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De territorios digitales y otras reflexiones

Por Ana Mosquera

 

“Mi territorio está hecho de preguntas”

 

Solemos pensar en el territorio como algo vinculado a la geografía, al espacio físico, o medianamente relacionado a los estado-nación, sin embargo, el término puede incluir múltiples dimensiones, hasta alcanzar la máxima abstracción. En este sentido, sabemos que distintas disciplinas han establecido distintos parámetros para definir un territorio, las ciencias políticas en función a las relaciones de poder, la economía con relación a la productividad, la antropología desde el valor simbólico, la sociología desde la relaciones sociales, la psicología desde la identidad subjetiva, solo por nombrar algunos.

 

A cero metros de toda orientación. Aplicación interactiva. Pasaporte para un artista

 

Una definición de territorio que me interesa en particular, emana del análisis naturalista de la etología. La etología propone que un territorio es un área socio-geográfica que no puede ser localizada objetivamente, ya que se constituye de patrones de interacción, a través de los cuales los miembros de un grupo adquieren cierta estabilidad y localización. Esta definición me resulta útil, como un recurso para la comprensión de lo que constituye un territorio digital, y en consecuencia, abrir la puerta a preguntas sobre nuestra localización dentro de este territorio, como lo habitamos y cómo podemos entender las intermediaciones e interacciones que allí se suceden.

La primera conceptualización del territorio digital no llega de la mano de la tecnología sino de la literatura, cuando William Gibson en 1984, lo diseña como un recurso literario para su novela de ciencia ficción Neuromancer. Allí, Gibson introduce la idea de Ciberespacio, como un territorio constituido de relaciones humanas dentro de una computadora y explica que el término era una herramienta conceptual, para poder justificar como los personajes iban de un sitio a otro sin tener que moverse, en la novela él lo define como :

“Una alucinación consensuada, que a diario experimentan billones de operadores legítimos en cada nación, por niños a los que se les enseñan conceptos matemáticos …. Una representación abstracta de datos que emana de los bancos de cada computadora en el sistema humano. Complejidad impensable. Líneas de luz que oscilan en el no-espacio de la mente, clusters y constelaciones de datos”

 

A cero metros de toda orientación. Aplicación interactiva. Pasaporte para un artista

 

Con la expansión de las tecnologías de la información el término ciberespacio, ha mutado a red y más recientemente a plataforma, quizás en un intento por acotar con el lenguaje, una miríada de espacios que en su origen se comprendieron como deslocalizados, o al menos liberados de las ataduras espacio-temporales, que apuntalan las relaciones sociales y económicas. De esta idea utópica, emerge la deslocalización como vinculada a las cualidades heterogéneas del territorio digital y como consecuencia de la discontinuidad en la localización física de aquellos que habitan en el , Levy escribe:

El ciberespacio que también llamaré red, es un espacio que no sólo designa una infraestructura de la comunicación digital, sino también se refiere a un océano de información que contiene a los seres humanos que lo navegan y se alimentan de él. Moverse ya no sólo significa ir de un sitio a otro del planeta, sino cruzar universos de problemas, de palabras y de paisajes significantes” 1

Para Levy el ciberespacio es potencia no acción, es virtual pero no está opuesto a la realidad, es todo y simultáneamente es nada. Para Levy con esta virtualización llega eventualmente la desterritorialización, espacios no vinculados a un tiempo o un espacio en particular. En estos términos, el ciberespacio es prácticamente reducido a un espacio residual, un eco, algo que no está realmente allí, una no presencia para utilizar la definición de Crimp, que un aspecto fantasmagórico de la presencia que lo excede y lo suplementa.

 

La progresión del lenguaje ha complejizado el discurso en torno al espacio digital, la aparición de la red nace como una alternativa a ciberespacio, surge ante la necesidad de describir las múltiples conexiones y nodos que permiten a las personas comunicarse y compartir información, sin embargo este término es desplazado por plataforma cuando el anterior falla en evidenciar la fricción que resulta de la separación espacial entre los cuerpos, su relación con el trabajo, su recontextualización en el marco de estas tecnologías y la ubicuidad de los servicios que han surgido como resultado de esta separación física y su recontextualización. La expansión del territorio digital ha transformado la naturaleza de las actividades que tradicionalmente existían en un lugar, a través de la intermediación digital de la plataforma, vamos a llamarla Uber, Airbnb, Google, Amazon, Facebook, progresivamente pareciera estarse desplazando la necesidad de control del territorio y la fricción de la distancia con una fricción del tiempo y una necesidad de controlar la atención.

Las plataformas y los estados-nación comparten una característica en común: el manejo de datos y estadísticas que permiten el modelado de la sociedad y la formación de nuevas racionalidades. En este sentido las plataformas digitales actúan como estados soberanos cuyo capital es la información. En los últimos años el crecimiento exponencial de las plataformas las ha convertido en las economías más grandes del mundo, y los gobiernos aún no tienen muy claro cómo manejarlas. Para noviembre de 2018, cuando se escribió este ensayo, Apple, Alphabet, Microsoft, Amazon, and Facebook ya habían superado a corporaciones como Exxon Mobile como las 10 capitalizaciones más fuertes del mercado.

 

Geert Lovink, del Institute of Cultural Networks en Holanda, no está solo cuando promueve la idea que para reducir el impacto de las plataformas o al menos ayudarnos en la desintoxicación digital, debemos abandonar totalmente estos espacios y estudiar nuevas formas de colaboración y relación, más allá de las simples variables que ellas nos presentan, es decir, más allá de el Me gusta, compartir y seguir. Sin embargo, mi interés reside en estudiar estrategias de organización dentro de estas plataformas, con la intención de identificar de qué forma los usuarios las están utilizando en la resignificación de su localidad, territorio y cuál es la dimensión afectiva de los datos generados por ellos. En resumen, tratar de acercarnos a la resignificación de los flujos de información sin deslizarnos inexorablemente en la utopía.

Donna Haraway, en su Manifiesto Cyborg habla de la blasfemia, como una estrategia retórica que nos ayude a integrar cosas incompatibles, como una forma de desplazarnos de la utopía a la utopía crítica, de reconocer las limitaciones de la herramienta pero preservar el sueño. Y es que, si es improbable que las plataformas y sus dinámicas desaparezcan en los años por venir, parece imprescindible entonces que nos cuestionemos las significación de estos espacios, su impacto en el territorio y como operamos en ellos como una forma de tomar el control de la información que producimos.

 


 

Un grupo humano que está operando de forma particular dentro de plataformas como Facebook son los refugiados, grupos como Migration Aid (Hungría), Travellers Platform (Iraq) o Venezolanos en (prácticamente el mundo entero), han identificado el potencial de estos espacios como intermediarios digitales y han apropiado su uso para gestionar su desplazamiento a través de distintos territorios geográficos, simultáneamente documentando sus rutas y generando contenidos culturales propios, vinculados a un tiempo y un lugar.

Grupos como Venezolanos en … suelen comenzar con pocos miembros y su crecimiento depende de los contenidos que genera su comunidad, grupos que fallan en esta tarea de intermediación permanecen desiertos o son abandonados, al mismo tiempo sucede que si miembros detectan que existen riesgos en su grupo, se organizan para realizar migraciones masivas a otros grupos más seguros, y en algunos casos dejan a su paso instrucciones sobre cómo unirse a nuevos grupos.

Yo, como usuaria frecuente de grupos como Venezolanos en … decidí comenzar a explorar y recolectar información publicada en estos grupos. En el pasado mi trabajo ha gravitado hacia la generación de mapas o diagramas, elaborados utilizando bases de datos minadas por mi en distintas redes sociales, y cuando digo minadas, me refiero a la recolección, organización y síntesis de información de forma manual, en un intento de generar correlaciones de información a través de manos humanas, sin procesos automatizados, como una estrategia de organización de la experiencia y el territorio, y en un intento de de alcanzar de forma simbólica la localización en la interpretación de los patrones de interacción.

 

 De este deseo inicial de hacer mapas, capaces de hackear mi comprensión de un territorio físico y virtual, ha resultado el deseo de buscar formas de insertar en ellos mi cuerpo, y con ello la idea de encarnar la data ha comenzado a aparecer como una inquietud persistente. De esta inquietud, profundamente personal pero no desvinculada de investigaciones de las humanides digitales, específicamente el feminismo de datos (MIT), produce casi de forma intuitiva una intersección con los textiles. El textil se convierte en recurso discursivo que me permite la reconstrucción de este paisaje de datos, en un elemento integrador, en un sistema que permite unir lo que no está unido,en un output low tech para un input high tech.

Las investigación en torno la materialización más efectiva de estas inquietudes permanece abierta y se alimenta continuamente del debate público, en algunos foros he encontrado que la audiencia coloca el valor en la forma de narrar las historias, otras en al forma de recolección de las bases de datos, otros otros en los materiales que simbólicamente puedan detonar una relación poética, es por ello que me gustaría abrir la pregunta a este foro: ¿Qué estrategias de localización colectiva creemos posibles en un territorio digital?

 


1 Levy, Pierre. Cyberculture. U of Minnesota Press, 2001

 

Ana Mosquera nació en 1983 en Caracas, Venezuela. Estudió Fotografía y Medios en University College of Arts, (2005) Kent / Reino Unido y trabajó durante casi 10 años como fotógrafa para diferentes medios impresos en Venezuela.
 

En 2009 ingresó a la Escuela de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela, donde se graduó en 2015. En 2016 ganó el Primer Premio Nacional del 12 ° Salón de Jóvenes Artistas de la Museo de Arte Contemporáneo del Zulia con su obra “Siempre estas en control de tu experiencia” que exploró la vulnerabilidad de los usuarios en la red social Tinder. Ese mismo año participa en el XIX. Salón Jóvenes con FIA donde la Fundación Cisneros-Colección Patria Phelps de Cisneros le otorgó una beca para una residencia de artistas en PIVO (Sao Paulo)

Ha participado en diversas exposiciones colectivas: Moving Light. Candid Arts Trust Gallery, Londres (2005); Beca Ian Parry. Tom Blau Gallery, Londres (2005); Puro Espacio. Centro de Arte Los Galpones, Caracas (2013); Cotidianidad Sublime. Museo Alejandro Otero, Caracas (2015) III Salón Nacional de proyectos Fotograficos Espacio GAF. Museo de Arte Contemporáneo de Mérida (2015) y Galería de Arte Nacional, Caracas (2016) XII Salón de Jóvenes Artistas, Museo de Arte Contemporáneo de Zulia (2016) y XIX Salón Jóvenes con FIA, Museo de Arte Contemporáneo del Zulia (2016) Amor, Resistencia y Decadencia. Semana del Arte Contemporáneo de Antofagasta, Chile (2017) 1er Salón de Arte Contemporáneo. Instituto Cultural Peruano Norteamericano, Lima (2018) Pasaporte para un artista Alianza Francesa Lima (2018) Crónicas Migrantes, historias comunes entre Venezuela y Perú Museo de Arte Contemporáneo Lima (2019) Maputo Fast Forward: Consciousness of Migration, Mozambique (2019).

 

Ana Mosquera desarrolló estos planteamientos en un diálogo junto a David Medina en el marco del programa Cruzando la línea de Tráfico Visual durante ek 45 Salón Nacional de Artiustas de Colombia en la Cinemateca de Bogotá el viernes 27 de septiembre de 2019.

 

 

 

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