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Venezuela Outside (nota). Por Félix Suazo

suwon-lee_el extranjero 2006

Suwon Lee. El extranjero, 2006

 

Una de las fallas endémicas del arte venezolano ha sido la de su escasa difusión internacional, exceptuando las accidentadas presentaciones que se han producido en el Pabellón Nacional de la Bienal de Venecia y las ocasionales exposiciones dedicadas a personalidades locales, principalmente adscritas al abstraccionismo geométrico en espacios museísticos foráneos. Aparte de eso, están las no tan representativas exposiciones de embajadas y las encomiables iniciativas que desde hace varios años llevan a cabo algunos artistas a partir de sus propios esfuerzos. Dos son los argumentos más frecuentes para explicar esta situación. El primero asume que el gobierno no apoya la difusión internacional del arte local. La otra hace recaer la responsabilidad en los artistas, bajo el supuesto de que sus lenguajes son aun muy locales o epigonales. Desde nuestra óptica, ninguno de estos dos criterios son suficientes para esclarecer la cuestión, aunque son elementos a considerar.

En las siguientes reflexiones nos proponemos enfocar el asunto desde la perspectiva investigativa, acaso porque ni dentro ni fuera del país se ha conseguido configurar una visión articulada de lo que hacen los artistas venezolanos. He aquí entonces, el primer problema a resolver: ¿cuáles serian los rasgos distintivos de las producciones visuales en el país? Dicha pregunta, por supuesto, no busca eso que llaman “identidad”, pero si los aspectos programáticos (en caso de que los haya) que orientan las prácticas creativas en nuestro entorno y cómo estas dialogan con el contexto donde tienen lugar.

A nuestro juicio, esta es una pregunta decisiva y aglutinante, en la medida en que prefigura un horizonte propio para los comportamientos creativos que, contra todo pronóstico, han mantenido un vigor incuestionable. Sin embargo, hay que reconocer que desde afuera la cultura visual venezolana es poco menos que invisible, en la medida en que apenas se vislumbran unos pocos nombres, sobre todo aquellos cuya trayectoria se ha desenvuelto en el extranjero. Lo demás no existe o no se ve como un cuerpo articulado a un programa intelectual reconocible, pese a que desde hace varios años hay obras y artistas venezolanos rodando por los circuitos internacionales como sucede con las propuestas de Javier Téllez, Arturo Herrera, Alexander Apóstol, Meyer Vaisman, Alessandro Balteo y José Antonio Hernández-Diez, entre otros.

 

Esperanza Mayobre. Inmigrante del mes, 2007 (izquierda) / Marco Montiel-Soto. Forma 3 (South América). De la Serie Mundo inflable desinflado, 2009 (derecha)

 

Saltando la cuestión de la falta de apoyo de las instituciones estatales, sin duda un factor muy influyente en esta situación, quedan a la vista otros elementos a considerar, destacando entre ellos la ausencia de un aparato teórico que acompañe estas proposiciones. Cómo y para qué se construye un aparato teórico semejante es algo que nos proponemos ventilar aquí, visto el caso de que existen los artistas y las obras, algunos con una presencia destacada en el ámbito internacional.

A la fecha, lo que no queda definido son los móviles ideo-estéticos desde y hacia los cuales se proyectan estas iniciativas creativas. Claro, siempre hay la posibilidad de que nuestra premisa de trabajo – la percepción internacional del arte venezolano – no corresponda con la atomización de las expectativas difusoras de los circuitos globales, a los cuales concurren individuos y prácticas de distinto origen, pero todas reguladas por cuotas de representatividad muy limitadas.

En cualquier caso, el asunto, según algunos colegas con los cuales hemos comentado el asunto, no se reduce a “cómo nos ven los de afuera” sino a “como queremos ser percibidos” y es allí donde tiene sentido la generación de un aparato reflexivo más o menos coherente sobre el arte venezolano. No se trata solamente de los necesarios y cada vez más escasos estudios historiográficos, sino de la determinación y discusión de los ejes conceptuales que movilizan, sustentan y dan contexto critico a estas proposiciones. ¿Es esto posible? ¿se pueden establecer líneas o nociones aglutinantes sin caer en los juicios identitarios de corte sustancialista? ¿cómo fundamentar una perspectiva de lugar en una era heterotópica en la cual el artista puede estar en cualquier parte?

 

Juan José Olavarría. El Ávila desde La Alameda (detalle) 2009 2012

 

Ya en la década final del siglo XX los estudios desarrollados por especialistas locales, habían logrado identificar algunas invariantes – el paisaje, el cuerpo, la retícula- a partir de las cuales desplegar una genealogía del arte en Venezuela que cristalizó, no sin polémica, en la exposición La invención de la continuidad (Galería de Arte Nacional, Caracas, 1997). Aun con algunas omisiones significativas – por ejemplo, la ausencia de los informalismos-, la propuesta permitió confrontar ciertos rasgos singulares de la escena artística nacional.

Para los primeros años del siglo XXI, en medio de las modificaciones socio-políticas experimentadas en el país, esas categorías mantuvieron una vigencia relativa, considerando que ya no solo se trataba de la revisión crítica de los postulados modernos, sino del reordenamiento del circuito artístico y de la emergencia de nuevos problemas relativos a la construcción de la memoria, la violencia y las representaciones del poder. En síntesis, estamos hablando de otro país, que aun emplazado en el mismo territorio, ahora se identifica con otras banderas, retornando selectivamente al pasado independentista para justificar los planes oficiales. Y a otro país corresponde –consecuentemente- otro tipo de arte, o por lo menos, otra manera de interpretar su significado. Desde este quiebre es que estamos formulando la pregunta acerca de cómo se percibe o, más propiamente, cómo queremos o deseamos que sea evaluada la escena artística venezolana.

En ese otro país, gran parte de los artistas de diversas generaciones desarrollan su trabajo en una doble diáspora, interior y exterior. Dentro: en los circuitos independientes. Fuera: en diversas latitudes, sin que por el momento se haya podido establecer la orientación conceptual de ese itinerario, excepto la obvia pulsión de escape frente a un entorno adverso. Esto significa que la proyección de estas prácticas y su interpretación están más sujetas a las contingencias propias de una situación-país desfavorable que a un programa estético, lo cual no es un argumento marginal sino un problema central en la sustantivación crítica del tema que tratamos.

Si hablamos de la diáspora endógena, hay que considerar que en un período reciente se ha producido una redistribución forzada de los lugares de exhibición, acompañado de un conjunto de tópicos emergentes que no han ingresado plenamente a las instituciones oficiales, manteniéndose en los espacios independientes. De allí se desprende uno de los aspectos inéditos del arte actual en Venezuela, relacionado con el tema migratorio, ahora enfocado desde la perspectiva del éxodo, cuestión novedosa que contrasta con el énfasis que tuvo en otro tiempo la “vuelta a la patria”.

 

José Antonio Hernández-Diez. Petare 2009, 2009

 

Una nación que, aun después de la independencia, se mantuvo aferrada al mito edénico de ser una “tierra de gracia”, dotada de innumerables riquezas naturales, que se veía como horizonte de sí misma, ahora ha empezado a mirar en otras direcciones, lejos de sus costas, más allá de un ambiente exasperante, como buscando la salida a la violencia cotidiana, a la escasez y la polarización política. La cornucopia convertida en cesta vacía, en contenedor de ausencias y resentimientos.

La circunstancia descrita no es sino el síntoma de un malestar más severo, a partir del cual se ventilan asuntos relativos a la inseguridad personal, el patrimonio iconográfico de la nación, las contradicciones discursivas del poder y el contraste entre las utopías de emancipación y su implementación oficial, entre otros aspectos. Algunos de estos temas tienen precedentes en otros momentos de nuestra historia artística, pero encuentran matices diferentes en el modo de manifestarse, mientras otros surgen como respuesta a los cambios que se han generando en la sociedad venezolana en el periodo reciente.

 

Nayari Castillo. Negrura o El temperamento caribe no da para ser Alfonsina, 2004

 

En otras palabras, en los últimos años el arte venezolano se hizo más autoconsciente de sus implicaciones cívicas y de su capacidad para formular preguntas en torno a los asuntos comunes. Pero también, se ha reconocido en la orfandad institucional y conceptual de una sociedad cada vez más desarticulada, donde el arte –dentro y fuera- ha sido abandonado a la deriva.

Dicho lo anterior, dejo anotadas varias preguntas para futuras reflexiones: ¿pueden los investigadores de los museos venezolanos plantearse el tema de la proyección internacional del arte venezolano? ¿les interesa a los investigadores independientes activos en el país reflexionar sobre este asunto? ¿es factible que un tópico semejante entre en la agenda de los investigadores venezolanos que residen y trabajan en el extranjero? ¿pueden o quieren los artistas venezolanos abordar las implicaciones conceptuales que se desprenden de la circulación internacional de sus propuestas?

Caracas, julio de 2014

 

*Tráfico Visual se reserva los derechos de publicación de este texto.

 

 

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