Por Félix Suazo
Jesús Soto. Penetrable / Meyer Vaisman. Verde por dentro, rojo por fuera. Exposición “La invención de la continuidad”. Galería de Arte Nacional, Caracas, 1997
Color y control: RYB, RGB, CMY
Recientemente, los científicos han determinado que el modelo RYB (Red Yellow, Blue) –el sistema de organización y mezclas de los colores más utilizado por los artistas- conduce en realidad a efectos erróneos, avalando como referencia los modelos RGB (Red, Green, Blue) para los medios electrónicos y el CMY (Cian, Magenta, Yelow) para los impresos. El asunto no tendría la mayor importancia si no fuera porque toda la tradición pictórica occidental – esa que es objeto de reverencia por coleccionistas, estudiosos y aficionados al arte – no se hubiera fundado sobre los preceptos emanados del círculo cromático tradicional. Claro que la primariedad del rojo, el amarillo y el azul no tenía otro propósito que el de controlar racionalmente el empleo de los colores (Ver el Tratado de la Pintura de Leonardo Da Vinci). Una pretensión similar pero de alcance masivo es la que conduce a la creación del Pantone Matching System (PMS), un instrumento concebido para el manejo exacto de los diferentes matices en la producción de la pintura industrial para automóviles, casas, textiles e impresos.
Una vez catalogado, el color se hace legible y por tanto controlable, tanto por artistas expertos como por aquellos sujetos que sólo buscan una tonalidad agradable para pintar su residencia. Si ya antes, la ciencia del color parecía estar al servicio de los sagrados propósitos del arte, el PMS amplió las posibilidades de su uso doméstico. Pero las ventajas de este procedimiento han reducido al mínimo la aparición de tonalidades espontáneas o alternas a las prescritas por el pantone, homogeneizando la producción y el consumo del color. De igual forma, la respuesta al color se ha tornado cada vez más uniforme: el rosadito para el vestido de las niñas, el azul para el cuarto de los chicos, el amarillo satinado para la sala, el verde para los centros hospitalarios, etc. Esto último supone, ni más ni menos, que en la cultura actual el color es un sucedáneo para ordenar y controlar la vida de las personas.
Aunque parezca una deducción paranoica, ya Foucault había adelantado algo como esto al describir las técnicas empleadas por los estados modernos “para subyugar los cuerpos”. La efectividad de las sociedades actuales está directamente relacionada con su capacidad para estandarizar la producción y el consumo de bienes y servicios para un número cada vez más creciente de usuarios. Debido a ello, todo –o casi todo- está codificado con abreviaturas o cifras: las placas de los automóviles, los números telefónicos, las identidades, el dinero plástico, los precios, las patentes comerciales, los registros tributarios y hasta los colores. De cierta manera, el pantone es un instrumento disciplinario, diseñado para homogenizar el espectro cromático, aún cuando pretendamos que sólo se trata de un medio inocuo. Los modelos RYB, RGB y CMY -cada cual con sus respectivos pantones – son una metáfora de los mecanismos de administración del sentido, diseñados para hacernos ver el mundo a través de un “prisma” predeterminado.
Las cosas son del color que las pintan
Vivimos en un mundo plenamente matizado donde cada cosa existente, ya sea natural o artificial, animada o inanimada, viene acicalada con su propia tonalidad, cuestión que depende de la composición molecular de los cuerpos y de su capacidad para absorber y reflejar los rayos lumínicos. Aún así, la experiencia cotidiana nos advierte que “las cosas son del color que las pintan”, estableciendo de esta manera una disyunción entre lo sustancial y lo aparente. Ya en este punto, una superficie coloreada deja de ser un atributo esencial de la materia para convertirse en un signo; es decir, en parte de un aparato discursivo sujeto a una reglamentación. Visto desde esta perspectiva, el color es una unidad convencional de sentido, inserta en un sistema codificado, donde lo importante no es de qué color son las cosas sino qué es lo que significan.
En la actualidad venezolana, el uso del color tiene una fuerte connotación política a partir de la cual se expresan e identifican diversos grupos en conflicto. Dicho fenómeno abarca desde la discusión que se desató por la sustitución del vinotinto por el tricolor nacional en el uniforme de la representación deportiva local a los Juegos Olímpicos de Beijin en 2008[1] hasta la reafirmación del “rojo, rojito” como color distintivo del partido de gobierno (PSUV)[2], pasando por la disputa que se presentó entre las organizaciones Patria Para Todos y Nuevo Tiempo por conquistar la hegemonía del color azul[3]. Esto, sin olvidar que el blanco y el negro –una paradójica conjunción de todos los colores, ya sea por concentración lumínica o por sustracción química – constituyen un recordatorio de la controversia cívica: el blanco alude uno de los partidos dominantes de la era democrática (AD) y el negro se asocia a las manifestaciones de luto enarboladas como insignia de los grupos opositores venezolanos. Hay, claro está, colores ambivalentes como el verde que representa, al mismo tiempo, a la tolda Copeyana y al movimiento ecologista internacional. Algo parecido sucede con el propio rojo que, además de asociarse con el “rojito” del proyecto gubernamental que se desarrolla en Venezuela desde 1998, también corresponde con la imagen de una importante compañía de telefonía móvil.
Así, el color en la Venezuela contemporánea es un sinónimo de identidad y conflicto, y no sólo una expresión de sensibilidad estética, frente a la cual todos los individuos son iguales, independientemente de su estatus y/o condición social. Las fisicromías monumentales de Carlos Cruz-Diez, las intervenciones cromáticas de Juvenal Ravelo en barriadas populares y las mega estructuras coloreadas de Jesús Soto en los espacios arquitectónicos y urbanos, suponían una escena de actuación más o menos homogénea donde el color se ofrecía en su plenitud perceptiva, exento de maquinaciones extra plásticas. Hoy, los vestigios de aquella vibrante utopía se debaten entre la indiferencia y el deterioro. Aquellos colores ya no resplandecen como antaño; el hollín, el polvo y la falta de cuidados han hecho que estas estructuras pintadas acaben por mimetizarse con el paisaje de fachadas sucias, muros desconchados y viviendas sin frisar. Entre paredes manchadas, carteles publicitarios y ladrillos crudos, la carta de colores venezolana está sujeta a una codificación política donde la primariedad de los colores patrios adquiere los confusos matices de la retórica social.
De un lado, la sobriedad retinal y fenomenológica de las cámaras de cromosaturación de Carlos Cruz Cruz-Diez y la reconversión energética del color en los cubos y esferas virtuales de Jesús Soto. Del otro, la estrategia irónica y deconstructiva del Amarillo Sol KY7V68 de Héctor Fuenmayor, el color “crocante” de Sigfredo Chacon, el “rosado bravo” de Argelia “Brava”, el azul de los mosaicos recuperados por Alessandro Balteo en la Facultad de Arquitectura de la UCV para la obra “Pedacito de Cielo” y el “color contra curatorial” de Alí González. Obviamente, en estas propuestas el color pasa de su condición material a su dimensión sígnica, por lo cual la respuesta de las audiencias no es sólo biológica y subjetiva – ¿cómo podría serlo?- sino que aparece ideológicamente “matizada”, tanto en el caso de quines abogan por la pureza estética del color como en el de aquellos que, por el contrario, lo asumen como la prolongación conceptual de una doctrina más o menos encubierta, más o menos explícita.
Más allá de la instintiva cromática de los expresionismos y de la calculada exactitud de las proposiciones ópticas, el color vernáculo –ese que encandila e incomoda al ojo educado- se tiñe de tonos estridentes y combinaciones indiscretas, incapaces de ocultar la multiplicidad de intereses y humores que se agitan tras la superficie.
Lo que nos ha enseñado la reñida y jadeante realidad sociopolítica venezolana es que no hay un “color autosuficiente”[4]. Ni siquiera la óptica y la física pueden dar garantías de pureza en cuanto a lo que se refiere el color en la medida en que éste tampoco puede sustraerse a las variaciones e interferencias del entorno en el cual se encuentra. Digamos que la supuesta neutralidad del color no es más que otra pre-suposición ideológica que reniega de cualquier compromiso con lo real. Perspectiva desde la cual el color no expresa nada ajeno a su naturaleza material, proyectándose directamente sobre la sensibilidad, al margen de algún condicionamiento moral.
Sin embargo, tanto las superficies pintadas como aquellas no coloreadas ostentan una carga significativa imposible de eludir. Y esto es válido tanto para las edificaciones de techos desnudos que se diseminan en el perímetro y los intersticios de la ciudad moderna como para aquellas proposiciones visuales que retoman algunos de estos elementos para la articulación del discurso artístico.
Caracas, octubre de 2008
[1]Cfr. Se discutirá posible cambio del uniforme de “La Vinotinto”. 24 de julio de 2008. http://foros.cantv.net/forum_posts.asp?TID=30650 . También: Chavez quiere borrar color vinotinto del deporte venezolano. 23 de julio de 2008. http://www.elnuevoherald.com/deportes/futbol/story/248887.html
[2] Cfr. (VIDEO) Extractos del discurso “rojo, rojito” de Rafael Ramírez no divulgados antes. 23 de noviembre de 2006. http://www.aporrea.org/energia/n86964.html
[3]Cfr. PPT denuncia que Un Nuevo Tiempo irrespeta sus lemas y colores. Martes 08 de julio de 2008. http://www.radiomundial.com.ve/yvke/noticia.php?7616. También: PPT exige al Poder Electoral aclarar usurpación del color azul por Rosales. 09 de octubre de 2006. http://www.aporrea.org/actualidad/n84836.html
[4] Cfr. Color Fragmentado. Patricia Van Dalen. (Catálogo de exposición) Sala TAC. Abril-mayo 2008