Por Félix Suazo
“llovían grandes copos de fuego,
como cae la nieve en la montaña si no hay viento”[1]
Por varios años, y de manera casual, me he encontrado con una serie de obras (pictóricas, videograficas y accionales) referidas al fuego o sus efectos; unas veces como representaciones alegorícas y otras como medio de creacion. Incendios, hogueras infernales, estallidos y humaredas que acontecen en bosques, grutas, cuarteles, edificios e incluso en lugares de exhibición artística. Las he encontrado, decía, mientras investigaba autores, tendencias o periodos del arte en Venezuela, abarcando desde el siglo XIX hasta el Siglo XXI y sin que necesariamente haya una conexión o genealogía visible que las enlace, al menos a simple vista. No son demasiadas pero su pregnancia iconográfica y simbólica es de gran potencia, coincidiendo o evocando momentos excepcionales de la historia nacional.
Sin embargo, cada vez que observo alguna de estas obras o pienso en su significado me pregunto si hay algún sustrato arquetipal que las sustente, o si solo son eventos accidentales, puntos de quiebre insignificantes, en un devenir entrópico. Pueden ser ambas cosas, o ninguna de ellas. Después de todo, las leyes de probabilidad de un fenómeno pueden ocurrir sin previsión o como desencadenamiento de motivaciones remotas o desconocidas. Por lo pronto, dejaremos asiento de lo acaecido en la materia que nos ocupa y del cual son testimonio las obras que comentamos a continuación.
Comencemos por una obra premonitoria de Antonio Herrera Toro, un artista de rigurosa destreza, quien pintó Incendio puesto en el parque de San Mateo por Ricaurte en 1889. Se trata de una escena a contraluz, cuyo protagonista -el general independentista Antonio Ricaurte, llamado también “El Chispero”- se dispone a inmolarse dentro de un recinto repleto de municiones y pólvora, antes de permitir que las fuerzas enemigas tomen el lugar. En su mano izquierda sostiene un madero encendido, el cual irradia un fulgor redentor. Es el preludio de las llamas que vendrán luego del instante crucial, aún en suspenso.
Revisemos otra obra del mismo periodo, pintada en 1890 por Cristóbal Rojas bajo el título de El Purgatorio, pieza de grandes dimensiones ejecutada por encargo de la Iglesia de La Pastora, Caracas. En esta, una multitud de penitentes -entre los que se halla el propio autor (presuntamente)- se retuercen por el sufrimiento en medio de una atmósfera tenebrosa iluminada puntualmente por el brillo sofocante del fuego. Esta es una metáfora de la expiación previa al ascenso de las almas a su hogar celeste, motivo que –por cierto- abundaba ya en la pintura colonial de los siglos XVII y XVIII[2].
Lo cierto es que las obras citadas de Herrera Toro y Rojas prefiguran dos de los grandes significados de las representaciones del fuego en el arte venezolano: de un lado las alegorías patrias de origen bélico y del otro la presunción de eventos trágicos de orden personal, natural o accidental. Si bien es cierto que la candela pintada no quema, hay que reconocer que el empaste reverberante sobre la tela sugiere su peligroso efecto sobre las cosas. La pintura, entonces, rememora el papel de las llamas en un presente continuado -fijo para siempre-, mostrando lo que está por suceder o ya ha acontecido.
Dicho lo anterior, no es posible soslayar las escenas de fusiles, cañones, explosiones y jinetes sable en mano que reseñara Martín Tovar y Tovar en la obra Batalla de Carabobo (1883-1888), ubicada en la cúpula el Salón Elíptico del Palacio Federal Legislativo en Caracas. En medio del carrusel bélico pintado por Tovar, se aprecia una poderosa columna de humo que se levanta hasta el cielo como un monumento. Se puede seguir la secuencia del combate, desde la colina donde se encuentra El Libertador pasando por las arremetidas de la caballería, la acción de la artillería y la persecución de las tropas enemigas, pero siempre al final (o al principio) el humo sigue allí.
Más de dos siglos después de pintada la obra, el 5 de julio de 2017, sectores afines al partido de gobierno lanzaron cohetones e irrumpieron a patadas y tubazos en el lugar que resguarda la pieza y sede del Congreso Nacional, durante el acto conmemorativo por el 206 aniversario de la Declaración de la Independencia. Asediados por el humo y los golpes, los diputados, trabajadores y periodistas que asistían al evento quedaron retenidos por varias horas en el recinto[3]. Las detonaciones de los cohetones embadurnaban la atmósfera con una niebla de pólvora y azufre. El fuego era sólo de artificio, pero suficientemente elocuente como para socavar la legitimidad del poder legislativo. Aquel día los atacantes, tácitamente inducidos por el liderazgo oficialista, creían combatir “a la misma oligarquía que traicionó a Bolívar”[4]. Ese fuego cruzado entre dos tiempos -entre la pirotecnia ofensiva y la manipulación de la historia- recoge las partículas inflamables que antes y ahora amenazan la estabilidad de la nación. El humo del combate persiste, aún hoy, como aquella mancha fija en el horizonte circunvalar que recrea la obra de Tovar y Tovar.
Sigamos entonces las trazas que va dejando el fuego en la compleja escena del arte venezolano y sus conexiones más o menos explícitas con el proyecto país. En los años sesenta, los miembros de la agrupación El Techo de la Ballena pedían “quemar el Ávila”, la montaña tutelar del valle de Caracas, en el manifiesto del Homenaje a la cursilería, suscrito en 1961. La razón de este incendiario planteamiento era combatir con fuego la amplia legión de frases e imágenes cursis, inspirada en la portentosa formación geológica.
Una década después el arte venezolano se torna más benévolo con la naturaleza, buscando un camino alterno al controvertido efecto que tienen el progreso y la cultura urbana. En 1977 Pedro Terán, enmarcado en las prácticas de renovación artística del momento, realiza Arte en llamas. De la serie Art como parte de sus indagaciones eco-creativas sobre los elementos, orientadas al registro de situaciones en el entorno natural. En las fotografías que realizó, único vestigio de la combustión simbólica de la idea planteada, la palabra “Art” se disuelve en las llamas.
Cascadas de fuego escalonado (esta vez reales) son las que dan lugar a una serie de obras realizas durante la primera mitad de la década de 1990 por Félix Perdomo. Para ello, el autor dispuso hileras de fósforos, los cuales prendía para obtener la huella del humo y las cenizas sobre láminas y pequeñas cajas de madera. Dicho recurso también fue empleado por el artista en la serie Homenaje a Nerón (1993), consistente en dibujos aleatorios con fuego sobre las paredes de varios recintos expositivos. En estos casos la obra era el resultado de un proceso de combustión controlada cuya impronta delinea una visualidad yerma, arrasada durante el propio ejercicio de su configuración.
Héctor Fuenmayor lleva esta idea a una dimensión sacrificial, incinerando un amplio número de sus propias obras durante una acción titulada Glosa crematoria (1994), en el marco de la Bienal Nacional de Guayana, Ciudad Bolívar, en 1994. En aquella oportunidad, la quema de los trabajos tuvo lugar en una capilla cercana al lugar donde fue ejecutado el General Manuel Piar en 1817 por órdenes de Simón Bolivar. Con ello, el destino del arte y el de la historia patria vuelven a quedar enlazados, condenadas ambas instancias a su inmolación y resurrección simbólica.
Por su parte, Néstor García, inmerso en una reflexión sobre el lenguaje y la tradición pictórica, ejecuta la aspiración ballenera de “quemar el Ávila” en una serie de reproducciones intervenidas que tituló ¿Es pintura la pintura? (2016). Aquí no solo se muestra el Ávila -o las representaciones de el Ávila- bajo la pulsión piromática, sino que entran en cuestionamiento las nociones de originalidad y copia. El humo pintado atraviesa las imágenes y los tiempos, en clara alusión a la persistencia del motivo y la recurrencia de los modos de representación, cuyo medio predilecto es la pintura. Siguiendo una estrategia similar, el propio artista retoma la idea en el vídeo La danza del fuego sobre el agua (2017) donde lo que arde es una reproducción de una pintura de Turner. El título del trabajo proviene de un verso epopéyico de Andrés Eloy Blanco, el cual une el destino de la pintura a los eventos de la historia patria, como si ambas -pintura e historia- confrontaran la misma zozobra.
La quema virtual de la pintura -símbolo de una tradición agonizante- contrasta con el registro videográfico que hace Muu Blanco del incendio de la Torre Este de Parque Central acaecido en Caracas en 2004. Tizón (2004), título del trabajo, alterna vistas de la torre convertida en una gran antorcha desde diferentes ángulos, mientras los helicópteros cisterna intentan sofocar el fuego. La humareda gris y blanca ofrece una visión impactante del evento que también es reseñado en la obra Torre Este-Parque Central (2008), dibujo de gran formato sobre tela por Juan José Olavarría, quien lo enfoca “en picada”, colocando en primer plano los bucles de humo ascendente que emanan de la parte superior del edificio. El mismo autor, en otro trabajo de la exposición “Me cambio el nombre” (2008) reincide sobre los efectos del fuego, esta vez en la pieza Bandera quemada (2008), la cual consiste en el tricolor nacional chamuscado, a propósito de un acto de “piromanía política”, ocurrido en una manifestación anti-injerencista en Bolivia en 2005, hecho que –por cierto- se repite a fines de 2010.
En 2010 Umberto Pepe retomó varios incendios memorables como parte de la serie pictórica Tiempos heroicos, presentada en Oficina #1 ese año. Uno de esos sucesos es abordado en la obra Tacoa (2009), basada en el trágico accidente ocurrido en la planta termoeléctrica “Ricardo Zuloaga” de Tacoa en el estado Vargas en 1982. El otro acontecimiento, fue el ya reseñado siniestro de la Torre Este de Parque Central en Caracas en 2004 y que el artista reproduce en la pieza 17.0 (2010). También se encontraba en el conjunto una pintura de El Ávila en llamas (otra vez). Los trabajos fueron realizados al óleo sobre mdf, empleando la gama de los grises en alusión a la retórica visual de los documentos fotográficos que le sirvieron de fuente. “El blanco y el negro -declaró el artista- te permite (…) dar la sensación de foto registro”[5]. Frente a la vertiginosidad de las imágenes noticiosas, la iconografía del fuego encuentra en la pintura de Pepe un lugar menos volátil y efímero donde afincarse. Aquí se oponen la “lentitud del óleo” y la “rapidez de la noticia”[6].
Así las cosas, parece que el fuego mete sus lenguas en casi todas las rendijas del imaginario vernáculo como si a nadie le importara convivir con el desastre. La indiferencia colectiva es el tema del vídeo de Suwon Lee titulado El muerto no tiene dolientes (2009), obra que registra la manera en que las llamas van consumiendo un vehículo abandonado, una situación que se tornó recurrente en la ciudad de Caracas ante la mirada displicente de las autoridades y el desconcierto de la ciudadanía.
Tanta candela -en el arte y en la realidad, en los cuadros, en los cerros y en los edificios- hace suponer que Venezuela es un país proclive al incendio, aunque las proposiciones y eventos reseñados perezcan casuales. Esto tiene implicaciones materiales y simbólicas, pero también políticas. Por algo en 2014 el presidente de turno dijo en tono de advertencia que “Candelita que se prenda, candelita que se apaga”. No se refería, por supuesto, al empleo de la brigada de bomberos para sofocar un incendio accidental, sino a la utilización de la fuerza uniformada y de civiles afectos al partido de gobierno para “ahogar” las expresiones de inconformidad social de sus adversarios.
Sin embargo, hay veces que las cosas se salen de control y las amenazas se convierten en tragedias, mucho más devastadoras que las sugeridas por los registros visuales. Entre abril y julio de 2017 todo el país “ardió” en protestas, las cuales fueron duramente reprimidas con bombas lacrimógenas, perdigones y chorros de agua lanzadas desde vehículos cisterna popularmente conocidos como “ballenas”. Hubo más de cien fallecidos y muchas personas encarceladas. La gente se defendía con barricadas espontáneas, escudos precarios y máscaras caseras. Durante una de esas jornadas de estremecimiento cívico, una ráfaga de fuego instantánea alcanzó accidentalmente a un joven manifestante. Las llamas cabalgaban ferozmente sobre su cuerpo, convertido en una verdadera antorcha humana. Al fondo de la escena, en una pared, la silueta de un revólver con la palabra “paz”, situaba el acontecimiento en el contexto de violencia y demagogia que estrangula los mejores deseos de la nación. La impactante imagen, registrada por el fotógrafo Ronaldo Schemidt de la agencia AFP y ganadora del World Press Photo 2018, resume el sufrimiento y la fragilidad del cuerpo ante la furia del fuego, pero también la irracionalidad de las circunstancias que dieron origen al hecho.
¿Acaso hablamos de un país de penitentes que -como las ánimas del cuadro de Rojas- experimentan en su propia carne los tormentos de un infierno que no merecen? ¿por qué han de expiar una culpa que no les corresponde? Es difícil emitir un dictamen sobre algo que no se comprende bien y que en el arte se proyecta como un presentimiento. En realidad, las proposiciones comentadas se mueven entre la memoria de eventos espectaculares y la significación alegórica de los mismos. El fuego aquí puede ser el objeto de atención o el medio de representación, e igualmente puede encarnar el preludio de algo inevitable o el vestigio humeante de “los febriles efluvios”[7] que cubren el lecho yermo de la patria. Quizá debamos admitir que todas estas imágenes no significan nada en particular; pero en momentos de malestar y hostilidad como los que estrangulan al país conviene acatar aquella advertencia atribuida a Confucio según la cual no es prudente apagar con fuego un incendio.
Caracas, diciembre 2017 – Cuenca, Ecuador, mayo de 2018
Lista de imágenes
Néstor García. La danza del fuego sobre el agua, 2017
Antonio Herrera Toro. Incendio puesto en el Parque de San Mateo por Ricaurte, 1889
Cristóbal Rojas. El Purgatorio, 1890
Martín Tovar y Tovar. Batalla de Carabobo, 1885-1887
Ataque al Palacio Federal Legislativo. Caracas, 5 de julio de 2017
Fotos: EFE / REUTERS (Andrés Martínez Casares)
El Techo de la Ballena. Manifiesto “Homenaje a la cursilería”, 1961
Pedro Terán. Arte en llamas. De la serie Art, 1977
Félix Perdomo. Cascada, 1996 / Homenaje a Nerón, Sala Alternativa, Caracas, 1993
Héctor Fuenmayor. Muerte y resurrección, 1974-1994
Néstor García. ¿Es pintura la pintura? (fragmentos), 2017
Muu Blanco. Tizón, 2004
Juan José Olavarría. Torre Este-Parque Central, 2008
Umberto Pepe. 17.0, 2010 / Tacoa, 2009
Suwon Lee. El muerto no tiene dolientes, 2009
Ronaldo Schemidt (AFP). Caracas, 3 de mayo de 2017
[1] Dante Alighieri. El infierno. Canto decimocuarto. La divina Comedia, c. 1304-1321
[2] Cfr. Rodríguez, Janeth. Las benditas ánimas del Purgatorio.
http://artecolonialvenezuela.blogspot.com/2007/06/las-benditas-nimas-del-purgatorio.html
También: García, Rigel. Ánimas del Purgatorio de Petare.
https://iamvenezuela.com/2016/11/10/animas-del-purgatorio-de-petare/#prettyPhoto
[3] En el hecho resultaron lesionados varias personas. Cfr. Ataque a la Asamblea Nacional duró casi ocho horas. El Nacional, Caracas, 05 de julio de 2017.
http://www.el-nacional.com/noticias/asamblea-nacional/ataque-asamblea-nacional-duro-casi-ocho-horas_191388 También: Ministerio Público comisionó a fiscal para investigar ataque a la Asamblea Nacional. El impulso, 5-7-2017 http://www.elimpulso.com/noticias/nacionales/ministerio-publico-comisiono-fiscal-investigar-ataque-la-asamblea-nacional
[4] La frase corresponde al entonces Vicepresidente de la República Tareck El Aissami quien afirmó ese mismo día desde el lugar del incidente que: “Estamos en las instalaciones de un poder del estado que ha sido secuestrado por la misma oligarquía que traicionó a bolívar”. Ver: http://efectococuyo.com/politica/5-de-julio-de-2017-el-dia-en-que-afectos-al-gobierno-asaltaron-la-asamblea-nacional/
[5] Pepe, Umberto. En: Rangel, Marcy Alejandra, Los tiempos heroicos de Humberto Pepe, Escenas, El Nacional, Caracas, 28 de febrero de 2010
[6] Cfr. Rangel, Marcy Alejandra, Los tiempos heroicos de Humberto Pepe, Escenas, El Nacional, Caracas, 28 de febrero de 2010
[7] Dante Alighieri. El infierno. Canto decimocuarto. La divina Comedia, c. 1304-1321
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Agradecemos a Felix Suazo por ceder este documento.