FUEGO DEL CIELO Entrevista a Paola Nava por Catalina Montero

5 de junio 2021

En el marco de la exposición colectiva Fuego del cielo, inaugurada el pasado 20 de mayo en el Instituto Tele Arte en la ciudad de Santiago, conversamos junto a la curadora de la muestra Paola Nava, sobre su experiencia con este primer proyecto curatorial.

La muestra reúne obras de los siguientes artistas: Adrián Gouet – Elizabeth Burmann – Irma Sepúlveda – Isidora Miller – Javiera Espinoza – Jessica Briceño – José Cori – Josefina Acevedo – Juana Subercaseaux – Magdalena Contreras – Martín Bruce – Renato Órdenes – Santiago Cancino – Sebastián Jatz – Soledad Ramírez – Tarix Sepúlveda – Vicente Matte.

Catalina Montero: El título Fuego del cielo nos hace pensar en un espacio mitológico, de preguntas, intuiciones y de creencias. Por el texto curatorial que escribiste para la muestra, sabemos que fuego del cielo es una imagen que extrajiste de un pasaje de “La expresión americana” de José Lezama Lima publicado en 1957. ¿Cómo entiendes tú el fuego? ¿Qué es el fuego para la muestra? ¿Qué es el fuego del cielo para ti?

Paola Nava: Qué buenas preguntas. Qué bonito iniciar así. La exposición Fuego del cielo nace por el encuentro con el pasaje, pero específicamente esa frase nace del “Diccionario de símbolos” de Jean Chevalier. Este diccionario tiene ese pasaje que dice: “el fuego del cielo sube, mientras que el agua es de la tierra, pues desciende en forma de lluvia”. La verdad es que yo pienso mucho en imágenes como detonantes de cosas, de imaginarios y preguntas y, si soy honesta, para mí la exposición aún sigue siendo una interrogante, la visualizo como un espacio de preguntas y eso es lo que más me gusta.

En ese sentido, el fuego en esta exposición es un detonador y al mismo tiempo una excusa. Me interesaba mucho generar un pensamiento colectivo, que me permitiera no solo reunir obras de artistas sino también soñar el mundo desde un nuevo lugar, no se trataba de hacer un proyecto que derivara de una investigación personal sino más bien de utilizar este arquetipo como excusa para pensar con otros y el fuego como símbolo característico de la luz y de la oscuridad fue perfecto porque es infinito. Después de allí todo calzó y las cosas fueron sucediendo alrededor de esta pregunta abierta a un millón de lecturas, eso fue muy emocionante. Creo entonces que el fuego en esta exposición es un motor de pensamientos, emociones y sensaciones. Un lugar para pensar el mundo desde un lente curvo.

CM: ¿Y por qué son éstas obras las elegidas para instalarlas alrededor del brasero?

PN: Hice más una elección de artistas que obras. Yo invité a los artistas a que pensáramos en conjunto el fuego como elemento arquetípico de la historia de la humanidad. La estructura era que yo invitaba a los artistas con la condición de que debíamos reunirnos a conversar sobre el fuego y también sobre los referentes y motivaciones que existen detrás del proyecto. Lo pasé muy bien durante esas semanas de reuniones, fueron conversaciones llenas de risas, referencias, reflexiones. Muchos de ellos me contaron desde qué lugar les hacía sentido asumir la invitación, y abordaron referencias que pasaron por la historia de la brujería, la escritura mística, la biblia, Giotto, la temperatura, el calor, el frío, no sé, un sin fín de lugares que hicieron crecer en una dimensión inesperada el proyecto y eso para mí fue muy enriquecedor. 

En ese sentido, más que solamente una exposición de obras, la muestra era también una excusa para crear una comunidad de pensamiento sensible y para mi eso era muy importante porque yo soy de Venezuela y necesitaba armar un grupo de personas con las que me hiciera sentido trabajar, porque el sentido de mi misma lo perdí por completo cuando me fui de mi país. Allá en Venezuela las cosas me hacían mucho sentido, hay una sensibilidad común que tiene que ver con ser de allá específicamente. Acá en Chile, a pesar de llevar seis años, sigo buscando lugares desde donde agarrarme o a los cuales sentirme parte. Creo que esta es igual la historia de cualquier migrante o exiliado, o la historia del que se va sin querer irse.

Hacer esta exposición fue también la posibilidad de vincularme con personas que estaban sintiendo, soñando o pensando el mundo desde lugares similares a los míos y estoy segura de que esa es la principal ganancia que me deja este proyecto.

CM: También planteas Fuego del cielo como un conjuro del tiempo. El conjuro ¿es para encontrar respuestas sobre el inicio o para protegernos del fin? Lo digo porque pareciera haber –al menos en la producción contemporánea chilena que tú elegiste– una coincidencia con respecto a la pregunta en torno a la mitología, a la fe, a las creencias, al horóscopo. ¿Qué piensas sobre este renovado new age? Es un nuevo new age que parece desterritorializado, universalista. ¿Cómo percibes tú qué esas obras trabajan el territorio?

PN: Efectivamente las obras son conjuros del tiempo. No tengo duda. Creo que hacer una obra tiene tanto de alquimia como hacer un conjuro. Tiene tanto de mística como un conjuro. De cierta manera, cuando digo que las obras de Fuego del cielo son “auténticos conjuros del tiempo” a lo que realmente me refiero es a entender las obras como dispositivos desde los cuales es posible pensar en el inicio o el fin sin pensar necesariamente en una cronología, sino asumiendo la temporalidad desde una perspectiva mucho más abierta y redonda, que nos obliga a asumir el tiempo desde otro lugar.

Creo, porque lo he vivido, que las obras tienen la capacidad de cuestionar nuestra forma de abordar el tiempo. El desafío para mí con las obras de Fuego del cielo era saber qué hacer con ellas en la sala, cómo darle forma a este relato común. Había una capa de misterio porque yo no vi las obras terminadas sino hasta que llegó el momento de montar, había un velo que solo se reveló cuando logré verlas y encontrarme con ellas. Siento que el hecho de que funcionaran en conjunto es también una suerte de embrujo porque entre ellas sólo había una intención de que funcionaran, pero realmente no había una deliberación previa para que así fuera. Por lo que verlas juntas conviviendo tan armónicamente o relacionándose tan estrechamente fue también una sorpresa para mi. Un golpe de suerte.

Me interesa mucho el conjuro, no desde el lugar más pop, sino como un espectro y cúmulo de energía. Ahora voy a la segunda parte de la pregunta, sobre cómo esto se relaciona con el territorio y bueno, la verdad es que siento que desde hace mucho tiempo en Chile hemos estado viviendo un exceso de realidad. Han pasado muchas cosas, han sido años muy convulsos que nos han obligado pensar únicamente en lo que sucede políticamente, socialmente, territorialmente y entiendo porque eso es así. Sin embargo, sospecho que, de cierta manera, este constante señalamiento por el caos cotidiano nos ha desvinculado de los aspectos más sensibles y básicos del ser humano, como el conectar con otros o cuidar de otros, el soñar con otros. En ese sentido, la brujería me hace sentido desde su calidad de apertura hacia la comunidad, la apertura a la sanación, al conocimiento ancestral, a la energía. Poder volver a eso en un momento en el que políticamente nos vemos tan obligados a pensar la realidad diaria era para mi super importante, porque más allá de tratarse de abrir paso a un espacio onírico o de ensoñación, una de las ideas detrás de Fuego del cielo era precisamente recordar que como seres humanos también soñamos y sentimos el mundo, que estamos conectados a cosas que van más allá de lo palpable, que le pertenecemos a las plantas, al viento, al agua, que estamos hechos no sólo de razón sino también de emoción y que hay que hacerse cargo de eso, cuidarlo.

Hacer esta muestra con estos artistas tenía mucho que ver con poder soñar el mundo desde un lugar en el que la realidad toca para abrir un imaginario o un sinfín de imaginarios posibles y no sólo para contextualizar lo inmediato. De igual forma, creo que siempre se trata de cómo decidamos mirar y descubrir el mundo. El terror es terror. La violencia es violencia, el maltrato es maltrato y eso siempre va a ser así pero ver el mundo únicamente desde allí siento que es profundamente agotador y doloroso y yo al menos necesito un espacio alterno a ese.

CM: Entonces Fuego del cielo ¿es una propuesta para encontrar respuestas sobre el inicio o para protegernos del fin?

PN: La pregunta sobre el inicio siempre va a tener que ver con una protección del fin, no están separadas. Pensar el inicio da herramientas desde las cuales podemos armarnos para luchar en el apocalipsis o el fin. Se trata siempre de cómo nos aproximamos a ambos lugares.

CM: Para que exista y trascienda el fuego, tiene que haber un consenso sobre su cuidado. La existencia del fuego obliga a que todos nos pongamos de acuerdo en que hay que cuidarlo para preservarlo. Entonces, en ese sentido me pregunto si el cuidado –como un asunto del arte contemporáneo– se vincula de alguna manera con tu muestra.

PN: A mi me interesa mucho el fuego como un elemento representativo de las cosas que se anteponen. Esto de que sea el elemento del calor de la humanidad y, al mismo tiempo, de la destrucción me llama mucho la atención. Allí radica una potencia que aún no logro describir. Eso me emociona mucho.

En cuanto al cuidado como un asunto del arte contemporáneo y cómo esto podría estar vinculado a la muestra pues la verdad es que no lo tengo tan claro, creo que podríamos verlo desde diferentes lugares en todo caso. Me surge la duda de si lo que debemos cuidar es el fuego como elemento o si más bien debemos cuidar de la sabiduría para producirlo, ahí hay otra dualidad a la que estar atentos porque el fuego no está ahí de la nada, hay que saber prepararlo y controlarlo para que provea de lo que necesitas y no te destruya. Probablemente, en relación a la muestra, no se trata tanto de cuidar el fuego sino más bien servirnos de las herramientas que tenemos para producirlo. El cuidado entonces sería hacia nosotros mismos, a entender y manejar con sabiduría los conocimientos y herramientas que nos permiten sobrevivir.

CM: ¿Y en ese sentido, cómo piensas el resultado de la exposición?

PN: Como un relato visual en el que se activan preguntas, divagaciones, risas, chistes, errores, en el que habitan diálogos y preguntas sin respuestas o relaciones que se oponen entre sí. Me gusta mucho tener preguntas sin responder, a veces siento que las respuestas no son lo suficientemente interesantes a la dimensión de la pregunta. Ojalá el proyecto le haya otorgado eso a alguna de las personas que fue a verlo.

Entonces, si, quizás todo eso también tenga que ver con un espacio de cuidado pero de un cuidado que es comunitario y colectivo. Pensar, soñar y hacer con otros es una práctica que hay que mantener siempre vigente y espero poder defender esta forma de trabajo mientras siga viva.

CM: Quizás la elección de cada uno de los artistas es más una declaración de principios tuya como curadora, más allá del trabajo específico que hayan presentado.

PN: Puede ser aunque realmente no lo sé. Me gustaría pensar que sí, espero que sí. Y en ese sentido, la idea de hacer una curaduría con esta declaración es una apuesta inmensa, es un gran salto al vacío. Mientras trabajaba en este proyecto me sentí muchas veces como esa imagen de Charly saltando de un noveno piso a una piscina. Estoy segura de que aquí hay mucho que es mío y que responde a mis convicciones más profundas sobre la vida.

Quizás esta pregunta la podremos responder en unos años más adelante, quizás en algún momento el tiempo nos logre revelar hacia dónde iban las sospechas que hoy tenemos sobre todo esto. Por ahora me entusiasma la idea de hacer curadurías alquimistas y quizás de eso se trate todo.

CM: Respecto a la logística de las obras y el montaje: el Instituto Tele Arte se compone de dos salas que están divididas por un muro. ¿Cómo pensaste en la organización? ¿Cada sala tiene una propuesta narrativa o conceptual o su disposición fue a través de tu intuición?

PN: Bueno, esta exposición la armé con bastante estómago por lo que no me la cuestioné mucho. No me cuestioné ni le di mucha vuelta a los lugares donde iban a estar cada unas de las obras, ciertas decisiones fueron dadas por las características formales de cada una y eso fue marcando todo lo demás. Algunas obras determinaron la composición general de las salas, en relación a sus dimensiones, colores, formatos pero la construcción general de todo el montaje fue muy orgánica.

Unos cinco días antes de empezar el montaje, cuando ya estábamos recibiendo las obras, decidí ir a tomarme un schop al Palo Alto para decantar lo que venía. Allí trabajé un rato en una servilleta el bosquejo de lo que sería la distribución de obras y todo fue muy rápido después de que lo vi dibujado. Mientras pensaba en las obras, sus colores, dimensiones, materialidades etc, se fue dando algo muy bonito y es el encuentro de ambas salas por temperaturas. Allí pude imaginar a Tele Arte con una sala cálida y otra mucho más fría. Una llama si se veía a lo lejos. Ese encuentro fue muy lindo, lo recuerdo con mucho cariño porque estaba muy nerviosa y eso me dio mucho alivio jajaja.

Entonces si, las salas están pensadas por temperatura, hay una sala que intencionalmente alude al fuego azul, al fuego fatuo o al fuego que más quema, al misterio, al ocultismo y a lo trascendental, que otorga una movilidad y un tipo de energía muy diferente a la creciente llama que usualmente reconocemos. La otra sala es el sol, hay un brillo allí, una alusión a las pasiones, a la energía, al movimiento rápido, al infierno. En cada una de estas salas hay detalles que las van vinculando. Por ejemplo, la obra de José Cori “Arco de lluvia” es azul y tiene un gran arco de luz, está justamente pegada hacia el muro que da a la sala más fría, y es como un portal que te va avisando lo que vas a ver del otro lado. Entonces es como un arco de luz, que también es un portal desde el cual puedes ingresar a la otra sala.

Estos son gestos que te estoy revelando a ti, específicamente, pero también es jugar con las obras. Está también la obra de Juana Subercaseaux “El proceso del plasma”, que es roja y está instalada en la sala azul. Ahí hay una unión a través de una obra que te remite a la otra sala. Los lugares de encuentro entre ambas salas está súper presente, cada una está citando a la otra o mirando a la otra. Pero claro, esto no fue deliberado porque yo realmente no sabía, en un principio, que iban a ocurrir tantas obras azules, ni tantas obras rojas, no tenía idea y eso me emocionó mucho, poder haber encontrado la puerta desde la cual pudiera haber pensado en la vinculación de ambos espacios.

CM: En cuanto a la museografía de la propuesta, no sólo presentaste un texto curatorial sino también un anexo de referencias literarias con textos vinculados a Lezama Lima, a Fraser, a la película “El castillo ambulante”. Podríamos pensar este anexo, que contiene parte de tu imaginario, como parte de la invocación de ésta curaduría. ¿Cómo se enmaraña la literatura en tu propuesta curatorial? ¿Qué rol juega la literatura en tu propuesta?

PN: Qué linda pregunta. La literatura en mi vida es muy importante. Estoy vinculada a las artes visuales porque desde muy pequeña leo mucho. Mi vida está cruzada por las letras inevitablemente.

Cuando era chica, leí el cuento de Cortázar “Carta a una señorita en París” y este me marcó la vida, se trata de un cuento en el que uno de los personajes empieza a vomitar conejitos de manera inexplicada. El encuentro con esa imagen fue maravilloso, me abrió un mundo de imaginación y de posibilidades infinitas. Empecé a soñar el mundo desde otro lugar. En Fuego del cielo a mí me importaba mucho que no fuese un texto curatorial que diera cuenta de una exposición, porque siento que la muestra hablaba bastante por sí sola, por lo que me permití generar una propuesta de escritura que funcionara con y sin la exposición, que fuese más universal y de allí el resultado de esa hoja que estaba en la inauguración con nueve textos cortos, que sirven para acompañar la exposición y también funcionan sin ella. Esa idea de texto curatorial me gusta mucho y quiero seguir trabajando en ella.

CM: ¿El texto contiene una ofrenda escrita por ti? Porque, para enmarcar la pregunta, la compilación de esos nueve extractos los presenta completamente descontextualizados, sin autoría, sin año, sin procedencia. 

PN: Si, exacto. Uno de esos extractos es una ofrenda escrita por mí a las diosas del cielo y a las diosas del fuego. A María Lionza, a la india Tibisay, a Zulia, a las místicas, a Leonora Carrington, a Remedios Varo, que son referentes súper importantes en mi vida porque la verdad es que si hoy por hoy tengo estas inquietudes fue porque tuve un encuentro con cada una ellas y se trata de un encuentro que marcó un antes y un después en mi manera de ver el mundo. La exposición siempre la pensé como una ofrenda a estas diosas y al universo, como una forma de agradecimiento por las posibilidades que yo he tenido de soñar el mundo y de haber logrado esto, sobre todo porque también entiendo que la imaginación puede estar condicionada por otras posibilidades y contextos. Hay un privilegio en poder imaginar y eso es algo por lo que debo agradecer.

Me interesaba que fuera a mujeres específicamente. He tenido muchos referentes hombres y todavía los sigo teniendo, pero no quería agradecerles a ellos porque me importaba mucho entregarle este primer proyecto curatorial a las diosas del universo y a las mujeres que han sedimentado el camino para que yo pueda pasar por él. Ya llegará el momento de agradecerle a los dioses y a los hombres que me han ayudado en este camino también. Son bastantes.

Los nueve textos que estuvieron en esa hoja están separados entre sí, pero si uno los lee detenidamente hay algunas cosas que los vinculan con ciertos momentos de la exposición. Por ejemplo, en ellos sale una araña, sale Chan Chan (Chan Chan es una ciudad que fue extinguida por el  fuego), sale también un huevo líquido, hay un umbral. Entonces, cuando empecé a pensar estos nueve textos, lo que quería era buscar aún más imágenes que acompañaran la exposición, pensando mucho en los Atlas Mnemosyne de Warburg y en las Eras Imaginarias de Lezama Lima. Tenía la pulsión de buscar la mayor cantidad de imágenes para el proyecto aparte de las obras y de verme imbuida en un mar de ellas.

Esos textos sólo van a existir para la gente que vaya a la exposición porque me interesaba hacer algo que consolidara netamente una experiencia presencial.

CM: ¿Y cómo te ves tú cómo curadora, cómo ves ese relato en tu práctica curatorial?

PN: No, yo no quiero ser curadora. O, bueno, al menos no quisiera ser eso únicamente.

CM ¿Y qué eres?

PN: Yo soy una persona que construye relatos. Toda mi vida lo que he hecho es armar relatos, y la curaduría es una forma desde la cual yo puedo construir un relato visual. Hago relatos escritos también, creo historias en mi imaginación. La curaduría fue una forma de hacer con otros un gran relato sobre el fuego. Pero eso fue hoy. Quizás mañana haga un libro, no sé. Si hiciera una biografía de mí misma no me pondría como curadora, me pondría como una persona que hace relatos escritos y visuales. Y esa es la forma que yo tengo de entenderme a mí misma el día de hoy.

CM: Esa pulsión por construir imágenes es muy evidente en la muestra. Junto a las imágenes que propones están también las que proponen cada uno de los artistas que elegiste, son imágenes que emergen desde Chile ¿Cómo te posicionas tú como migrante ante esa producción? ¿Qué ves tú, dónde te instalas respecto a ese espacio de producción? Sobre todo, pensando en la búsqueda del relato común como una forma de generar comunión y comunidad.

PN: En Venezuela, específicamente en Maracaibo, la producción artística está muy vinculada a un razonamiento afectivo porque es parte de cómo somos culturalmente. Cuando llegué a Chile en el 2017 hubo una gran capa de esa afectividad y de esa forma de conectar con el mundo que se perdió para mí porque si bien uno siempre puede armar su propia casa vaya a donde vaya, hay mucho de uno que forma parte de un entorno cultural que no viaja contigo, que se queda. ¿Me entiendes?

Al llegar acá me di cuenta que en las artes visuales había una gran preocupación por hacer visible la historia política del país y su memoria, algo que me parece muy interesante pero que al mismo tiempo me marca una distancia, sentía y aún siento aunque en menor medida, que no podía ingresar ahí porque es una historia que no me pertenece y a la que sólo puedo aproximarme como alguien que va llegando. Hay una carga histórica muy fuerte en este país, resultado de una dictadura tan larga y compleja y la verdad es que yo entiendo por qué el arte es un lugar importante para hacer memoria, porque realmente pareciera que no hay muchos otros espacios para recordar, revisitar y reflexionar lo que sucedió. Sin embargo, yo como migrante venezolana, puedo conectar con eso desde un lugar cercano y ajeno a la vez.

Haber hecho esta exposición fue por eso mismo un desafío, porque no está tan presente ese discurso, es otra cosa, otra forma de mirar el mundo. Y en ese sentido creo que debe haber alguna ganancia allí, no sé muy bien de qué tipo pero estoy segura de que hay una ganancia.

CM: Y ya habiendo visto la muestra terminada, y considerando que estamos prontas a su cierre ¿Cuál es el colibrí ladrón que quieres perseguir ahora? ¿Cuál es la imagen que te obsesiona hoy? ¿Te abrió nuevas conexiones la experiencia de esta muestra?

PN: Sí, sin duda. Hoy estoy muy segura que quiero seguir trabajando con elementos naturales por ejemplo, explorar desde la alquimia, la brujería y el misticismo preguntas sobre lo oculto o lo trascendental. Si el destino de la vida así lo decide y me toca ser curadora alquimista o  creadora de relatos visuales vinculados al misticismo pues estoy súper abierta a que así sea. Sin embargo, no me limito, me interesa estar siempre cuestionando el mundo y espero siempre trabajar para que así sea.

¿Una imagen que me obsesione hoy? No sabría cual con claridad, estoy pensando mucho en el sol y en el barro últimamente y en la estrecha relación entre ambos. Esta semana volví a abrir un libro de Leonora Carrington “La puerta de piedra” en el que hay un párrafo que dice así: “ha llegado el momento en que la estrella reaparece una vez más. Quizá estaré vestida con una piel de lobo, agazapada en un árbol para vigilar la frontera curvada y para acechar el momento en el cual el próximo paso quedará impreso en el barro. A veces pienso que estoy sola, y grito de angustia y de rabia. ¡Montar el caballo Hattock, y partir! Todo esto son sombras de lo desconocido. Soy ignorante, pero pronto comenzaré a saber”.

Ahí está mi mente ahora.

CM: ¿Quieres continuar en Chile?

PN: Siento que dentro de todo esta exposición me ha permitido generar un sentido de pertenencia con Chile. Si bien también este proyecto nace precisamente por sentir cierto enajenamiento con las artes visuales en el país, después de Fuego del cielo y todo lo que fue esta experiencia ya no siento eso que sentía antes. Me gusta haber conformado un grupo de amigos y personas que estén buscando reflexionar sobre el presente, mirar el pasado y apostar al futuro desde un lugar más amplio. Hay mucho por seguir construyendo y es momento de dar un paso adelante. Así que por ahora si, quiero continuar en Chile, quiero ver a qué lugares esto que recién empieza me lleva.

Biografías:

Paola Nava (Maracaibo, 1994). Licenciada en Comunicación Social mención periodismo impreso de la Universidad Rafael Belloso Chacín, Maracaibo. Actualmente se desempeña como coordinadora general del Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad de Chile. Ha liderado proyectos como el Fondart Nacional de difusión, convocatoria 2021 “MAC virtual: Gestión y renovación de plataformas virtuales para el inicio de nuevas museologías”. Escribe ocasionalmente para exposiciones, investiga sobre arte contemporáneo y se encuentra cursando el último año del magíster en Teoría e Historia del Arte de la Universidad de Chile. Dirige la revista de literatura venezolana INSILIO.

Catalina Montero (Santiago, 1993). Licenciada en Artes de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Magíster en Teoría e Historia del Arte en la Universidad de Chile. Actualmente se desempeña como co-investigadora del proyecto “Vociferadores: Trabajadoras cinematográficas en Chile 1915-1930” (Fondo Audiovisual 2022), curadora e investigadora independiente y productora de Anilla en el Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad de Chile.

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