Por Manuel Vásquez-Ortega
“Para los astrólogos el cielo es el libro del futuro,
para vosotros, la tierra es el monumento de un remoto pasado del mundo”
Novalis, 1802.
Determinar la forma del planeta que habitamos ha sido una necesidad del ser humano desde sus orígenes civilizatorios. Tiempos arcaicos en los que el hombre inicia la búsqueda de representar su cosmos y su territorio de una manera tangible, siempre ligada a los dogmas bajo los cuales se desarrolla su existencia. Así, en un breve recorrido histórico se hace posible diferenciar cómo para los sumerios la Tierra era un disco plano que flotaba sobre el océano, mientras que en los poemas homéricos se hablaba de la planitud del planeta.
No obstante, no será hasta los postulados de Pitágoras que se compartirá la noción de una Tierra esférica, sustentada por Parménides y Platón, y extendida -aunque muy mal explicada- durante la Edad Media; todo siempre acompañado de repercusiones sociales, culturales y epistemológicas implícitas incluso en la cotidianidad de aquél entonces. De allí hasta finales del siglo XV, no aparecerán, en terreno occidental, nuevas ideas en torno la geodesia, que formalizada como ciencia moderna se encargará del estudio y la determinación de la forma y las dimensiones de la Tierra.
Mucho tiempo ha pasado desde el inicio de estas exploraciones, en las que el desarrollo y refinamiento del pensamiento matemático complementa y sostiene a la geodesia, hasta hacer de sus resultados la base para otras ramas del conocimiento científico, tales como la topografía, la cartografía y la navegación. Términos familiares a un motivo como las Ciencias de la Tierra y otras topologías agrupadas por el artista Eduardo Vargas Rico (Barquisimento, Venezuela, 1991) quien, lejos de toda metodología numérica, se vale de la lógica del arqueólogo para ahondar en territorios de ciencias exactas.
Entendida desde su esencia, la arqueología no es una disciplina interpretativa. No trata a los documentos como ‘signos de otra cosa’ sino que los describe como prácticas; no pretende interpretar lo ya dicho ni descubrir lo aún por decir, sino más bien interrogar lo hallado a nivel de su existencia. Como método analítico, la arqueología ha servido a pensadores como Michael Foucault, quien se sirvió de ella para “elevarse a un nuevo punto de vista que hace posible indagar en los saberes y las disciplinas. Un ‘afuera’ que permite re-investir (…) el campo de los discursos disciplinarios” (Agamben, 2000). De este modo, Vargas Rico rescribe desde sus bases conceptos propios de la medición y figuración de la superficie terrestre, para así mensurar, relacionar y representar la Tierra que éste habita, o al menos una imagen extraída de ella, a lo largo de varios cuerpos de trabajos notablemente diferenciables como los ‘Vaciados y contenidos (hacia una arqueología del consumo)’, ‘Atlas: Impresión Cartográfica’ y ‘Cartografías Locales’, expuestos en la Galería D’ Museo (Centro de Arte Los Galpones, Caracas, Venezuela) de Febrero a Noviembre de 2020.
De cartografía y ambigüedad
La relación entre el hombre y su entorno ha sido un tema profundamente abordado por el arte venezolano a partir del siglo XIX, y posteriormente, a través de la herencia de su tradición pictórica paisajista. Sin embargo, la perspectiva de Eduardo Vargas Rico se ubica distinta respecto al estudio de su contexto, que lejos de buscar la exacta y precisa descripción de los fenómenos geográficos circundantes, persigue los fundamentos teóricos y en muchos casos abstractos de lo terrestre, pero sobre todo, de la inserción, relación y tránsito del hombre como habitante y sujeto de su superficie. Y es que, a pesar de la racionalidad ser parte fundamental de los complejos procesos analíticos que dan lugar a los mapas, se distingue inevitablemente en ellos “una visión que se materializa en el acto de imaginar, de moldear o dar forma a una imagen” (Jiménez, 1997) dejando entrever cierta subjetivación en sus enunciados.
Es así como encontramos en la serie de obras sobre papel que conforman los grupos de ‘Atlas: Impresión Cartográfica’ y ‘Cartografías Locales’ (2019 – 2020) la marca de otros territorios -existenciales, si se quiere- que alteran los márgenes establecidos por una cartografía denotativa: Aquella creadora de detallados planos, que aún para algunos autores son “filtro y censura, que no sólo reducen el tamaño de lo representado, sino que deforman las figuras de la representación, truncando, simplificando y mintiendo, aunque sólo sea por omisión” (Martín Barbero, 2002), aunque contrario para otros, quienes aseguran que al situarse en una encrucijada entre la ciencia y el arte “la cartografía se ha abierto a una ambigüedad ilimitada” (ídem).
Es en este campo de la amplia posibilidad en el que el artista despliega sus proyecciones territoriales, para construir imágenes de las relaciones y los entrelazamientos, de los senderos y los laberintos del lugar desde el que piensa y crea, Venezuela, ahora convertido en espacio desterritorializado y relocalizado por medio de operaciones geométricas de recorte, superposición y asociación.
En estas, la silueta del círculo predomina como forma en acción compositiva, pero también simbólica, pues, como figura fundamental para la geodesia, el uso del círculo como instrumento modular hizo posible la medición de ángulos entre cuerpos celestes, y con ello, el potente desarrollo de dicha ciencia. Empero, diferente al caso de la obra de Vargas Rico, sus circunferencias nos brindan la posibilidad de cavilar sobre ideas como radio y periferia, lo inscrito y lo circunscrito, la esfericidad de la Tierra y la infinitud, “de un círculo cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia no está en ninguna” (Blanqui, 1872).
Para un artista, ver el paisaje implica de algún modo ver -o intentar ver- el lugar donde este se emplaza, pues todo intelectual necesita de anclajes culturales que hagan posible “la traducción de tradiciones, sin perder el proyecto universalista que garantice la comunicación colectiva” (Martín Barbero, 2002). Al observar las series ‘Atlas: Impresión Cartográfica’ y ‘Cartografías Locales’ (2019-2020), nos encontramos ante un escenario coincidente, en el que nuestro entorno geográfico nacional se encuentra inevitablemente implícito en temas como las fronteras territoriales, la vialidad y el transporte, los minerales de hierro y la energía eléctrica de Venezuela, entre otras grafías que permiten divisar aspectos del plano económico, político y social del país; es decir, de “la manera como el venezolano construye esa realidad que podríamos llamar nuestro paisaje” (Jiménez, 1997). Así, el artista establece un lugar marcador de su habla y un no-lugar como horizonte de proyecto, posiciones que le permiten un amplio abanico de lecturas a sus imágenes en el espacio.
En un ámbito diferente a los términos utilizados por Martín Barbero, Lugar y No-Lugar encuentran una traducción en el arte de la segunda mitad del siglo XX, con la serie de Sites y Nonsites del artista estadounidense Robert Smithson (1938-1973): obras (nonsites) en las que se plantea una relación entre mapas de lugares existentes con elementos extraídos de ellos (arena, tierra, piedras, restos), con espacios exteriores y reales (sites) a los cuales el espectador podía viajar conceptual y visualmente.
“Con este tipo de obras, calificadas de ‘arqueología metafísica’, Smithson pretendía transferir la tierra, la realidad física en bruto del exterior (Site), al interior (Nonsite)” (Guasch, 2000). Ahora bien, al hablar de los mapas de espacios desterritorializados de Eduardo Vargas Rico, ¿es posible aseverar la ubicación a la que estos nos referencian? ¿Existe algún testimonio o vestigio de la realidad que estas cartografías asientan?
De la Exforma y las cosas del mundo
En un diálogo indirecto, las series de trabajo de papel de Vargas Rico se vinculan en el espacio como un conjunto topológico -no necesariamente de naturaleza exacta- a otros trabajos como los ‘Vaciados y contenidos (hacia una arqueología del consumo)’ (2019-2020), cuyas imágenes fósiles y poveras traen de nuevo a nuestra consideración la idea de la arqueología como método de creación y pensamiento. Estas piezas, compuestas por una mezcla de tierra y cemento vertida y fraguada sobre cajas de cartón reciclado, nos hablan de una práctica poco tradicional de hacer escultura, en la que lo imprevisible es incorporado al proceso, y consecuentemente, el proceso al discurso.
Es así como, “al enfatizar la concepción y realización de la escultura en la obra misma” (Guasch, 2000), el artista establece un diálogo semántico entre los recipientes que petrifica y la idea de un contenedor en desuso que es ahora contenido, desplegado en una superficie a la que es inherente, que nos recuerda que tiempo atrás, las cosas y los fenómenos que nos rodeaban “hoy parecen amenazarnos bajo la forma espectral de desechos que nunca acaban de desvanecerse” (Bourriaud, 2015). Y será en este proceso entre el producto y el residuo, el lugar en que se origine un verdadero lazo orgánico entre la estética y la política, reflejo de que “la historia y el mundo se han convertido en un vertedero donde los artistas extraen poéticas de las cosas en descomposición” (ídem).
Finalmente, según Smithson (1968), un mundo fracturado rodea al artista: “Organizar esta maraña de corrosión en estructuras, subdivisiones y conjuntos es un proceso estético que apenas se ha vislumbrado”, proceso en el cual Eduardo Vargas Rico profundiza en sus búsquedas terrestres y topológicas, que miden, plasman en mapas y testimonian en fósiles posibles, el pasado o futuro de un planeta y un país subjetivo, en muchos sentidos desconocido, en el que tal vez todo desaparezca al ser realmente descubierto. Mientras tanto, las fracturas del mundo que puedan rodear a nuestro artista, parecen ser convertidas no más que en divisiones de la Tierra, aquella función primera que Aristóteles otorgó a la entonces geodesia en gestación.
Referencias bibliográficas
AGAMBEN, Giorgio (2000). Lo Que Queda de Auschwitz. El Archivo y el testigo. Homo Sacer III, Valencia: Pre-Textos.
BLANQUI, Louis – Auguste (1872). Eternity According to the Stars.
BOURRIAUD, Nicolas (2015). La Exforma. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora.
GUASCH, Anna María (2000) El arte último del siglo XX: Del posminimalismo a lo multicultural. Madrid: Alianza Editorial.
JIMÉNEZ, Ariel (1997). Tradición y ruptura. En: La invención de la continuidad. Caracas, Venezuela: Galería de Arte Nacional.
MARTÍN-BARBERO, Jesús (2002). Oficio de Cartógrafo. Travesías latinoamericanas de la comunicación en la cultura. México D.F: Fondo de Cultura Económica.
SMITHSON, Robert (1968). A Sedimentation of the Mind: Earth Projects, en Artforum.