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MAL: el archipiélago. Por Ángela Bonadies

Te escribo desde el fin del mundo. Es necesario que lo sepas. A menudo tiemblan los árboles. Recogemos las hojas. Tienen una increíble cantidad de nervaduras. ¿De qué sirve? Nada queda entre ellas y el árbol. Nosotras, molestas, nos dispersamos.

Henri Michaux

Miranda en La Carraca. Arturo Michelena.1896

Quizás es oportuno que nos apeguemos a los extraños juegos y comunicados que surgen del lenguaje y las letras, porque hay toda una estrategia en la que siempre caemos: muy seguros de que el cambio definitivo se avecina, vemos cómo el cambio paulatino se impone. Ganamos (para incluirme en un colectivo desigual, abstracto, pero decidido) tres gobernaciones. Ganamos MAL: Miranda, Amazonas, Lara. BLAM habría sido un golpe ablandado por el sonido cálido de la L, pero un golpe. Con las mismas iniciales LAMB lo interpretaría como un llamado desde el mundo anglosajón a los dulces corderos inspirados en el cambio. Pero nos quedamos con el silencio de B, siempre asaltado, en el triángulo de MAL: el archipiélago de enfrente. Desde donde vemos pasar el país, navegando a gusto en su marea roja, eligiendo la profecía maya como destino. Ni siquiera pudimos marcar la Z de cierto zorro viejo. Nos quedamos como ausentes, esperando desde la otra orilla noticias de un país que recuerda ese “lejano interior” del que hablaba Michaux: “¿También fluye el agua en tu país? (No recuerdo si ya me los has dicho).”  Y un tal pluma se levanta y nos mata de un plumazo, con tinta roja, algo sangrienta, como un manchón. Nuestra visión lejana evoca también ese poema de Wislawa Szymborska, La Pologne, porque somos algo de eso, un país inexplicable sobre el cual, a un extranjero, solo podemos decirle: “pas de tout” -en resumidas cuentas- o en nuestra más larga redacción: nada de lo que usted piensa. Somos todo lo contrario.

Miranda en la Carraca (video stills) | DVD 4:3 | 25’15″ | 2007. Imagen: Iván Candeo

Y nuestro Miranda, como por una profecía michelénica y maquiavélica, siempre en la Carraca y de ahí, expatriado a la cayapa. Miranda mirando siempre al frente, con cara triste, recostado, nuestro única obra-emblema, del XIX, que será sustituida quién sabe por cuál del XX. Pero allí está: la capitulación de Miranda y la de Michelena, igualadas en un gran retrato. ¿Cuál otro podría ser nuestro emblema? El artista virtuoso que salta hacia atrás el charco de las contradicciones y se instala en un conservador estado de representación. Al servicio, finalmente, del cacique de turno de nuestro rico conuco con bandera. El retrato de un visionario preso: imposible mejorar la descripción de un país que hoy vemos. No sin tino es la imagen elegida por Iván Candeo para ser comida por las ratas. Una y otra vez, el loop contínuo de un país que se devora y encierra sus visiones de futuro, parte y contraparte de otro video de Candeo donde recorre el 23 de Enero a lomo de caballo, como una vuelta más a la retórica campo-ciudad, a la aparente contradicción de civilización y barbarie. Una gran y terrible carcajada y un gritico de atención dedicado a todos aquellos que hablan de una extendida modernidad que no es más que otro archipiélago de enfrente o, para usar el título de un libro de Bauman, un archipiélago de excepciones.

“El sueño de la razón produce monstruos” Francisco de Goya, S. XVIII

Sería, sin duda, hermoso hacer un libro y que cada una de sus páginas sea Miranda en la Carraca. Me toca hacerlo. Nuestra historia social y política resumida en un cuadro, estático y magnífico; entregado. Es una traducción venezolana de “El sueño de la razón produce monstruos” de Goya. Pero sin texto. Sordo, mudo, el Miranda nos ve sumido en el mayor de los aburrimientos: el de la falta de interlocutores. Pasamos las hojas de un libro en el que sólo él se expresa y dice, vigoroso pero encerrado, lo que más duele: nada. No hay un secreto encriptado como en la Natividad mística. No hay una calavera escondida en una anamorfosis. No hay monstruos negros en la casa de un sordo, ni un par de reyes reflejados en un espejo cuarteado. No hay un mesías verde y putrefacto, ni caballos y manos rasguñando el aire a la luz de un bombillo. Incluso, no hay odio, sino inercia. Aquí todo se ve y nada se escucha: ese gallo del que hablaba Montejo en sus Partituras de la Cigarra. “El tono profundo y civilizado de Eugenio Montejo era la refutación diaria de la gritería oficial” -dijo Alejandro Rossi. El visionario callado. Miranda no nos dice nada, seguro escribe, porque no hay quien lo escuche. Todos están ocupados en conservar o ganar un estatus. Pobre Miranda, nuestro verdadero anti-héroe. Traicionado, una y otra vez: cada vez que pasamos la página. Podríamos dedicarnos a estudiarlo y al final, quizás, escuchar ese “pas de tout” de la querida Szymborska. “Para nada” –diría Francisco.

En ese mundo de las visiones sordomudas es donde creo que nos encontramos. Incapaces de oír, de escuchar al otro, de adentrarnos. Porque finalmente, como en  Plume de Michaux, “quien mata a su loco muere sin voz” y estamos afónicos clamando por Miranda.

 

Ángela Bonadies, 2012

 

 

 

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