Íntimo temblor: el erotismo en el umbral de la muerte

Vista de sala. Javier Grajales. Exposición Caracas 25. Aquí y ahora. Espacio Arte al Cubo. Foto: Julio Osorio

En el marco de la exposición Caracas 25. Aquí y ahora, la obra de Javier Grajales (Caracas, 1991) se presenta en la galería Espacio Arte al Cubo como una exploración intensa del cuerpo en tránsito. Grajales —artista visual venezolano cuyo trabajo se despliega entre la fotografía, la gráfica y la poética del resto— propone aquí una sintaxis corpórea y silenciosa que cuestiona los límites entre deseo y desaparición. Su trabajo, atravesado por una ética de la exposición vulnerable y una iconografía persistente del zamuro, se inscribe en una investigación sostenida sobre la conmoción que roza tanto la vida como su disolución.

Javier Grajales. Primer silencio, 2025

A través del uso del gofrado, la fotografía y la literalidad del hueso —el resto del Curumo—, el artista construye una narrativa visual que oscila entre lo vivo y lo inerte, entre el cuerpo y su resto, entre lo erótico y lo mortuorio. Está compuesta por dos autorretratos intervenidos con huesos de zamuro, intaglios de plumas del ave y frases como Íntimo temblor y Primer silencio, las cuales son inscripciones en relieve, sobrias y táctiles, que convierten la palabra en vibración que toca y se deja tocar. Es allí donde la instalación se aproxima a la concepción de Roland Barthes del texto como cuerpo, tal como se formula en El placer del texto: una superficie palpable, ambigua, abierta al deseo y a la pérdida como lugar de goce.

Un elemento recurrente en el trabajo del artista es la figura del zamuro, que opera como metáfora y dispositivo poético para interrogarse sobre lo que ocurre en el cuerpo y en el espíritu al momento de morir y cómo esa ausencia se manifiesta. Sin embargo, la obra puede que no represente la muerte como cesación, sino como experiencia erótica, como vibración y como exceso: una concepción que nos conduce irreductiblemente al pensamiento de Georges Bataille, para quien el erotismo no es afirmación del cuerpo, sino su pérdida a través de la caída o la dispersión. El gofrado titulado Íntimo temblor condensa esa ambivalencia, pues no evoca únicamente el temor que antecede la partida, sino también —y quizás primero— el estremecimiento que precede el clímax: la vibración del cuerpo en el umbral del orgasmo, esa petite mort que Bataille vincula con la disolución del yo y la suspensión de la conciencia.

La instalación se inscribe así en una tensión entre Eros y Tánatos. Eros, entendido no como principio de vida, sino como impulso hacia la continuidad, hacia la fusión con lo otro y hacia el exceso; y Tánatos, a su vez, visto no como cesación, sino como experiencia de pérdida, de descomposición y de tránsito. Así intuimos que Íntimo temblor no es solo clímax: es el momento en que Eros y Tánatos se confunden, en el que el cuerpo vibra entre el deseo y el final. El erotismo para Bataille es inseparable de la muerte, no porque conduzca a ella, sino porque la roza, la simula, la invoca; y justo ese umbral es la clave: no es la muerte misma, sino el borde, el instante en que el cuerpo tiembla, se suspende y se deshace, tanto en el sacrificio como en el éxtasis.

Primer silencio, por su parte, condensa ese instante de suspensión: no es solo la pausa que sigue a la muerte, sino también el microsegundo posterior al alcance del clímax sexual. Es el silencio no como ausencia, sino como intensidad extrema, como borde donde el lenguaje se retira y el aliento se corta. Si Íntimo temblor es la cúspide, Primer silencio es el después: ese instante en que el cuerpo se dispersa, el ruido se apaga y el goce deja su huella.

Curumo XI. Javier Grajales, 2024

La textura del gofrado refuerza esta experiencia: las frases no se leen sino se sienten, pues la inscripción sin tinta convierte la palabra en relieve y en vibración táctil. Íntimo temblor y Primer silencio no son solo títulos, son estados del cuerpo y momentos de detención del sentido. En El erotismo, Bataille señala que el lenguaje no basta para nombrar el deseo, entonces el intaglio, al retirar la tinta, convierte la palabra en cuerpo, en textura y en eco que no solo habla, sino que toca.

Otro punto focal de la instalación lo componen un par de autorretratos fotográficos que nos muestran atisbos del cuerpo del artista, los cuales revelan una virilidad latente que no se presenta como afirmación de poder, sino como exposición del cuerpo en su vulnerabilidad. Bataille nos dice que el erotismo es siempre una experiencia de pérdida: un cuerpo que se descompone simbólicamente —se abre, se expone, se vulnera— y en ese proceso se transforma, se vuelve otro, se vuelve común, compartido e incluso profanado. Allí destacan los huesos de zamuro, colocados sobre zonas sensibles del cuerpo como la clavícula o el antebrazo, que no son solo ornamento o restos, son signos del tránsito y emblemas de lo que se ofrece y se descompone. Es así como el cuerpo del artista se convierte en una escena ritual, casi sacrificial, y en la superficie donde se inscribe una narrativa de deseo, pero no desde la pulsión romántica ni la seducción convencional, sino desde la herida, el temblor y el exceso que Barthes y Bataille identifican como goce (jouissance). Barthes diría que el texto se goza cuando se convierte en cuerpo, cuando el lector deja de interpretar y empieza a tocar. Mientras que el goce, para Bataille, es siempre una forma de muerte, no como final, sino como ruptura, como contacto con lo sagrado a través de la transgresión y como una fuerza que desestabiliza la identidad: una potencia erotizada en el umbral de la muerte.

Autoretrato con Pico de Zamuro II. Javier Grajales, 2024

La figura del zamuro, central y presente en toda la obra, opera como dispositivo poético que condensa esa ambivalencia. El ave carroñera, símbolo de descomposición pero también de permanencia, observa, espera y recoge lo que queda. En la lógica de Bataille, podría ser cómplice del sacrificio y testigo del exceso: un animal que ronda el goce y participa del rito sin decir palabra.

Esta instalación no solo narra el deseo, lo encarna. Bataille distingue entre el ser discontinuo (el individuo) y la experiencia erótica como continuidad: el momento en que el yo se funde con lo otro, con lo inerte y con lo sagrado. La muestra materializa esa progresión en el cuerpo intervenido, el hueso, la pluma y el gofrado, pues todo vibra en una misma frecuencia y no hay separación sino tránsito. Íntimo temblor y Primer silencio representan, entonces, la experimentación del momento en que el cuerpo se deshace y el éxtasis lo suspende todo: el yo, el sentido y la forma; bien sea por deseo, por desborde o por abandono. [1]

Valeria Correa

Octubre 2025


[1] La instalación de Javier Grajales puede visitarse en la colectiva Caracas 25. Aquí y ahora en la galería Espacio Arte al Cubo en el Cubo Negro en Caracas, hasta el 15 de noviembre de 2025.

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