Luis Poleo indaga acerca del poder, acerca de las múltiples narrativas y engranajes con los que se arraiga en el cuerpo social, acerca de sus multifacéticos sistemas de domino y sometimiento. Por ello, sus obras son unos dispositivos inquietantes, irónicos, capaces de especular, meditar y examinar críticamente la composición, la distribución y las transformaciones propias de esas distintas tecnologías gracias a las que el poder se impone y permanece.
A decir de Agamben[1] un dispositivo es un “conjunto heterogéneo, que incluye virtualmente cualquier cosa, lo lingüístico y lo no-lingüístico” y que “tiene una función estratégica concreta y siempre se inscribe en una relación de poder”. En otras palabras, los dispositivos son las redes, artilugios o artefactos que le permite a un cierto sistema de ideas y creencias establecerse, que sostienen las estructuras de poder y sus tácticas. Debido a que son redes, a que poseen un carácter heterogéneo y funcionan como “mecanismos”, los dispositivos son constituciones dialécticas –polémicas y contradictorias- en la que elementos dispares se mantienen en tensión y componen una articulación difícil.
Situados en estas mismas estructuras de poder, Luis Poleo produce unos dispositivos divergentes, que operan irónicamente, es decir, unos dispositivos que en lugar de reproducir y afirmar las narrativas y estrategias del poder, las desenmascaran, las descubren, haciendo evidente tanto sus disconformidades internas, sus paradojas: sus absurdos y disparates, como algunos de sus efectos impensados. Por ello, estos artefactos irónicos de Poleo no sólo evidencian –hacen visible- cómo los dispositivos del poder que operan en nuestro país se formulan a partir de un conjunto de rituales, reglas y reiteraciones que se imponen a los hombres y a sus formas de vida, sino que problematizan el carácter teológico que han adquirido, el hecho gracias al que se han interiorizado irreflexivamente como sistemas de creencias y sentimientos.
En el mundo contemporáneo, tecnológico y mercantil, la Obsolescencia programada es uno de los principales dispositivos con los que el poder se afirma, no sólo con respecto a los aparatos e instrumentos tecnológicos que pueblan nuestra vida, sino también –al menos en nuestro país- con respecto a las promesas políticas y sociales. En efecto, tanto social como materialmente vivimos inundados por una disponibilidad continua de “novedades” –de promesas- que por su misma proliferación se convierten en meros artilugios consumibles, en puro gasto y gozo. De allí que la exploración crítica de Luis Poleo, en esta exposición, se realice sobre esa formulación política de una temporalidad, un por venir siempre de antemano caduco, vencido y, por ello mismo, siempre también replegado sobre sus propias prácticas. Por esta razón, esta exploración crítica se elabora como un ejercicio paleontológico (evolutivo y filogenética) –o paleográfico (de desciframiento)- en el que se busca reconstruir –e interpretar- el advenimiento y el devenir, pero sobre todo los usos políticos, de los símbolos fundamentales –históricos y también artísticos- con los que se ha construido nuestra nacionalidad, el espacio político y el cuerpo social que es Venezuela.
En Obsolescencia programada encontramos, entonces, un conjunto de dispositivos en los que la heterogeneidad –y su condición polémica – son el emplazamiento necesario –inminente- gracias al que es posible “documentar”, poética e irónicamente, algunas de las narrativas de dominación, y de los engranajes simbólicos, con los que contemporáneamente se construye nuestra nación.
Por una parte, Poleo se hace cargo de esa narrativa simbólica que construye épicamente la nación, es decir, re-elabora irónicamente algunas imágenes emblemáticas de la historia de arte nacional en las que se “registran” sus momentos esenciales: batallas y próceres, paisajes o bodegones. Imágenes fundacionales que infiltra –de modo poco evidente aun cuando muy visible- con animales desaparecidos y olvidados, con dinosaurios o esqueletos, con fósiles de un mundo inaccesible, imposible. Esos dinosaurios entrometidos inscriben inmediatamente estas imágenes –reconocibles y reconocidas- en un entramado de analogías y referencias que potencia y hace estallar sus posibilidades significantes. En efecto, estos ejercicios paleontológicos –o paleográficos- advierten sobre la función regresiva que acontece con el uso excesivo de los símbolos heroicos: cómo la construcción épica –tanto del pasado como del presente- trae necesariamente consigo una captura ilimitada del cuerpo social, que no sólo orienta las opiniones, sino que determina, modela y controla los comportamientos, los gestos y las acciones de los individuos. Pero advierten, también, sobre el drama inherente a nuestra construcción identitaria, que se inscribe en un pasado –o en un idea de patria, de nacionalidad- que se ha hecho únicamente mercancía: pura utilización, mero empleo, y que por ello mismo se reproduce a sí misma banalmente. Los “dispensadores de imágenes” tematizan, entre otras cosas, esa iconografía devaluada que, en su superabundancia y su omnipresencia, se ha hecho tan vacua como el papel de cocina, y que culminan convirtiendo lo común, lo que nos pertenece a todos, en espectáculo.
Otros dispositivos, aquellos en los que se ensamblan sonidos, artefactos tecnológicos e imágenes de video, asumen esta investigación paleontológica –o paleográfica- como un desciframiento, en el que sarcásticamente se data, se localiza y se clasifican diversos iconos culturales. Allí, por ejemplo, el cinetismo se inscribe en el movimiento casi imperceptible de una camisa a cuadros que funciona, a la vez, como un autorretrato sin presencia y como una alegoría de la futilidad –de la caducidad- del asombro tecnológico. O el video del satélite, ese artefacto que abandona la tierra para poder controlar todos sus espacios y acontecimientos, que se interviene para elaborar una morfología funcional de nuestro presente: de sus retornos y sus derivas. En estos dispositivos el sonido cumple un papel esencial: la reproducción del pulso del “espacio profundo”, de esa huella o ese resto de nuestro origen cósmico, nos remite a un extraña forma de presencia, esa que quizás siendo invisible ocupa el cuerpo y lo modifica, más allá de cualquier voluntad. Allí, se inscribe una crítica al modo cómo el dispositivo opera, como es a la vez carne y fundación.
En este sentido, Obsolescencia programada es un juego, un espacio de participación, gracias al que Luis Poleo hace tambalear los mitos y nos obliga a mirarnos en nuestros propios olvidos, en nuestras propias sujeciones.
Sandra Pinardi
Julio 2014
[1] G. Agamben. ¿Qué es un dispositivo?
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Del 27 de julio al 24 de agosto, 2014
Carmen Araujo Arte.
Parque Hacienda La Trinidad
Caracas, Venezuela
Agradecimientos: Luis Poleo y Oriana Hernández