Inventario. Por Sandra Pinardi

 

Las obras de Dulce Gómez reflexionan sobre el hacer –y el acontecer- de lo pictórico, sobre sus procesos y operaciones, sobre sus diversos modos de decir y sus medios de constituirse, sobre eso que Merleau-Ponty llamaba su “ciencia secreta”, es decir, esa aptitud que tiene lo pictórico para ser una voz muda –un decir de los cuerpos, pre-conceptual- capaz de develar la estructura misma del acontecimiento de lo visible. Por ello, en sus obras las formas visibles –líneas, colores, círculos- operan a la manera de ideas encarnadas y dinámicas, a la manera de un tipo particular de logos que, haciendo estallar cualquier formalización previa, se disponen sobre los soportes apropiándose de ellos, convirtiéndose en los “sujetos” de su propio desarrollo, de su deriva, para afirmar cómo, más allá de las intencionalidades conscientes, es desde las relaciones dinámicas que se establecen entre esos elementos que la escena del mundo se hace presente, se constituye. Estas formas visibles que se apoderan de los soportes, que se encuentran y crecen, que dialogan y se enfrentan, constituyen entonces una suerte de relato –una escritura- en el que la imagen registra y delata –descubre- su proceso de elaboración, haciéndose rastro de sus transformaciones y variaciones, de su devenir. Gracias a ello, cada imagen es siempre un momento inaugural, una ocasión para que se concreten entre las formas una multiplicidad de conexiones inéditas.

 

 

En este sentido, la exposición Inventario es, a la vez, el apunte y el examen –el sumario- de un trabajo prolongado en y con la imagen, en el que Dulce Gómez se fuga con su propio ejercicio pictórico, permitiendo que se vinculen libremente las “estructuras previas imaginadas” con el crecimiento autónomo que imponen por sí mismos los elementos formales, para ofrecernos unas piezas (dibujos o pinturas) en tránsito –entre la figuración y la incertidumbre-. En efecto, dejándose llevar por sus hallazgos imprevistos, por las fugas y aperturas desde y con las que ese logos propio de las formas se le hace presente en los soportes, y a lo largo del proceso de trabajo, Dulce Gómez permite que en cada obra encarne un aspecto particular de su propio asombro ante las resonancias y conexiones que organizan el mundo de lo visible. La “ciencia secreta” de la pintura tiene que ver, justamente, con esa com-prensión del ordenamiento del mundo, que se “prende” a él –y se lo apropia- en el entramado de conexiones formales y cromáticas que lo estructuran visualmente. Por ello, hay algo primordial, originario, en estas imágenes dinámicas que se constituyen liberándose, y que tensas exceden sus propios límites, su encuadre: algo que tiene que ver con ese pensar que anida en acciones y ejecuciones, ese pensar que es cuerpo y práctica, que se expresa y se expone como el rastro de sus propios gestos evasivos. En estas obras, las líneas y colores, así como las figuras y veladuras, en su reiteración formal y en su inesperada armonía compositiva, son una exhibición –siempre transitoria- de la plenitud y la alegría de lo visible: del hecho asombroso de que elementos y cosas, absolutamente disímiles y ajenas, pueden convivir y comparecer atendiéndose mutuamente y conformándose como unidad. En efecto, este Inventario –a medio camino entre el inventar y el catalogar- funciona como una disertación acerca de las confluencias y tensiones que actúan entre las conjeturas racionales y estructurales, y las grietas y aprendizajes que fuerzan las eventualidades, el azar.

 

 

 

En términos plásticos, este Inventario, que visualmente se compone de cuatro “familias” de obras –de cuatro figuraciones-, se trama y se realiza a partir de dos claves, por una parte, una imagen que se realiza –y se instala- en un “doble marco” y que gracias a ello se constituye como una escena intersticial –una medialidad-,  y por la otra, un discurso plástico que se apropia de los señalamientos del “collage” y que obliga a esas escenas mediales a conformarse como huellas de un proceso, a la vez, inacabado y porvenir.

 

 

El “doble marco” implica el emplazamiento simultáneo de la imagen construida en dos ámbitos, en dos registros: uno el de lo que Dulce denomina la “imagen previa” (y que define como: “una conexión entre un pensamiento o idea sobre un objeto en relación dinámica con otro”), a saber, un registro ideal, de la razón, la imaginación y sus deseos, y otro el de los soportes y la deriva misma de las formas en el acto de su realización, a saber, un registro fenoménico. Ambos registros están a la vez determinando, en una especie de dialéctica irresuelta e infinita, la constitución de las imágenes, reafirmándolas en su carácter tenso y dinámico, como unos lugares –escenas- capaces de vincular el ámbito de las ideas con los ejercicios indómitos de los cuerpos. Este doble marco es, a la vez, reiterado por Dulce en las obras mismas, con la inclusión o sugerencia al interior de las obras de un recuadro, de un momento de ausencia –de un vacío o un encuadre- entre la imagen propiamente dicha y el límite del soporte.

 

 

 

 

Justamente en la inclusión de ese recuadro, de esa marca contentiva y concentradora, la imagen se hace un “artefacto poético” –lugares de vínculo- en el que los elementos formales trazan y proyectan territorios de coincidencia, intersticiales, en los que de forma inquietante se congrega lo pictórico –lo visual- con los espacios evasivos del mundo, de las experiencias. Una poética propia del “collage” en la que las oposiciones y dualidades se desarman para convivir, en el que la fragmentación y la acción lúdica abren la imagen a su exterioridad, tanto a lo que la antecede: su ejecución y sus descubrimientos, como a lo que la rodea: el mundo real o imaginado del que se nutre y que concreta.-

 

Sandra Pinardi

Junio 2014

 

Exposición Inventario Dulce Gómez

Del 15 de junio al 20 de julio 2014

Carmen Araujo Arte

Secaderos La Trinidad

 

*Agradecimientos a Oriana Hernández por el texto y las imágenes