos seccionadas en bandas y luego sometidas a los efectos del fuego. Estamos ante un despojo retorcido que finalmente termina pareciendo restos de huesos, de columnas vertebrales quebradas y quemadas. A medida que se quema se transforma en el grito de un animal. Acá el escombro cobra múltiples significaciones: por una parte, es resto, lo que queda de un objeto –el cartón–, pero por otra parte, adquiere un sentido muy fenomenológico, casi existencial y orgánico, porque se mueve a medida que se quema y se convierte en el vestigio de un esqueleto; asimismo nos remite a la problemática del calentamiento global: a un planeta que desaparece lentamente, nos pasa la factura y se reduce a cenizas, a un retorno al polvo ancestral; también resignifica el valor del fuego como mecanismo de decantación y vuelta al origen, a lo primitivo, a los comienzos y, por último nos reconecta con los procesos de conocimiento derivados de la noción de archivo –en su primera acepción de arkhé –el lugar de donde provenimos, de inicio, de vuelta al origen, de la casa donde se ordena y reglamenta primariamente la existencia. Es una obra que nos enlaza con el ciclo de la vida y la muerte. Escombros puede ser entendido como un tránsito del ser a la ruina, de la energía a la devastación; pero también es el venir desde la ruina, erigirnos ante al desastre.
La cuarta estación, Patria querida, 2021, proyecta un contenido crítico muy profundo, enlazado con numerosas asociaciones a la vida, el festejo popular y los oscuros momentos que vivimos en el país. Consiste en un conjunto de trece gráficas formadas por las letras del eslogan “Patria querida” tan machacado como lema revolucionario de la dictadura venezolana. Durante la etapa más oscura de los apagones y fallas de electricidad en 2018, Leonardo escuchó a lo lejos, en el sector donde habita, la voz de un niño que en medio de la oscuridad gritaba esa canción cambiando algunas estrofas con frases que cambiaban el sentido original de un canto victorioso por uno que decía “Patria, Patria, Patria querida. No tengo agua. No tengo luz”. Desde ese gesto irónico del niño, surgió la idea de una obra que colocase el acento sobre la situación. La concibió como una instalación de banderines, colgados de pared a pared, como los que se utilizan en las fiestas, pero no coloridos sino en escala de grises y con la imagen borrosa, con un acabado parecido a la piedra, lo que la hacía ver como emblema de celebración, pero también como lápida flotante o quizá como lápida festiva. El resultado final es muy limpio, muy sobrio, contrastante con el tono bullicioso de una celebración, lo cual expresa las contradicciones de una cultura como la nuestra, donde nos relacionamos con algarabías y no se deja de hacer fiestas en medio de profundas crisis. Bajo esta superficie yace otra situación donde se contrapone la invitación a “querer a una Patria” que vaya muriendo constantemente y que poco a poco se convierta en ruina o en escombro. Es una pieza que, categórica y tajantemente, nos empuja al borde de la sombra de lo que somos como país.
La quinta estación, Como una isla flotante, 2021, es el registro de un performance donde Leonardo revaloriza el concepto de cuerpo como cartografía, como archivo y como lugar de la memoria. En silencio y sin público, se colocó en posición yacente. Lentamente le colocaron las baldosas de mosaico recogidas en la Avenida Urdaneta, mientras el cuerpo se aplastaba, pero también se iba adaptando al peso de las lápidas. Obviamente se produce una primera asociación religiosa que tiene que ver con el cuerpo yacente de Cristo, tal y como ha sido representado en la imaginería del cristianismo -el peso de la barbarie, el sacrificio, la capacidad de soportar y de moldear el cuerpo. Pero bajo esa conexión existe también un vínculo profundo con el cuerpo como mapa de relaciones y territorio de cuestionamientos a la realidad. Las baldosas funcionan como otra piel, como un enorme escudo orgánico que protege al cuerpo como una isla flotante, que flota para no dejarse hundir por la barbarie, moldeándose para no sucumbir a los procesos que construyen la trama de la historia. El cuerpo es conceptualmente un problema, un haz de proyecciones simbólicas y no una mera mímesis o una morfología. Es un ente simbólico que pertenece a la esfera cultural con determinadas características biológicas que se insertan dentro de esa identidad y esa realidad: es un archivo orgánico que se comporta como territorio de conflictos.
El ciclo de estaciones cierra con los grabados Lecturas del quiebre: Av. Urdaneta, 2021. Leonardo vuelve a la cuadrícula desde una perspectiva que la coloca en el terreno de la crítica y no como un elemento estrictamente formal. En ella resuena, en un campo histórico paralelo, el trazado de la cuadrícula urbana de Caracas de 1576. Leonardo utiliza la perspectiva aérea, para, así, presentar el espacio urbano como un territorio más asible, abordable en su totalidad. La imagen cuadricular –una huella real tomada de la baldosa real– borra sus contornos precisos y adquiere la transparencia de los reflejos en el agua. El espacio de estas Lecturas del quiebre es transparente y luminoso, a pesar de lo tambaleante que es en realidad. En esta obra, la retícula es, más bien, un tejido emocional. El problema se alberga en la memoria, en el destrazamiento de los bordes nítidos de un mundo que se desvanece. Cada una de las piezas que componen esta exposición proyecta sus propios contenidos y sentidos hacia las demás. Inestable es un proyecto tan frágil como poderoso, tan sutil como crítico; tan laborioso como delicado, exquisitamente trabajado y ferozmente planteado.
Leonardo Nieves [Caracas, 1977]
Egresado del Instituto Universitario de Estudios Superiores de Artes Plásticas Armando Reverón, mención Artes plásticas; egresado de la Escuela de Artes Visuales Cristóbal Rojas, como técnico medio en Artes gráficas, mención Diseño gráfico; y miembro asociado del Taller de Artistas Gráficos Asociados Luisa Palacios (TAGA). Fue técnico en conservación y montaje en la CPPC Fundación Cisneros, como asistente de la coordinación artística y
administrativa del TAGA y del Centro de Conservación Álvaro González, entre otras experiencias. Entre sus exposiciones individuales se cuentan: Fuera de sitio en ABRA (2017), Piezas de archivo en Oficina #1 (2014), Apuntando territorios en El Apartaco (2013), Diálogos con el espacio en la Librería El Buscón (2008) y Ecosistemas efímeros en Oficina #1 (2007). Ha participado en muestras colectivas nacionales e internacionales desde el 2002, entre las que destacan: el Premio Eugenio Mendoza 12 + 1 en la Fundación Sala Mendoza (2015), Giro libre en la Galería Espacio 5 en Valencia (2015), Interwoven en la Galería Merzbau de Miami (2015) y en Art Motion en la Sala Mendoza (2015), Esqueje en ABRA (2016), Gráfica en ABRA (2017), Huellas/Dibujos/Rastros en la Galería Espacios (2017), Forma apariencia en Abra (2018) y 2014-2019 en Espacio Monitor (2019). Además, en los espacios de ABRA, Nieves ha dictado talleres relacionados a sus procesos artísticos.
Agradecimientos a la galería ABRA por el texto y las imágenes.
Registro fotográfico de María Teresa Hamon.