Fabián Salazar: Simulaciones de la herencia. Por Martha Durán

Heredero es el que descifra, el que lee. La herencia,

más que una donación, es una obligación de la hermenéutica.

Heredero es el que, gracias a la fulguración de un desciframiento

se apodera instantáneamente de un saber.

 

Severo Sarduy

 

Desde el mismo instante en que comenzamos a leer-percibir el mundo, inauguramos también nuestra existencia bajo la demanda desafiante de una forzosa apropiación de un legado que nos es dado interpretar, ya sea para negarlo, afirmarlo o cuestionarlo. Y es en la exégesis de ese legado de experiencias, imágenes y tradiciones, tanto sociales como familiares o íntimas y personales, que nos convertimos en herederos. La idea del predominio de lo matriarcal como acuerdo social, circunscrita casi exclusivamente al conjunto de las relaciones domésticas, es una de las construcciones simbólicas que forman parte de esa herencia que precisa ser descifrada por el sujeto, para cumplir así con el mandato esencial que lo convierte, automáticamente, en heredero.

Partiendo – en gran medida – de esta idea de lo matriarcal y sus diferentes formas de manifestarse, donde el poder de la mujer reside, sobre todo, en su cualidad de generar vida, la obra del artista zuliano Fabián Salazar enuncia, convoca y redirecciona esta noción hacia la construcción de representaciones ficcionales del origen, la reproducción, el retorno, lo cíclico y la multiplicidad, para declarar su postura personal acerca del arte. Esto es, la obra que parte de determinados elementos simbólicos relativos a la madre, a lo femenino, como referente primario, para luego adquirir cierta independencia de este referente al transformarse en objeto-obra que significa en sí mismo. Ha desaparecido entonces, en el trayecto de ese proceso creativo personal del artista, su referente primario, fundando ahora una cosmogonía íntima, subjetiva, intransferible. Ya advertía Derrida que la única forma de confirmar la herencia, es apropiarse de ella transfigurándola: “La imposición misma (nos dice siempre: elige y decide dentro de aquello de lo que hereda) no puede ser una sino dividiéndose, desgarrándose, difiriendo de sí misma, hablando a la vez varias veces – y con varias voces –“.

 

Esta transformación de la herencia, se manifiesta entonces como un acontecimiento de la percepción desde un acto de simulación del referente primario, para desajustarlo y proponer una nueva realidad. “El percibir tiene la forma de llevarse a cabo del ‘decir’ de algo como algo. Sobre la base de ese interpretar en el más amplio sentido se convierte el percibir en determinar” (Heidegger). Tanto la realidad como el imaginario personal, subjetivo, del artista, se enfrenta con lo heredado (hábitos, saberes o experiencias transmitidas), para dar paso a un universo otro, donde la obra es ahora autónoma.

Así, la herencia matriarcal y sus posibles representaciones, se convierten entonces en una suerte de pretexto para la concepción y producción de un discurso otro. En otras palabras, el discurso que antecede a la obra, el de la herencia, es el (pre)texto para la construcción de un nuevo relato, una nueva narrativa visual constituida por la relación dialógica entre cada una de las piezas que – en una especie de deriva – conjugan, reiteran o dislocan ciertas formas o figuras primarias: el óvalo, el círculo, el cuadrado, el rectángulo y la línea recta.

El conjunto de piezas que conforman la muestra “Simulaciones de la herencia”, toma como figura predominante el óvalo, pero donde éste se presenta despojado de la rigidez geométrica, de la simetría exacta, dibujando – a partir del color, el bordado y el corte de la tela o el papel – el borde irregular o deformado, estableciendo una especie de tensión a partir de la línea que se resiste a seguir el trayecto predecible de la figura justa o precisa, revelando ciertos puntos de fuga, desvíos o anomalías que dan la sensación de que la línea intenta un escape, una salida. Pero esta rebeldía de la línea se desvanece al verse forzada a completar su recorrido, cerrando la figura, borrando el principio y el fin de ésta, haciendo que cualquiera de los puntos que conforman esa línea pueda ser ese comienzo o fin.  Y es en esas anomalías, en esas irregularidades, donde se expresa la fractura, la ruptura, el alejamiento con el Uno, con la unidad (como sí ocurre con el círculo y el fácil hallazgo de su centro). Situación que se repite también en el cuadrado o el rectángulo, donde las esquinas redondeadas o deformadas revelan de nuevo la separación, la ambigüedad, el trazo propio de la simulación. No se trata de un óvalo, de un círculo, de un rectángulo, de un cuadrado: es más bien la simulación del óvalo, del círculo, del rectángulo, del cuadrado. La imprecisión e irregularidad del contorno de estas figuras y su carácter intencional, dibujan la parábola del niño que aprende a sostener el lápiz, devolviéndonos al origen para configurar la metáfora de todo lo que nace para cumplir su ciclo, siendo así simulaciones de su naturaleza originaria. Es la “reapropiación” de las imágenes simbólicas del ser, pero para resignificarlas, para duplicar también sus sentidos justamente donde se cierra el ciclo: en el ojo del espectador, en la percepción.

Las situaciones construidas en estas piezas de Fabián Salazar, nos llevan entonces a los orígenes míticos de esa herencia transfigurada, una cosmogonía del ser que parte de la madre – pues no podría partir de otro lugar – desde de la imagen borrosa del óvulo/óvalo, para hacer de esa exigencia primera, de esa imposición que es el legado, un discurso, una narrativa del simulacro, donde se intenta traspasar la apariencia para ambiguar esa continuidad ontológica.

Pero para evitar la dispersión, el derramamiento que socava la unidad y la cohesión del discurso, se apela a los elementos recurrentes, reiterativos, que quiebran el desvarío, la deriva, y lo retornan al conjunto. Nada es más efectivo para (re)establecer la cohesión del discurso como la repetición. Esta reiteración, en sus diferentes variantes: la insistencia de la forma ovalada, el carácter repetitivo de la puntada en el bordado, el uso reiterado de los mismos tres pigmentos propios de la coloración histológica (pap–mart, hematoxilina y azul de metileno), restablecen el continuo, el equilibrio, el orden, y, sobre todo, otra vuelta al origen a partir de la idea de la reproducción.

Por otro lado, las piezas constituidas por la técnica del bordado sobre tela, dibujan (desde la repetición de la puntada) no tanto la figura como el regreso al hogar, a la herencia doméstica de lo materno, siendo también una escritura de la afirmación del ser que asume el legado, el (pre)texto que lo lleva a ser obra. Pero, aunque en esa simulación del acto de bordar, en su actuar simbólicamente como reminiscencias de lo maternal, hay también una ruptura que se evidencia en el hecho de estar despojado de su carácter utilitario, llevándolo al ámbito de la reflexividad, donde – paradójicamente – deja de significar lo que dicta la tradición para instaurarlo definitivamente en la dimensión de una escritura por la escritura, del arte por el arte, revelando el engaño que lo separa de su sentido originario.

Martha Durán

 

Texto de sala de la exposición Simulacros de la herencia de Fabián Salazar presenta en Al Borde del 27.10.2012 al 24.11.2012

 

*Agradecemos a AL BORDE por el texto y las imágenes

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