Sobre el valor del arte y P.V.P. de Eduardo Vargas Rico

por Manuel Vásquez Ortega

Eduardo Vargas Rico: S/T (Especulaciones domésticas). 2024. Medidas variables.

El trabajo es la actividad por defecto del cuerpo que la trabaja, ya sea el cuerpo de un artista o de un albañil. Por ello, hablar del arte en términos de trabajo implica –de manera ineludible– inscribir a la obra en un sistema económico y de intercambio, en el cual la fuerza y el tiempo tienen repercusiones en el valor de aquello que es producido, pero también en un entendimiento corporal y humano de quien lo hace. Asimismo, situada en este contexto de mercado y capital en el que la obra de arte tiene un valor y un precio, su contemplación va ligada al interés de posesión: la compra y la venta. No obstante, a diferencia de los presupuestos determinables en términos de precio, el valor del arte excede a toda fórmula económica exacta; y es que al relacionarse a procesos propios de la labor y el cuerpo, el arte se entiende bajo el signo de la necesidad: es decir que para el artista, producir su obra es un proceso vital.

Partiendo de estas premisas y dando continuidad a sus prácticas archivológicas, Eduardo Vargas Rico (Barquisimeto, 1991) plantea en su nueva muestra un ejercicio irónico de reajustes, reorganización y reevaluación de valores presentes en su obra, en este caso, pensado desde la realidad de su contexto social de producción, marcado por una economía en estado de excepción y por la alienación del valor real de las cosas frente a la supervivencia. 

Eduardo Vargas Rico: S/T (Arqueología del trabajo). 2024. Medidas variables.

En P.V.P. (Precio de venta al público) –la novena individual del Vargas Rico, inaugurada el 25 de mayo en la galería Espacio Monitor, en el Centro de Arte Los Galpones–, el artista establece una postura crítica frente al valor del arte y el precio de su salida comercial, sujeta a dinámicas mercantiles que –comparables a las teorías económicas de las rentas de la tierra– pasan por intermediarios, porcentajes, plusvalías y pérdidas, que someten al artista a una estructura en la cual el valor intrínseco de la mercancía–obra no responde, necesariamente, al valor de cambio–precio; relación constitutiva que experimenta el arte, en cuanto producción, con el capital y el poder de quien lo maneja.

En las obras presentes, Vargas Rico aborda conceptualmente la labor del arte desde la fuerza de su trabajo, así como de los procesos de realización que subyacen en ella, bajo la certeza de que el producto del trabajo es objeto de uso en todos tipos de sociedad. Afirmación normalizada en un panorama global y en contextos marcados por el progreso, pero que en medio de la crisis diaria, se vuelve necesario enfatizar que en todo trabajo invertido para producir un objeto de uso, hay una propiedad materializable de este objeto, es decir, hay un valor que convierte el producto del trabajo en mercancía. Posibilidad utilizada por el artista para que –en el caso de esta muestra– al momento de determinar su precio de venta al público, prevalezca la idea mercantil, como aquel productor que brinda una oferta por un tiempo limitado.

De allí que, a través de restos de dispositivos, utensilios y herramientas, Vargas Rico construye escenarios inventariables que permiten cavilar (entre muchos tópicos) sobre el oficio de la pintura como práctica obrera y no como práctica artística, sobre la remuneración del trabajo y los gastos del sustento, la cantidad de producción y nivel de consumo: la eterna necesidad impuesta por la naturaleza. Necesidad que al ser ubicada en un espacio galerístico, hace que la obra de arte (pensada como mercancía) encuentre un modo de distribución del capital simbólico que puede ser convertido en económico. 

Eduardo Vargas Rico: S/T (Medios contenidos). 2024. Medidas variables.

En la muestra, el artista repisa –como quien soporta y a la vez como quien vuelve a pisar– los presupuestos desarrollados en su lenguaje y sus lógicas de objetivar y modificar la constitución de los elementos trabajados. Un proceso en el cual, al vincularlo al arte, acontecen dos modificaciones simultáneas: una, cuando el individuo mediante el trabajo conforma objetos para satisfacer sus necesidades, y luego, cuando le otorga significado según sus intenciones de modificar su ser. 

A partir de la reconfiguración de mangos, cabos, brochas, instrumentos y descartes de procesos anteriores, Vargas Rico da forma a bodegones y naturalezas muertas cuya tectónica obedece a la precariedad de un presente en el que la supervivencia depende de la producción, pero sobre todo de las necesidades de un mercado anómalo, condicionado por las dificultades y limitado a los gustos de un coleccionismo compactado por el tiempo.

Ante esta cruda certeza, el P.V.P. (Precio de venta al público) se abre a preguntas como ¿quién impone el valor del objeto artístico?, ¿quién se beneficia de la explotación del arte como labor?, ¿conocen los mercachifles sobre el valor de las cosas, o solo les interesa el precio final de las mismas?, ¿vale lo mismo el trabajo de las manos, que la labor de los cuerpos?

Para Pierre Bourdieu, una industria cultural que entra en la fase de explotación del capital simbólico acumulado hace que coexistan dos economías diferentes: una orientada hacia la producción y la investigación, y la otra orientada hacia la explotación del feudo y la difusión de los productos consagrados. El equilibrio y diálogo entre ambas es la idea de un mercado del arte lejano a la realidad de Venezuela, sin embargo, es trabajo de quienes hacemos vida en él recuperar el valor real de las cosas.

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