“Febrero Curatorial” propone cinco miradas al archivo de la Sala Mendoza

Por Laura Soler

 
En nuestro imaginario popular, el arte contemporáneo en ocasiones representa un arcano impenetrable, cuyo acceso le debemos a la agudeza y los conocimientos de sus iniciados, los curadores. Cada vez en mayor medida, los espectadores contemporáneos confiamos en la voz curatorial la labor de concedernos elementos y herramientas, que nos permitan sacar algún provecho de nuestras visitas a museos y galerías. 

 

Tal vez por este motivo la Fundación Sala Mendoza asume la formación de curadores dentro de su programa de educación para el arte y, de este modo, surge Febrero Curatorial. Este proyecto reúne personas que conciben el arte desde diversas perspectivas —la creación, la escritura, la gerencia cultural— dentro de un taller cuyo fin último se encuentra en la investigación y desarrollo de proyectos expositivos a partir del archivo de la Sala, que comprende sus 62 años de historia.

A principios del mes de febrero, la investigadora y curadora encargada del taller, Lorena González Inneco, ofreció dos sesiones teóricas intensivas, centradas en la discusión del curador como creador, polémica durante los años 90. Para entonces, se debatía si el curador, en algunos casos, no se encontraba “manipulando la lectura directa entre la obra y el espectador”.

Este asunto inquieta a González especialmente desde el año pasado, cuando organizó la muestra colectiva “Caracas intervenida”. En aquella ocasión, la curadora rotuló sus escritos en el suelo y, al momento de enviar las invitaciones, le insistieron en que su nombre figurara como el de un artista más, “porque aquello no era un texto de sala, sino más bien una intervención espacial”, relata.

Como la mayoría de los curadores venezolanos, González se formó en el oficio. Sus años en el teatro le han concedido la concepción de la curaduria como la puesta en escena de una narrativa donde todos los elementos sensibles—la museografía, los colores, la iluminación, la musicalización— se integran.

Asimismo, de su incursión en la dramática sustrae la constante consideración del espectador, cuya capacidad de asombro busca renovar a través de la experiencia artística: “Mi conexión con el arte contemporáneo es una vuelta al asombro. Sentir esa cosa única de cuando el tiempo y el espacio de la obra repercuten sobre el espacio y el tiempo vital del espectador”, explica la investigadora.

Para González, la educación para la apreciación del arte contemporáneo pasa más por la experiencia sensible que por el conocimiento: “La mejor manera de relacionarnos con un espectador es mediante la conexión poética. Es decir, más metáforas sensibles y menos discursos categóricos”, concluye.

La directora de la Fundación Sala Mendoza, Patricia Velasco, explica que Febrero Curatorial pretende formar en un área para la cual actualmente dentro del país no existen escuelas: “Hay prácticas curatoriales individuales, autónomas, de cada uno de los curadores”, sostiene Velasco, psicóloga de profesión. La directora distingue la investigación de arte de la curaduría —disciplinas contiguas, mas separadas.

 

Las propuestas

Del taller surgieron cinco proyectos. El primer grupo, integrado por Antonio García, Alba Izaguirre, Mariano Figuera y Nelson Ponce, problematiza la figura de Armando Reverón en “El martillo en la piedra: Reverón en la subasta de la Sala Mendoza”. El texto de sala explica que Reverón “destacó por su gesto de ruptura —tanto en la obra como en su vida— de los parámetros tradicionales de legitimación de la cultura: el museo y el mercado”. Paradójicamente, sus obras —subastadas por la Sala entre 1958 y 2001— “destacaron siempre por tener los más altos valores de venta”.

 

 

El equipo de Julio Loaiza, María Teresa Aristeguieta y Patricia Hambrona parte de una carta donde el artista Claudio Perna increpa al entonces director de la Sala, Ariel Jiménez con ocasión de la visita del conceptualista estadounidense Joseph Kosuth a nuestro país. Esta anécdota les sirve para “reconstruir diferentes experiencias del arte conceptual respecto a un mismo objeto, así como la singularidad del arte conceptual venezolano en su propio territorio y en los linderos del contexto internacional” en la muestra “Cuatro sillas y el banco piache de Claudio Perna”.

 

 

 

 

 

 

Diego González, Manuel Eduardo González y Mary Martínez Torrealba condensan los elementos cardinales de tres exposiciones en tres décadas distintas —“Amarillo Sol KY7V68” de Héctor Fuenmayor (1973); “Transfiguración. Elemento Tierra” de Yeni y Nan (1983) y “Con/nections. Crossing the line of difference” de Nancy Busch (1993)  — para proponer “Irrupciones en el Archivo. Diálogos en Amarillo, Tierra y Rojo”.

 

 

 

 

Anghy Rondon y Francisco López aprovechan un vacío de información para reinterpretar lo que pudo haberse exhibido en “Gráfica 69”, donde participaron los grabados y serigrafías de Manuel Espinoza, Gerd Leufert, Mateo Manaure, Alejandro Otero, Mercedes Pardo, Álvaro Sotillo y Elisa Elvira Zuloaga, entre otros. De este modo, idean “Pacto ficcional. Una interpretación abierta sobre la muestra Gráfica 69”.

 

 

Finalmente, Arlette Montilla, Carolina Sanz y David Montoya juegan con los registros de sala realizados por fotógrafos que luego se transformaron en autores por derecho propio, centrándose especialmente en Carlos Germán Rojas en “La cámara como testigo: del registro a la obra”.

 

 

 

 

 

Los proyectos se expondrán hasta el 28 de abril en el Centro Documental de la Sala Mendoza, Edificio Eugenio Mendoza, Mezzanina. Universidad Metropolitana.

 

Cortesía de Manuel Eduardo González

 

 

Todas las imágenes son de Anghy Rondón

 

 

Laura Soler

@laurasolerh

 

 

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