Al acecho de las imágenes; ensayos visuales de Luis Romero. (extracto)

Eliseo Sierra

 

La presente exposición nos muestra el recorrido de la producción artística de Luis Romero desde mediados de los años noventa hasta nuestros días. Se trata de una selección de obras que atestigua su incesante actividad a lo largo de veinte años, lo cual nos permitirá visualizar y entender en extensión y en profundidad el legado de su trabajo. Lourdes Blanco se preguntaba, al inicio de este proyecto expositivo, quién era Luis Romero, cuál es su relevancia como artista en la escena plástica nacional, pues ya conocemos su importante labor como promotor y divulgador del arte contemporáneo. Digamos que su trabajo había sido exhibido parcialmente lo que, de alguna manera, nos impedía hacernos una imagen de su trayectoria. Esta exposición pretende saldar esa deuda. Sin embargo, más que mostrar obras del artista, nos interesa revelar, si acaso eso fuera posible, el proceso de su creación.

En un contexto general de dudas más que de certezas, los inicios de Luis Romero como artista se remontan a los movedizos años ochenta. En el marco de la crisis de la modernidad y la ofensiva postmoderna, los cimientos culturales que soportan las prácticas artísticas se desmoronan. Incluso la pintura como manifestación dominante del acontecer plástico, que había tenido un segundo y efímero debut en esa década, hace aguas pocos años más tarde. Desasistidos de un plan de vuelo, sin confines específicos que alcanzar, los artistas contemporáneos, especialmente los jóvenes, deben apelar a los desechos simbólicos que flotan aquí y allá. La historia del arte, así como la realidad del entorno se transforman para ellos en insumos, en una suerte de gran almacén al que acuden para agenciarse las pistas que les garanticen su propia sobrevivencia. En este sentido, el artista contemporáneo es un recolector. Si para algunos críticos este es un panorama desolador, para otros -como Arthur C. Danto- constituye el paroxismo de la libertad. Rotos todos los lazos, todas las amarras, los artistas levan anclas sin destino conocido. En todo caso, ¿Cómo podrían el pintor y el poeta decir otra cosa que no fuera su encuentro con el mundo?(1).

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Desde luego, la pintura agonizante de esos años estampará su influencia, pero a ella se le sumará cierta iconografía punk que le interesaba a Romero y pronto dirigirá su mirada hacia el trabajo de los abanderados del arte conceptual venezolano de los años setenta. En este sentido, podemos verificar un desplazamiento que va desde la pintura y su arsenal expresivo, hasta la estética conceptual,siendo la figura del pintor la presencia que parece guiar este oscilante recorrido. Romero no hará arte conceptual, sino que se apropiará de su estética y sus estrategias para enriquecer su producción artística. Tal vez por eso su condición de pintor podría resultar para algunos problemática, pues de hecho encontrarán, en términos fácticos, poca pintura en su obra. Sin embargo, es básicamente desde la pintura, la pintura como matriz, la pintura desde la sala de terapia intensiva, desde donde proyecta su trabajo: el espacio, la composición, la estructura, los ritmos, el movimiento, las tramas visuales, las calidades, las transparencias están asociadas a ella. Para Eugenio Espinoza, Romero“… se ha ( …) interesado en los últimos vestigios de la pintura. La expresividad que para él podría tener sentido sería aquella que mostrara el último esfuerzo [de la pintura] por permanecer altiva. (2)

Todo aquello que le importe tanto visual como conceptualmente podrá hallar espacio en la obra de Romero. Sin prejuicio alguno echará mano incesantemente de otros medios, incluso contaminados unos con otros, como la fotografía, el collage, las artes de la impresión, el diseño gráfico, la escultura, la instalación e, incluso, la fotocopia, si acaso lo considerara necesario (como puede verificarse en esta exposición), en función del registro de la imagen encontrada o en la consecución de la imagen deseada, “… tentativas afanosas siempre insuficientes y provisionales implicadas en la aventura de captar, interpretar y expresar los ritmos, contenidos y dimensiones de la realidad …(3)Quizás a Luis Romero no le interesa hacernos reflexionar sobre el arte, pero sí convertir nuestro ejercicio perceptivo en una significativa experiencia estética. Sin duda, las estrategias conceptuales que traducen, con mayor o menor pérdida, absurdos y misteriosos empujes hacia la imagen, que son más o menos adecuados en relación a oscuras tensiones internas (4),quedarán aquí al servicio de la configuración formal de la obra. Juegos y goces, estremecimientos y sacudidas quedan registrados en su trabajo.

Los signos de la desintegración que le preceden, están inscritos tanto en su aproximación al arte como en su manera de hacer obra. Recolectar, por ejemplo, era una práctica conocida por Romero. En sus inicios, cuando todavía no tenía real conciencia de su interés por el arte, ya realizaba experimentos visuales colectando todo tipo de objetos para después organizarlos según su forma y su color. Eran constelaciones, instalaciones efímeras que se desvanecían cuando Romero regresaba cada uno de los elementos a sus lugares de origen. Recolectar y ordenar, más que una manera, se convirtió en un sistema, en un método de trabajo que le ha permitido al artista alimentar y proseguir su obra desde entonces. Recolectar, supone también otras importantes acciones asociadas: recorrer, deambular, vagar, acechar incluso, discurrir a través del tejido urbano, un poco como el flâneur de Baudelaire, quien en la segunda mitad del siglo XIX enfrentaba su propia contemporaneidad. Todos esos rastreos dejan su impronta en la obra: la van cargando de sentido.

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Pero ese desplazamiento en el espacio se verificará también en el tiempo, en un ir y venir a través de las pulsiones de la historia de la pintura encarnando, aun sin proponérselo, algunos de sus mitos fundacionales: el de su origen y el de su interrupción. Umbral y postrimería puestos en juego desde la emergencia de la crisis contemporánea.

En 1988 Luis Romero fotografía la silueta de una jaula con pájaros proyectada sobre la pared. Una suerte de dibujo sin papel. La obra –efímera- es la experiencia estética del hallazgo, la fotografía es sólo el asiento documental de esa experiencia. Considerada por el artista como su primera creación, este encaje de sombras arrojará, paradójicamente, mucha luz sobre su obra posterior.

Este gesto simbólico reedita, de alguna manera, el mito fundacional del origen de la pintura que consigna Plinio el Viejo en su Historia Natural: la sombra como génesis arcaica de la representación pictórica, el trazado del contorno de la figura humana proyectado como umbral del quehacer artístico. El hombre atrapado formal y simbólicamente en la línea; las aves en cautiverio atrapadas por el instante.

La silueta, esa imagen sin cuerpo hecha de sombra, reaparecerá hasta hoy –como atisbo- en el trabajo de Romero: en sus autorretratos, en los fotogramas realizados en Ámsterdam que rememoraban las instalaciones efímeras ensambladas a partir de objetos recolectados, en las pinturas en blanco y negro que capturan perfiles silueteados del paisaje urbano, sólo por citar algunos ejemplos, pues la silueta es un recurso permanente en su trabajo. Esas enigmáticas presencias son en realidad pura rememoración de ausencias. ¿Ausencia también de la pintura? Más que una influencia, la silueta es un punto de encuentro de su trabajo con la obra de Roberto Obregón, artista que le interesa especialmente.

Es sugestiva la noción de contemporaneidad que nos ofrece Giorgio Agamben, siguiendo la línea de interpretación de filósofo intempestivo Federico Nietzsche. Para Agamben la contemporaneidad se trata de un tiempo de complejas contradicciones, de flujos y reflujos, de oscilaciones temporales; la contemporaneidad es el centro de múltiples tensiones, virtualmente invisible para los que están sumergidos en ese torbellino. Sólo aquellos que oponen una cierta distancia crítica a la actualidad -desde una suerte de anacronismo- pueden visualizarla y aproximarse a ella más certeramente. Antes que deslumbrarnos por la luz que arroja el presente, debemos atender a las sombras que proyecta la actualidad, captar su “íntima oscuridad”, como bien lo dice Agamben. (5)

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Otro aspecto destacado por él tiene que ver con los tiempos: “la contemporaneidad se inscribe en el presente señalándolo sobre todo como arcaico y sólo quien percibe en lo más moderno y reciente los indicios y las signaturas de lo arcaico puede ser su contemporáneo. Arcaico significa: próximo al arché, o sea, al origen.” (6) La contemporaneidad aloja sensibles cargas primitivas. Luces y sombras nos remiten simultáneamente al presente y a un pasado remoto. Si Agamben está en lo cierto, podríamos alegar que la obra de Luis Romero constituye la real representación de la escena contemporánea.

Su aproximación al arte también encarna otro mito inaugural de la historia de la pintura: el gesto de Apeles: un gesto paradójico –pues se trata del gesto gracias al cual todo gesto

pictórico se interrumpe- y ejemplar –pues en él reside, según Plinio, la superioridad del artífice.(7)Para Pérez Oramas “… el gesto de Apeles se inscribe en los inicios de la pintura y debería, por lo tanto, subsistir hasta su final. Todo gesto de origen, todo rasgo originario –en el sentido exigente del término- debe tener una figuración esencial en las postrimerías de aquello a lo que ha dado origen”.(8)

 Lo que me interesa subrayar en este caso es la interrupción de la operación pictórica, la congelación del gesto justo antes de que la pintura toque la superficie del lienzo. La cesura del pintar y el distanciamiento crítico que esa cesura supone. Y la potencial inhabilitación, el germen autodestructivo gravitando sobre la pintura, desde sus orígenes. Diríamos que la encarnación de este mito es radical en la obra de Luis Romero.

Por esta razón, uno de los aspectos posiblemente más llamativo de buena parte del trabajo de Romero es su condición de obra “intocada”, lo que evidentemente contrasta con la usual factura pictórica; en su caso, casi no hay materia, ni una topografía de la superficie, como si la imagen se hubiese revelado ella misma sobre el soporte. Más allá de la pintura el artista apela a otros recursos para la configuración de la obra. La imagen adquiere, por esta vía, la calidad de impronta, de inscripción, de huella, de memoria. Y la memoria es fundamental en el trabajo de Romero: a través de ella la imagen se va cargando con otros espesores de significación. Signos gráficos y tipográficos, palabras, recortes del paisaje urbano, fragmentos de la arquitectura moderna, marcas desaparecidas, emblemas, entre otros, que dan cuenta de sus recorridos por la ciudad, fluyen a través de una estructura cuyo elemento central es una sensible trama de puntos, que se ha convertido en su propia marca. En un movimiento ascendente y ondulante, las formas circulares de esta trama, adquieren a ratos un rol protagónico y alcanzan rasgos figurativos: pasan de la condición de recurso gráfico a la representación simbólica de un universo cósmico.

Pese a la crisis del arte y las estrategias de Romero para continuar haciendo obras que atestigüen esa crisis, subyace en su trabajo el empeño de fortalecer una tradición plástica local. Ese interés por el arte emergente de los años setenta valorando su influencia y la disposición de dialogar de alguna manera con la obra de esos artistas, pero desde su contemporaneidad, revela una elocuente voluntad de crear una república de afinidades comunes.

Vistas de sala

 

 NOTAS

 (1)  Maurice Merleau-Ponty, Signos, Barcelona, Editorial Seix Barral, 1964, p. 68.

(2)  Eugenio Espinoza, Respiración artificial, Caracas, CONAC, 1999, p. 19.

(3)  Victoria de Stefano, “De lo imperfecto en el arte”. En: La refiguración del viaje, Mérida, Instituto de Investigaciones  Literarias Gonzalo Picón Febres, 2006, p, 30.

(4)   Samuel Beckett, Manchas en el silencio, Barcelona, Tusquets Editores, 1990, p. 34.

(5)  Giorgio Agamben, ¿Qué es ser contemporáneo?, Traducción de Cristina Sardoy, http://edant.revistaenie.clarin.com/notas/2009/03/21/_-01881260.htm.

(6)   Ibidem.

(7)  Luis Enrique Pérez Oramas, La cocina de Jurassic Park y otros ensayos visuales, Caracas, Fundación Polar, 1998, p. 109.

(8)  Ibidem.

 

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Luis Romero. 1988-2016”

Clausura: 13 de noviembre de 2016

Lugar: Sala TAC

Trasnocho Cultural

Centro Comercial Paseo Las Mercedes

Nivel Trasnocho. Las Mercedes. Caracas

 

Texto e imágenes: Cortesía de Luis Romero

 

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