Estudio de proceso: Lectura para acción pública

Por Analy Trejo

Una imagen latente en mi pensamiento ha movilizado mi reflexión en torno a la vulnerabilidad de la vida humana, así como también vinculada a la construcción que enmarca el universo íntimo, la casa. Se trata de una imagen que encontré como un tesoro en una película de Lars Vontrier en el año 2014 y que desde entonces me ha acompañado en este ejercicio de pensamiento.

Hace dos años, a partir de la experiencia global que nos llevó a todos a permanecer en resguardo, frente a la amenaza de un agente microscópico que hizo evidente aún más la fragilidad del cuerpo y la vida humana, comencé a generar un repertorio de refugios, similares al que había visto en la película Melancolía. Estructuras hechas con palos de madera que dibujan un espacio simbólico para habitar y poner a salvo el cuerpo. Diez refugios imaginarios, que en aquel momento, recrearon de manera simbólica un lugar para el descanso, la protección y la ensoñación. Aspectos tan importantes, o al menos necesarios para la tranquilidad y la alegría del vivir.

Refugios que presenté desde una materialidad fotográfica, retratando inicialmente el cuerpo, primer vehículo físico que nos da presencia en el mundo, para dar paso luego a arquitecturas esenciales que fueron transformándose cada cierto tiempo. En principio muy simples y cada vez más complejas.

Siento que la imagen del refugio que planteo, más allá de la materialidad arquitectónica, se genera desde el pensar que éste surge inicialmente desde componentes íntimos como la fortaleza espiritual, mental y emocional que cada quien debe construirse para hacerse de un lugar para estar y relacionarse con el mundo.

Recientemente, y luego de un viaje, o quizás previo a este último, quise continuar un trabajo a partir de estas imágenes e intereses, donde aparecieron además otras referencias encontradas en algunas lecturas hechas o de conversaciones con amigos y profesores. El mito de la cabaña primitiva o la frase: “traspasar la cabaña y alcanzar el bosque”1 fueron motores que impulsaron un proceso creativo que poco a poco fue tomando cuerpo, sin alejarse del todo de las inquietudes iniciales asociadas al refugio y a la vulnerabilidad de vida humana, solo que ahora se han expandido para conectarse a un paisaje, el bosque. El bosque en sí es bello, pero a la vez aterrador, misterioso, indescifrable. A su vez, es un lugar que nos conduce a la contemplación; sirve para huir y descansar del bullicio y el agobio de las dinámicas urbanas y virtuales (de nuestra realidad actual), pero hay que tener presente que este lugar es salvaje y quizás peligroso también. Surgen en mí, entonces, las siguientes inquietudes: ¿se puede permanecer en el bosque desprovisto de un refugio? En todo caso, ¿cómo habitar el bosque.

En una de mis lecturas le pregunto a un poeta fallecido ¿Por qué habitar el bosque? Y este me contesta: “Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentarme solo a los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que la vida tenía para enseñar, y para no descubrir, cuando tuviera que morir, que no había vivido”2

Ya desde mi propia voz, comprendo que el bosque es una imagen asociada a la interioridad humana, el universo de emociones, pensamientos, ideas, recuerdos, pulsiones, fuerzas creativas y también negativas (o destructivas). Se requiere de una piel, una estructura segura, y a la vez permeable, que pueda permitir alcanzar el bosque sin aislarnos del todo.

Construyo nuevamente un refugio metafórico, con elementos muy simples que dibujan un espacio que permite ubicar el cuerpo en su mediación con el bosque. Una suerte de portal para sumergirnos en la ensoñación que nos posibilita esta arquitectura esencial conectada al entorno. Habitar el espacio interno, la intimidad, el refugio y observar el bosque.

Quizás solo se trata de habitar el ser y la existencia, de manera completa sin mucha explicación, dar oportunidad incluso a lo incierto, lo confuso. Y esto no desde la evasión sino más bien desde un lugar, una estructura que posibilite afirmar la vida a pesar de su realidad frágil y transitoria.

En este instante comenzaré a desarmar esta estructura que he construido en este lugar, que es también mi casa, y que se ha convertido en una extensión de mi taller, donde luego de tres semanas de trabajo junto a un equipo maravilloso, he levantado esta cabaña, a modo de estudio, para poder determinar dimensiones, espacio y materialidad de una obra que se trasladará desde estas coordenadas donde nos encontramos, para reconstruirse próximamente en la ciudad de Caracas.

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1 Esta frase es una adaptación, a modo de apropiación, del título de un ensayo de Eduardo Outerio Ferreño, Atravesar la cabaña, alcanzar el bosque, publicado en la compilación “Cabañas para pensar”, de la Fundación Luis Seaone, MAIA ediciones, Madrid, 2011.presente que este lugar es salvaje y quizás peligroso también. Surgen en mí, entonces, las siguientes inquietudes: ¿se puede permanecer en el bosque desprovisto de un refugio? En todo caso, ¿cómo habitar el bosque?

2 Henry David Thoreau, Walden, Cátedra, Madrid, 2005, ed. Y trad. de Javier Alcoriza y Antonio Lastra, p. 138.

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