Esquizonancia: primera escucha. Aplicaciones políticas. Por Luis Arroyo

Foto: Al Borde. Vista de sala. Luis Arroyo. Esquizonancia. Exposición Fuera del silencio. Al Borde, 2012

Tanto el sujeto como el océano aunque líquidos, lisos, regados, se cuantifican y se inscriben, se marcan y se rotulan, se hacen mapa. Sus sonoridades se estrían ajustándose a geografías y a mediciones, así como a múltiples sistemas de lectura. Vivimos una cultura basada en la confiscación de la escucha. Por ello esta investigación parte de la idea de interrumpir el aparato de lectura que se interpone entre esta escucha inaugural y el sujeto. Esto por medio de la vigilancia sobre las sujeciones formales de representación en las que distintas pulsiones se introducen en el tiempo cultural. La diagnosis narrativa de la lesión cerebral (electroencefalograma, EEG) se puede leer como el repertorio de una textualidad (partitura o vector escritural) que intercepta y captura la relación sonora del individuo.

Una verdadera política del sonido debe consistir en deshacer todas las apropiaciones que transforman lo sonoro en enfermedad. Ya que la enfermedad es una superposición arbitraria sobre la sonoridad única del sujeto. Las composiciones con electroencefalogramas de esquizofrénicos tienen como premisa trasladar la atención a la frecuencia inicial de las afectaciones psíquicas. Los diagnósticos son proposiciones imaginadas de flujos sonoros que no devienen obligatoriamente enfermos. La orquestación solidificada del mundo se despliega al debilitar las transmisiones de la voz inicial del sujeto con la castración sublime producida por la música o bien con la castración caótica generada por el ruido. Pero armonía y caos no difieren mientras no se transformen en instrumentos para reintegrarnos a la sonoridad política de la tierra.

Foto: Vladimir Marcano. Luis Arroyo. Exposición Traducciones. Carmen Araujo Arte, 2012

Limitar la sonoridad de la fractura psíquica se vincula a transcribir a forma sin simbolizar. La representación gráfica de la enfermedad en el EEG es primordialmente un acto de composición técnica, pero es también una partitura que se opone a la sonoridad de la que emana, se despliega ante ella y ciñe su pulso al estriamiento de lo formal. Se trata entonces de la traducción de esta pre-sonoridad en un congelamiento de onda. Onda que es también maniobra; no como falsificación sino como abertura indicial para la sanación. Así que, los libros de filosofía envueltos con flujos esquizoides, entendidos como bloques sonoros, se hacen expresión antinarrativa de la experiencia psicótica. Experiencia en la que el sujeto junto a su vector esquizoide se presenta en determinaciones sonoras únicas y recurrentes. Tal como si fuera un instrumento para tocar solo su propia presencia.  La voz, que es siempre un flujo, logra así apropiarse de las líneas prescritas que pretenden ordenarla en un espacio que no le es propio (el pentagrama, la escritura, el electroencefalograma, etc.) para transmutarlas en una complexión que sonoriza su propia e irrepetible singularidad en el mundo.

 

Luis Arroyo, 2012

 

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