Dinamitar la mirada boba: Apuntes a partir de la obra performática de Érika Ordos. Por Luis Angel Barreto

Del Caño a la Sucre
2009
Fotoperformance
Fotografía: Henry Rojas

Es bastante significativo que aún existan acciones o imágenes que llamen nuestra atención, gestos que hagan trastabillar nuestra inercia al enfrentarnos al mundo circundante. Día tras día va enmoheciéndose nuestra sensibilidad ante las cosas, y constantemente necesitamos experiencias que la higienicen y le quiten el olor rancio a nuestros sentidos. La caraqueña Érika Ordos es una de las que se ha dedicado a practicar esta ablución inicial siempre imperiosa. Pero ella va un poco más allá. A mi parecer, su intención es practicar una intervención en el acto de mirar, realizar una incisión en los ojos del mirante, violentar la esterilidad y la mutilación de nuestra manera de relacionarnos con lo otro; relación que ha creado queloides que la limitan o anulan. Para lograr esto, ha ejercitado el arte de la acción, la performance, con la cual logra una interacción la mayoría de las veces polémica, abrupta.

Intervenir la mirada

 Es de esperar esta polémica; es hasta deseable que se presente ya que es así, en la fricción y en lo áspero, como  puede empezar a desquebrajarse la gruesa película que cubre nuestra manera de estar, que la mantiene viciada y operada por el prejuicio. Un gesto aparentemente simple de colocar un cuerpo desnudo al lado de la estatua ecuestre de una plaza pública genera en el espectador desprevenido una confusión tal de referentes que se traducirán en un rechazo visceral de tan abominable hecho. El desorden, la anarquía creada por el gesto de juntar frente a nosotros cuerpo y estatua, crea una perplejidad pueril, la del niño que al no entender lo que sucede responde con una risa nerviosa o con la burla y el señalamiento con el dedo índice. Aquí pasa que se ha intervenido la propia mirada del espectador, se ha interferido el paisaje, se han mezclado elementos vivos pertenecientes a ámbitos totalmente distintos: la normalidad y la pálida solemnidad de la estatua de un prócer en la invisibilidad del paisaje conocido, de lo que siempre ha estado allí; y, por otro lado, la fortaleza de un cuerpo femenino real y desnudo, con toda la carga subyugante que posee, con su carga sexual y con todas sus particularidades expuestas.  Se ha accionado todo un mecanismo de sensaciones remotas, intensas y contradictorias que ha invadido la cotidianidad, ha roto la regularidad del día. Se ha creado el caos.    

Intervención al ser del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas
Fotoasalto
40cm x 53cm
2012
Caracas
Fotografía: Rafael Serrano

El aquelarre de la desnudez

La desnudez tiene muchas connotaciones, algo tan natural y cercano como un cuerpo desnudo puede llegar a significar un alboroto mayúsculo cuando abandona el ámbito al que ha sido recluido: lo privado, lo oculto. Occidente relegó la contemplación del cuerpo a un ámbito cerrado, a las salas sanitarias, a los prolegómenos del sexo, las artes plásticas, o a las salas de disección. Sin embargo, la desnudez en las afueras no es extraña, es sólo estigmatizada con un grado muy alto de falsedad. La desnudez fue exiliada de lo público. Por lo tanto, la superposición de lo privado en esos espacios está proscrita por el griterío que causa. Ese sencillo hecho es una peligrosa caja de pandora, ese cuerpo expuesto se convertirá en una invocación de fuerzas oscuras, una reunión de brujas, un aquelarre. Este cuerpo allí, en la plaza pública, se convierte en un Cid Campeador, aquel temido guerrero que muerto era exhibido como un estandarte de poder que atemorizaba a los enemigos. Así, esta mujer en su aparente inocuidad, se convierte en una afrenta, casi una declaración de guerra para muchos espectadores.  

Nuestro origen excrementicio

La propuesta de Érika Ordos va, ciertamente, más allá de estas intervenciones del paisaje. Aunque estas apariciones le han otorgado notoriedad por haber sido reseñadas en diversos medios y haber desatado muchos comentarios y censura en las redes sociales, es cierto que no a todo el mundo le parece ofensivo este tipo de actos. Muchas personas con la mirada más desprejuiciada disfrutan de estas iniciativas y lo que causan en los desorientados asistentes. Ella lo sabe. Pero las acciones de Ordos tienen también un espacio de experimentación más íntimo, más corpóreo, un espacio introspectivo en el que se permite iluminar lo subterráneo de la corporalidad, aquello que hace ruido y aparece sólo en las soledades cotidianas. Hablo de lo escatológico, de lo excremental. Aquí se cruza una línea en la que lo más común es la repulsa.

Si para el mundo occidental la desnudez ha tenido un papel protagónico en la representación artística, hay que decir que, en cambio, sus desperdicios no. Han permanecido en las sombras, en el terreno exclusivo de ritos religiosos de comunidades culturales aparentemente remotas. Existen registros etnográficos de  ceremonias coprofágicas, devoción a coprodivinidades, uro-orgías, uromancia, entre otras prácticas ancestrales (Bourke). Es necesario tener presente que los excrementos humanos han formado parte de ceremonias religiosas de muchos pueblos, de su higiene e, incluso, su alimentación, aunque esto nos escandalice  y vaya en contra de nuestras actuales costumbres civilizadas y pulcras. Este rechazo, según Freud, responde a nuestra aversión por todo aquello que nos recuerde nuestro origen animal y tiene su origen en el momento en que nuestro olfato dejó de estar a la misma altura de nuestros genitales, es decir, cuando nos erguimos. El niño en sus primeros meses de vida no siente ninguna vergüenza por sus excrementos; de hecho, su manipulación  puede significar una fuente de placer y de autoafirmación. La presión de los padres y de la sociedad va cohibiendo estos instintos hasta, en muchos casos, llevarlos a extremos patológicos de represión, pudiendo ocasionar neurosis y frustraciones que afectarán toda la vida adulta.

Del Caño al 23
2009
Fotoperformance
Fotografía: Henry Rojas

Así, la sangre menstrual, la orina, o las vellosidades concentrarán la atención de las performances de Érika Ordos sin ningún tipo de reparo, teniendo como consecuencia que su cuerpo se convierta para quien mira en una “masa de orificios y apéndices, detalles y superficies táctiles…” (Schneider), en un ejercicio de exposición aguda que logra herir las miradas de los espectadores-participantes,  forzando las fronteras que han levantado con el pasar de los años. Provoca un desarreglo en los territorios de lo erótico, lo vulgar, lo sugestivo y lo desagradable, teniendo como resultado el desconcierto.  Esto me recuerda una conocida performance de la estadounidense Annie Sprinkle, en la que frente a una gran concurrencia se desnudaba; luego, invitaba al público asistente a que miraran su cérvix utilizando un espéculo. Lo que al principio prometía ser una exhibición pornográfica, termina desbaratándose hasta convertirse en un gesto de auscultación ginecológica, desdibujándose así el impulso inicial. Algo parecido sucede cuando miramos demasiado cerca una imagen de gran formato: es muy difícil reconocerla ya que sólo vemos granos o pixeles.

Las lanzas del mirar

Quien está del otro lado, el que mira, el espectador, esa otra mitad sin la cual lo que sucede se convertiría en una experiencia solitaria, puede adoptar diferentes actitudes. La performance demanda públicos activos, que participen y ordenen lo que está ante sus sentidos. Ordos necesita fisgones a su alrededor, mucho mejor si están dispuestos a mirar aquello a lo que no están acostumbrados. Esto no es fácil. Es más común hallar simples voyeurs timoratos, escondidos dentro de un caparazón de hicotea, agazapados, invadidos por la consternación de ser testigos de algo siniestro, con la intranquilidad de quedar expuestos en su contemplación. Es así como la acción se impone, el hecho se transforma en un ritual esotérico que asusta, que causa pánico. Es así como supongo que muchas de las propuestas como la de Ordosgoitti pueden llegar a parecerse a la labor de las brujas.   

Por otro lado, hay que decir que hay miradas duras, indagadoras, curiosas, que son como la proa de un buque rompehielos, que avanzan, que colonizan. Así son algunas maneras de mirar, que llevan lanzas, que punzan, tocan casi más que las manos. Poseen, desollan, copulan con lo efímero, con la corta duración de una performance, con un cuerpo que desaparecerá en breve, después de dejar el espacio enrarecido, oloroso a gente viva: corporalizado. Quedan reverberaciones de un cuerpo en los sentidos.

Intervención mixta tukipunk a una flor para el desierto de Otero
Fotoasalto
40cm x 53cm
2012
Caracas
Fotografía: Rafael Serrano

Devolver el cuerpo a los habitantes

Una buena performance tiene el poder de la presencia, del estar ahí. Es una manifestación en tiempo real; en espacio real, en el mismo espacio, no otro construido para la representación artística, no otro diferente allá sino en mi mismo plano, en mi simultaneidad. Ocurre. Y no habrá registro fotográfico que lo recupere tal cual, ya pertenece a la memoria de los cuerpos, ya estará desperdigado entre quienes la presenciaron. Ocurrió algo si agitó, si logró exponernos en nuestra extraña manera de ser tan llena de harapos. O si fue por lo menos colutorio de la mirada y vuelta hacia nosotros mismos, los que alguna vez fuimos humanos y tuvimos un cuerpo que emitía señales de vida. Los que alguna vez disfrutamos de nuestras funciones y nuestras partes. Los que éramos capaces de mirarnos el cuerpo sin asco. 

 

Notas al margen

Érika Ordosgoiti. Caracas.

Nota 1: mencionar su parecido a aquellos insectos (mimetizándose algunos) que pueden estar largos períodos inmóviles en un rincón de la casa (ciudad) dejándose mirar, sin darnos cuenta de que somos nosotros los observados.

Nota 2: genitalizar la ciudad, desgenitalizar el cuerpo, regenitalizar la mirada.

 

                                                                                           

 

Otros materiales consultados

Bourke, J.G. Escatología y civilización. Guadarrama.

Cortázar, J. “Homenaje a una joven bruja”, en Territorios. Siglo XXI.

Freud, S. El malestar en la cultura. Alianza.

Lebel, J.J. El happening. Nueva Vision.

Schneider, R. The explicit body in performance.

 

Fotografías: Erika Ordosgoitti/Oficina #1

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