Por Melina Fernández Temes
Nodriza
No abandono en el deseo
de ser reina del milagro
de ser nodriza de nardos
de ser vientre atiborrado
la gran teta lo manado
ser boquita leche y llanto
diminuto corazón
ser yo misma siendo otra
matarilerilerón.
Sonia Chocrón
”Es necesario que la mujer se escriba porque es la invención de una escritura ‘nueva’, ‘insurrecta’ lo que, cuando llegue el momento de su liberación, le permitirá llevar a cabo las rupturas y las transformaciones indispensables en su historia (…) Escríbete: es necesario que tu cuerpo se deje oír.”
Hélène Cixous
Hace casi dos años me hice madre por primera vez. Esa experiencia, sobrecogedora en todo sentido, me empujó hacia un abismo. Aunque la caída libre me tiene con el estómago aun revuelto, ha sido un tránsito tan angustiante como liberador. Mientras caigo, voy reconociendo cómo durante años viví de espaldas a un tema tan fundamental y universal como la maternidad.
La maternidad no me interesaba especialmente y no solo no me planteaba en demasía tener hijos o no, sino que no me acercaba a ella ni siquiera con particular curiosidad intelectual. Y es que claro, aunque me avergüence, en el fondo la maternidad se me hacía un asunto de mujeres, un asunto femenino, un asunto –entonces– secundario. No se me ocurriría aseverar que esa ceguera con la que vivía forma meramente parte del pasado, pero sí me atrevería a decir que cada día que ha transcurrido, desde que me enteré de que sería madre, he ido dando pequeños pasos hacia una lectura más amplia de esta experiencia, que de una forma u otra nos es común a todos los seres humanos.
En este camino he comprendido que leer la maternidad como un asunto que atañe de manera exclusiva a las mujeres es profundamente patriarcal y que la visión animalizada de la mujer madre, esa que supuestamente la enaltece por ser única dueña del así llamado “instinto materno” , es extremadamente machista. He tenido que verme en el espejo, pararme frente a él y lentamente quitarme la máscara, esa que me hacía sentir más fuerte, porque me permitía esconder aspectos de mi yo-mujer que asociaba con debilidad, fragilidad e inferioridad. Desde entonces, no he podido parar de preguntarme cómo es que pude creer en algún momento que la capacidad de traer vida al mundo podía ser una debilidad. Esa pregunta se ha abierto como el delta de un río y ha devenido en tantas otras: cómo es que he creído que para ser valorada debo de ser siempre ecuánime, complacer a mis supuestos pares, justificar mis emociones e, idealmente, no incomodar; o cómo es que las tareas vinculadas al cuidado –de niños, ancianos y otros- recaen fundamentalmente sobre mujeres y son en gran medida no remuneradas; cómo esta realidad perpetúa la brecha entre géneros y el poder del hombre sobre la mujer; o cómo es que nosotras mismas tenemos tanta dificultad para mirarnos, darnos espacios, reconocernos y validar lo femenino como una experiencia humana y por ende absolutamente universal.
Estas preguntas me han hecho emprender un camino en busca de respuestas. Es una búsqueda por comenzar a escuchar, en primera instancia, mi propia voz: Por atender a mis pensamientos y a mis emociones; por aprender a vivir con la culpa sin permitirle que neutralice la rabia que detonan en mí las injusticias; por darle espacio a una experiencia sororal, en la que las vivencias de mi hermana, mi madre, mis abuelas, mis amigas, mis colaboradoras, mis tías y primas, e incluso de aquellas mujeres de quienes me separan grandes diferencias, no necesiten de permisos o justificaciones.
En ese camino, el diálogo con Carelyn ha supuesto una inmensa oportunidad. Su tránsito me conmueve y me moviliza. En sus imágenes encuentro la oportunidad de abrazar la complejidad de la experiencia materna, de confrontar los códigos socio-culturales que se imponen sobre el cuerpo de la mujer-madre, de leer con más acierto las tramas que sostienen la construcción patriarcal de la maternidad. Viéndola a ella, soy capaz de verme a mí misma y de ver cada vez más a otras mujeres, madres o no. Su trabajo me acompaña mientras trato de despojarme de mis prejuicios, de tomar consciencia de ellos y de mis privilegios, me invita a conectar.
Que esta muestra se exhiba en los espacios de Abra y que sea resultado del trabajo colaborativo entre tres mujeres, es un paso concreto en ese transitar; un pequeño aporte –si se quiere- a la discusión en torno a la potencia política de la maternidad. “La maternidad se vuelve, más que un tema, un punto neurálgico para la exploración de una serie de tramas no solo sensibles y artísticas, sino también políticas, sociales, económicas y culturales”, apuntan Helena Chávez Mac Gregor y Alejandra Labastida en el texto con el que abren la publicación realizada en el marco de la muestra colectiva Maternar. Entre el síndrome de Estocolmo y los actos de producción, que se encuentra actualmente en sala en los espacios del MUAC – Museo Universitario de Arte Contemporáneo en la Ciudad de México, y que alberga una selección de obras de más de 30 artistas y colectivos que a lo largo de los últimos 20 años han problematizado desde su trabajo artístico las nociones que circundan a la maternidad en nuestras sociedades. Es en sintonía con esta intención de abrir la conversación más allá de la problemática conciliación entre la vida de madre y la vida de artista y de comprender cómo la experiencia de la maternidad puede ser potenciadora de una práctica vasta y poderosa, que además ponga en el centro la posibilidad de mirar críticamente y de acercarnos con mayor sensibilidad a las desigualdades aun reinantes, que Estado de alojamiento. Archivo de Carelyn Mejías encuentra su lugar en la programación de Abra.
Esta primera muestra individual de Carelyn, es un corte en su experiencia. La selección a partir de cientos de fotos, decenas de videos y de una vastedad de documentos que la artista ha ido generando y que le permiten incorporar a su hijo en el archivo personal/familiar es, por una parte, una sugerente invitación de la artista a habitar por unos momentos los espacios invisibles (o invisibilizados) de la experiencia materna; aquellos de los que –por duros y difíciles- poco se habla. Pero Carelyn no solo nos está hablando a nosotros, no solo nos está interpelando. Sus trabajos son la más franca manifestación de su deseo por no parar de crear. Son la evidencia de que crea desde y no a pesar de su maternidad. Carelyn permite que su maternidad le dé forma, interfiera, se incorpore, movilice y transforme su trabajo. La artista representa, orquesta, escenifica. Esas operaciones, que no son ni aleatorias ni casuales, incomodan e incluso angustian. También conmueven, enternecen. La presencia del vínculo entre Carelyn y su hijo en la sala es reiterativa, casi omnipresente. Y allí, donde uno menos se lo espera, entre sus anotaciones y sus asignaciones para maternar, reaparece el cuerpo solitario de la artista. A modo de repetición, de insistencia, de verdad. Ella es ella. No abandona en su deseo y es allí, donde reconociéndola, logro reconocerme a mí misma. Y yo, a su lado –acompañándola–, y frente a ella –viéndola y validándola–, me permito desear, me permito ser yo misma, aunque sea siendo otra.
El texto y las imágenes son cortesía de ABRA.
Estado de alojamiento. Archivo
Carelyn Mejías
20.03.2022 – 05.06.2022
ABRA Galpón 9
Centro de Arte Los Galpones