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MANTO Lucía Pizzani en diálogo con Olga de Amaral

Galería La Cometa tiene el placer de presentar en nuestra sede de Madrid “Manto” la primera exposición individual en España de la artista Lucía Pizzani, comisariada por Cecilia Brunson en conversación con la obra de la maestra Olga de Amaral.

A continuación el texto de sala que acompaña la muestra que inauguró el 8 de septiembre de 2022.

MANOS MUNDO

Por Beatriz Alonso

«Su trabajo
crea con tierra y agua
un todo, un hueco donde
reside el uso del cuenco,
un contenedor para el
contenido, una cosa sacra,
que almacena, que conserva,
que se produce en el torno,
entre ella y sus manos arcillosas,
una y otra vez, y otra.»
Ursula K. Le Guin

Las manos hacen mundo, le dan forma: necesitamos alrededor de tres años para dominar su uso y toda una vida para sosticarlo. “Una mano lava la otra y las dos lavan la cara”, y en la motricidad precisa de este gesto cotidiano nació el primer receptáculo, la tecnología más primaria que recogió el agua. Juntas hicieron un cuenco carnoso un tanto precario, una cavidad accidental, efímera, que después trasladaron a la materia cruda, al barro. En nuestras historias, las manos se han unido poderosas para sabernos presentes a través del tacto; han sanado, acunado, sembrado la tierra, recogido el fruto y amasado el pan. En su encuentro, han convocado vulvas, animales o corazones: se diría, de hecho, que las manos son el resultado de una alquimia cuasi-perfecta entre cerebro y corazón.

Presión en el barro, mancha en la hoja, caricia en la piel: gestos manuales todos que se convocan en el trabajo de Lucia Pizzani reunido en Manto, su primera exposición individual celebrada en Galería La Cometa, en Madrid. En compañía de sus obras, transitamos por distintos lugares y momentos que, si bien son recientes en el tiempo, contienen la sabiduría y el hacer de una tradición matérica ancestral de la que la artista es heredera, así como lo es de una relación con la naturaleza profusa en conocimiento, fértil para la tierra y la imaginación. En sus piezas, la crudeza del material cohabita con la organicidad sensual en las formas: la arcilla se desnuda como lo hace la artista, el papel se ondula como se estría la piel.

Todas las superficies guardan su memoria, la de todas las cosas, como caparazón o cáscara: envoltura que encarna y narra. En sus vídeos Manto (2020) y La que viste la piel final (2019), la piel se vuelve archivo, un lienzo para la historia. El cuerpo asoma enigmático al resguardo de la máscara, de otros cuerpos, de otros seres que lo conectan con el suelo, el bosque, el universo. Segundas capas que nos acompañan desde antes del nacimiento, ya en el vientre materno, de ahí la necesidad a lo largo de una vida de ponernos a cubierto: al abrigo de la cueva, de los primeros brazos, de otros brazos venideros.

Dermis y receptáculo, Pizzani texturiza sus cerámicas en gres negro y rojo con el grano del maíz o la semilla del guaje mexicano, y con ellos dibuja un patrón delicado, háptico, orgánico pero recurrente. Desde la intuición y el deseo, en Escritura (2020) modela veinticuatro esculturas de pared que conforman una lengua de signos propia, visual, táctil. De máscaras a serpientes, hay una tensión contenida entre la abstracción orgánica y simbólica, y una guración discreta que explosiona en Tótem ánima, Tótem felino, Vientres dúo, Cadera y Red Venus (2021-2022). Intuimos, en estas últimas, partes de un cuerpo desmembrado dispuesto a acoger y sostener a otros cuerpos: fabricadas con fuerza y determinación, listas para la ofrenda, las formas se debaten entre lo animal, lo vegetal y lo humano; la sencillez y el misterio; lo erótico y lo abyecto.

Asimismo, el papel se deja impregnar por la marca que, unidas, luz directa y planta dejaron en él durante la producción de Solar (2021), una serie de impresiones solares realizadas con plantas locales y tintas fotosensibles que capturan en imágenes el solsticio de verano de 2021. Se elevan como un homenaje al sol, a la tierra y a la vegetación autóctona oaxaqueña, que una vez más da lugar a formas entre vegetales, femeninas y grotescas: semilla, or, fruto, vaina, vagina, óvalo o máscara.

Hay algo onírico en las obras de Lucia Pizzani que me traslada a un lugar donde nos permitimos que el monstruo aore sin sucumbir a lo monstruoso. Allí constatamos que no existe vida sin desgarro, y es precisamente ahí que reside la única posibilidad de vida verdadera. Las manos, al juntarse, nos ofrecen también un encuadre, una manera de mirar al exterior desde el fragmento; de hacer historias a partir del encuentro, de la acumulación de imágenes cuya factura no requiere de tecnologías complejas. La acción, los sueños, las mutaciones, las intuiciones o las creencias populares se alían como espacios resilientes, de conocimiento encarnado, como puertas o ventanas por las que entrar y salir a un mundo que ha de dibujarse en reformulación constante.

Beatriz Alonso.

Imágenes cortesía de Lucía Pizzani

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