Texto de sala de la exposición Ética-Estética-Política
Del 19 de septiembre al 10 de noviembre de 2013
GBG ARTS, Caracas
La existencia humana se desenvuelve entre el ideal de una cultura de paz y la realidad de voluntades violentas. Venezuela y la América Latina actuales son lugar idóneo para explorar cómo actúan estos problemas tanto en las motivaciones como en las formas finales del arte contemporáneo. En este proyecto expositivo veremos cómo los temas de la ética, la estética y la política inciden –conceptual y formalmente- en el acto de creación de las obras.
El arte hoy se hace y hace preguntas, disemina inquietudes y las va dejando al paso, en la vida cotidiana de los espectadores. Y para esto utiliza aproximaciones distintas. Si el interés por la forma, por el hacer estético, está presente de uno u otro modo en todos estos trabajos, veremos que el vínculo con lo ético y lo político se hace de modo más crítico o más descriptivo; en acción deconstructora por medio de la ironía; de modo simbólico con la construcción de metáforas, o a manera testimonial: documentando dramas reales de personas y poblaciones; recurriendo a la urgencia de la memoria histórica para que los grandes temas no queden en el olvido o ironizando sobre utopías de la bioética hacia la transformación de la humanidad futura.
Si la verdad y la bondad -esos pilares de la ética- no son formas directamente perceptibles, el arte, que sí sabe hacer visible, puede revelar ideas éticas a través de un objeto estético, o puede al menos dejar destellos, indicios para tales revelaciones. Puede también hacer sentir, a través de las obras, algunos límites que son violados por la arbitrariedad humana, por las ejecutorias del poder. La imagen artística produce entonces un doble “detente” para el espectador: el de la satisfacción de la mirada y el del estímulo al pensamiento crítico.
La política es parte de la existencia humana. Pero cuando la politización se agudiza y penetra en todas las instancias de la vida ¿cómo podría ignorarlo el poeta, el artista? En tales condiciones, el que un creador haga uso de estos temas se vuelve tan natural como lo es, en otro momento, el que un pintor que habita entre paisajes conmovedores los tome como motivo. El país político actúa hoy en cada zona, estimulando más tejido relacional entre la interioridad personal del creador y lo que vibra -o desaparece, o sobrevive- afuera, en una especie inestable de nueva naturaleza.
Torres enhiestas, poderes precarios
En las obras de Alexander Apóstol, Sara Maneiro, Ángela Bonadies y Juan José Olavarría, uno de los ejes es la ciudad moderna, otro, la fotografía. Sus tomas encuadran fragmentos de la urbe, con su aspiración de algo logrado y enaltecido y, a la vez, con sus realidades de residuo y ruina. En Topografías mínimas Maneiro recoge segmentos abstractos y geométricos de una ciudad periférica, marginada. En Sin título (o Aquí no ha pasado nada), trabaja lugares más íntimos: su álbum de familia ha sido vaciado de fotografías. Una afinidad visual y conceptual parece reunir las habitaciones vacías de Apóstol –Le Corbusier quemado en Bogotá, con sus señas desvanecidas en las paredes como muestras de que algo existió allí en otro tiempo- con este album de Maneiro en que se despegaron las imágenes y se des-apegaron los referentes de una historia personal y afectiva para constituir, a cambio, la vaciedad y el desfallecimiento, el silencio como forma, el rastro leve como protagonista de bajo perfil, la ausencia como representación. En Apóstol y Maneiro lo casi-vacío adquiere otra forma de valor. Lo deshabitado, otra forma de vida.
El elefante blanco, de Ángela Bonadies y Juan José Olavarría, se ocupa de ámbitos de interés real en un entorno comunitario, produciendo miradas al objeto urbano con un sesgo también antropológico. Asumen el tema de la Torre de David apropiando la estructura de la conferencia que, a partir de su visita al Hotel Palenque, presentó en 1972 el artista Robert Smithson en la Universidad de Utah. [1] Aquí está la arquitectura desviada de su función, hipertrofiada y a la vez carente. Y esta torre caraqueña erecta a medias, que ha generado tanta existencia inestable, les resulta a los artistas una bestia herida. Desde su primer viaje por el interior de esa bestia pasan ahora a este recorrido no directo, en relato y fotografías que muestran la realidad captada inicialmente con sus sentidos pero también la condición estética del encuadre y una re-presentación del viaje que es a la vez reflexiva y poética.
Hay ruinas contemporáneas cuyo negativo protagonismo es el abandono, el arrasamiento en construcciones antes terminadas y luego semi-destruidas o, por el contrario, en sitios inacabados, nunca del todo logrados. Son en todo caso formas del vaciamiento -del espacio y del sentido-, para una crítica artística a ideales no alcanzados, a destinos desviados, lo que el arte contemporáneo ubica con preferencia en las urbes modernas –sus edificaciones, vialidad y urbanismo- así como en los constructos de ciudades ideales para sueños del mejor futuro posible.
Si todos estos artistas asumen espacios que ya están allí, previamente erigidos, y con sus cámaras y libretas abordan la edificación como metáfora de país, Deborah Castillo levanta una torre nueva en suelas de botas militares a las que encubre en dorado, erigiendo en Lingotes II un imaginario simbólico alrededor del tema castrense. Castillo cuestiona el uso de las reservas internacionales de oro, y lo hace con el recurso formal de la pátina dorada que recubre estas suelas, incorporando además la idea de tótem, de algo sagrado y distante. Es lo militar como estrato deificado, intocable grupo elegido y figura preponderante en regímenes no civilistas, no democráticos.
La verdad, la mentira, la actualidad
Los dos últimos siglos proclamaron, con la modernidad, que el arte debe ser libre, autorreferencial en todo caso, despojado incluso –en casos extremos- de la huella emocional del propio artista. El arte se fue liberando de antiguos vínculos con ideologías o religiones, y de la voluntad de convencer o convocar. Pero en estos tiempos posmodernos parece recobrar vigencia un “arte de contenido”: ético, social, político. Esto nos llega por la vía, tan contemporánea, de la ampliación de temas extra-artísticos incorporados a las obras. Y es que una de las motivaciones mayores para los creadores viene hoy del mundo que los rodea, eso que ellos sienten cotidianamente como la actualidad. Y en esa actualidad están entonces inevitablemente los temas diarios de la violencia, el narcotráfico, la sobrevivencia precaria, la inseguridad social, la agresión a identidades, el poder ilimitado, el ocultamiento como estructura entronizada, los medios de comunicación que muestran -o encubren- la actualidad de cada día, y hasta los descubrimientos genéticos más actuales, con los límites que frente a ellos propone la bioética.
Está también la ironía y el humor para acercar al drama vadeándolo, poniéndole algo de distancia, como en las imágenes de Pinocho cercanas al comic en las que Carlos Zerpa hace cuatro estudios pictóricos distintos de la nariz del personaje, utilizando la doble condición -a la vez cómica y trascendente- de esa parte del rostro humano tantas veces explorada en la literatura, el arte, la caricatura. Dar formas distintas a una nariz excedida es el gesto metafórico con el que Zerpa señala la mentira política en nuestro tiempo.
La estructura del comic puede ser buen recurso para la crítica. En Un asunto de Estado Victorino Cáceres fotografía pequeños muñecos frente a miniescenografías y los convierte luego en imagen digitalizada para una historieta que refiere a mitos de héroe, culto a la personalidad, inflazón o hybris de ciertos líderes, a lo cual se aviene cierta estética de comic pulp. Inspirada en El Gran Inquisidor, de Dostoievski, la obra existe en la zona -visual y conceptualmente oscura- de la conspiración y la nocturnidad. Para sus reflexiones sobre lo verdadero y lo falso, sobre transparencia u opacidad, tanto Zerpa como Cáceres utilizan personajes y lenguajes vinculados con los niños pero haciendo con ellos una crítica comprometida y adulta.
Con la visualidad de lo que se oculta, Sergio Barrios El Hase ha creado su serie Los encapuchados. Desde 1995 trabaja espacios, temas y técnicas de lo urbano en la inmediatez de los graffiti sobre los muros. Su serie La lucha planteaba peleas de boxeadores como metáfora de los venezolanos de la época. Ahora pinta el eterno enmascarado tras la balaclava universal. A pesar de su explícito deseo de simbolizar con estas máscaras la lucha en cualquier parte, es inevitable evocar los encapuchados de la UCV que han generado anarquía y terror por décadas, sin dar la cara. Las máscaras refieren además a ideas estéticas en la comedia y la tragedia, son disfraces del uno que se cambia en otro, son veladuras que mantienen hoy el eterno como si de la ficción.
Los medios de comunicación social recogen momentos clave de la historia contemporánea en su vivaz actualidad sucediendo. Javier Rodríguez presenta en su obra Opinión, cultura y ambiente ético la edición preparada por el diario El Nacional para el 14 de abril de 2002, versión nunca publicada pues los sucesos obligaron a escribir otras páginas, sí impresas cuando el presidente Chávez regresó a su cargo. Este proyecto (especie de cuña de penetración y, a la vez, de fragilidad) existe entre lo que pudo haber sido y no fue y, complementariamente, lo que sí fue y pudo no haber sido. Ahora Rodríguez revela el no-ser de aquellas páginas, su no-visibilidad para la calle. Pero su existencia, que sí es lograda ahora como imagen del arte contemporáneo, nos trae una comunicación mediada, resignificada y diferida.
La violencia y la forma
La violencia deforma y transforma. Pero, en el arte, también puede hacer forma. Nada más cercano a esta idea que la instalación escultórica de Armando Rosales, Escultura rápida proyectada. Tres bloques de distintos materiales (madera de cedro, aluminio naval, polvo de mármol y cemento) reciben una serie de disparos por parte del artista. Cada material se comportará según su consistencia de distinta manera ante el impacto. Rosales presenta además el video que recoge su acción de disparar sobre los bloques y muestra el carácter procesal de su proyecto, pues grabar es usar otra arma, paralela, para ir registrando el acontecimiento. El video nos permite observar cómo el artista va logrando esa finalidad universal del arte: el creador actuando, encarnando su idea en materia sensible (visible, sonora y táctil en este caso) y el objetivo -el objeto- estético siendo alcanzado.
Érika Ordosgoitti propone un proyecto crudo y directo sobre la violencia y el miedo con que transitamos la ciudad. De Cicatrices en la cabeza dice: “este performance deja chorrear la sangre porque es eso justamente lo que vivimos en nuestra cotidianidad. Es prácticamente un paisaje, una fotografía documental”. Pero con esta acción corporal que incorpora también la lectura de sus poemas, ella va más allá de ese interés documental para crear también una metáfora sobre las heridas y cicatrices en múltiples formas de la violencia extendida.
Si anteriormente Armando Ruíz había creado esculturas como agresivos objetos punzantes, en juicio orientado hacia afuera –al vandalismo en las calles y la crueldad en las cárceles-, ahora trae el drama sicológico del ciclo de las adicciones. Es la violencia autoinfligida en la faceta más individual del problema de la droga. En Métete Métete son los gestos repetitivos y obsesivos del adicto, sus acciones sin sentido visible, el encierro, el aislamiento. En Como una paleta, un cerebro sangriento se descongela lentamente. En sus dibujos (Tú, yo, ellos, nosotros) contrasta la fuerte presencia de la sangre (y los pensamientos inquietantes en palabras troqueladas) con la fragilidad visible de la imagen.
Si estas obras enfocan el drama individual del adicto consumidor, está también en esta muestra la tragedia social que genera el narcotráfico. El video Bocas de Ceniza, del maestro colombiano Juan Manuel Echavarría, revela dramas personales y sociales alrededor del narcotráfico, en testimonios conmovedores de testigos y desplazados por la guerrilla en su país. Si en obras anteriores, como Guerra y pa o La bandeja de Bolívar, Echavarría abordaba la violencia más simbólicamente, en Bocas de Ceniza es directo y testimonial al presentar siete protagonistas y testigos que compusieron sus denuncias a través del canto.
En Puerta del cielo Rosa Virginia Urdaneta transmite testimonios de niños y adolescentes que combatieron con la guerrilla y las autodefensas colombianas. Doce textos breves dejan ver hondas tragedias humanas aunque se muestren en delicadas esquelas con el nombre de santos, figuras de ángeles y corazones. Elegidos por la artista entre cientos de confesiones similares, estos testimonios revelan distintos horrores de la guerra. Las obras de Ruíz, Echavarría y Urdaneta se mueven entre los terrenos de la sicología y la sociología, del consumo y la distribución, y así entre el individuo que se destruye y los grupos que se enriquecen a su costa. En este embudo perverso crece, por una parte, el poder y la fortuna de los traficantes y, por otra, la sicología individual es agredida, hay grupos devastados, pueblos empobrecidos, se multiplican los niños de la guerra, y la crueldad de los violentos no parece ya conocer límites.
En la realización de la serie de grabados Lo inconcebible simplemente existe, de la artista israelí-venezolana Lihie Talmor, se han movido tres instancias de la memoria. Primeramente la del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, activo en Polonia entre 1940 y 1945, como leit-motiv inevitable en la historia del pueblo judío. En segundo lugar el viaje a Auschwitz en que Talmor participó en mayo de 2003 con judíos, cristianos, árabes, y que le abrió inusuales relaciones con seres y culturas distintos. [2] La tercera instancia –de especial interés para el arte- es su expreso deseo de crear ciertos sesgos, algún desvío, como memorias ladeadas para abordar por distanciamiento el tema del Holocausto.
Ramsés Larzábal, en su performance Haz lo que te digo pero piensa en lo que hago, pone en relación cuerpo, verbo y lenguaje político, al producir lecturas -sucesivas o simultáneas- de fragmentos de discursos esenciales de los últimos siglos, convocando a José Martí, Fidel Castro, Carlos Manuel de Céspedes, Hugo Chávez, en una propuesta muy personal como artista de origen cubano radicado en la Venezuela contemporánea y como quien necesita pensar las relaciones actuales entre los dos países a la luz y la sombra de la palabra de aquellos líderes, a lo que agrega el discurso de Charlie Chaplin en el film El gran dictador, y la carta de suicidio de Miguel Ángel Quevedo, exdirector de la revista cubana Bohemia, en la que dice: “Todos fuimos culpables. Fuimos un pueblo cegado por el odio”.
Nuevos territorios éticos y arte contemporáneo
Parece posible afirmar que los grandes temas de la ética se mantienen hoy, aun a pesar de cierta moral en exceso dinámica -por acomodaticia y laxa- frecuente en la época. Para Francesco Alberoni, por ejemplo, la moral no solo no ha desaparecido sino que se ha vuelto incluso más tiránica, y así nunca habríamos sido tan severos como hoy en reprobar la agresividad, ni tan intransigentes en condenar las desigualdades. Pero, además, los nuevos tiempos han ampliado la esfera de asuntos de significación ética y, con ello, surgieron movimientos y grupos que luchan contra barreras raciales y de género, peligros de guerra nuclear, riesgos de la indagación genética, agresiones a la naturaleza, excesos de las tecnologías avanzadas. Los lenguajes del arte trabajan también estos contenidos de su tiempo.
La creadora guatemalteca Regina José Galindo presenta tres videos sobre la base de sus performances (Paisaje, Piedra y Alud) en los que su cuerpo canaliza diversas críticas: a la realidad política de su país, a la de América Latina con su historial y su presente de violencia, y muy específicamente al machismo y el maltrato a la mujer. Contenidos éticos y políticos que ella entrama con personales elecciones estéticas: con el uso de la palabra poética y con el despliegue espacio-temporal de sus acciones corporales. Las obras de Echavarría, Urdaneta, Galindo, Talmor, Larzábal, plantean además ciertos anclajes: en países, continentes, momentos particulares de la historia que no deben dejar a la humanidad indiferente.
El arte puede también plantear maneras del equilibrio, instantes de redención o, al menos, de breves liberaciones temporales. Así, si Echavarría trabaja los testimonios directos de los desplazados y otras víctimas, las protestas se canalizan a través del canto, del sacar la voz, uno de los recursos más liberadores de la expresión humana. En cuanto a Talmor, varios procesos mediadores se dan entre el horror original de Auschwitz y sus grabados finales, en los que la artista aborda el tema desde otros ángulos, como necesitando incorporar transformaciones personales y virajes creativos para aliviar el peso de una memoria histórica omnipresente en el pueblo judío. En el caso de Ruíz, su dura autocrítica sobre el consumo de la droga reviste también para él una innegable dimensión catártica.
Para Sandro Pequeno (como para Cáceres y Zerpa) la imaginería de los juguetes infantiles puede ser un punto de partida, como lo muestra en su ensamblaje Génesis beta y en su gráfica Genu Transmute. Se trata en estos casos de propuestas a la vez analíticas y lúdicas sobre experimentaciones genéticas y los enfrentamientos que a ellas se hacen desde la bioética. El lugar de trabajo diario de este artista nos muestra un ámbito peculiar de gestación del arte contemporáneo que resulta de interés explorar por su reunión heterodoxa de imaginarios, de figuras y saberes. Se unen allí gozosamente el “taller de artista” con la apariencia de laboratorio de investigación científica, con sala de juegos para niños, con bazar de juguetes de otra época, y con biblioteca de libros raros.
En su perfomance, Quiebre, Nela Ochoa hila relaciones entre biología y sociedad, entre lo micro y lo macro, entre nuestra memoria reptil y el país como entorno. Reúne allí la supervivencia de las especies y la ética de las relaciones humanas. “La supervivencia es en esencia una actitud amorosa”, dice, y lleva a su acción corporal la conciencia de que cada herida produce cambios. Pero también pone el énfasis en la capacidad de resistencia y regeneración, así como en las urgencias libertarias de las distintas especies para afianzarse más plenamente en su ser más propio y para aspirar al cumplimiento de su destino.
María Elena Ramos
Agosto 2013
[1] Esta conferencia de Smithson fue expuesta como obra artística en 1993, y adquirida luego por el Museo Guggenheim de Nueva York.
[2] Promovido en 2003 por el sacerdote ortodoxo griego Emil Shoufani, este viaje a Auschwitz quería generar un ámbito de comprensión del otro, de su sufrimiento, de sus diferencias.