VALENTINA ALVARADO MATOS Y CARLOS VÁSQUEZ MÉNDEZ el otro aquí

Leo en una entrevista, concretamente en la revista Lumière, que Valentina Alvarado Matos (Maracaibo, 1986) y Carlos Vásquez Méndez (Santiago de Chile, 1975) inician en 2017 una suerte de “colectivo sin nombre”. En la entrevista, aparece escrito así, entre comillas. Me gusta el gesto, y entiendo bien a lo que se refieren. Desde entonces, ambas artistas, ambas cineastas, han trabajo de un modo individual y de un modo conjunto, desarrollando un cuerpo de obra versado en la imagen fílmica desde dos intereses compartidos. Por un lado, la autorreferencialidad cinematográfica; es decir, un cine que nos habla del propio cine. Por el otro, una narrativa emocional y sensible que surge a través de la vivencia.

En este sentido, su fascinación por la esencia técnica e ilusoria del cine las ha llevado a fijar su atención en cuestiones como la existencia lumínica de la imagen en movimiento, sus efectos perceptivos en nuestra retina, o incluso a comprender su artificio –el celuloide, el proyector, la pantalla–bajo una concepción objetual y escultórica que estrecha los vínculos entre el cine y las artes visuales, entre la sala de proyección y el espacio expositivo.

Valentina Alvarado Matos y Carlos Vásquez Méndez comparten además un narrar poético confeccionado a través de la fragmentación y el diálogo entre imágenes dispares, donde la pertenencia afectiva y telúrica a determinados lugares y momentos subraya otra experiencia compartida por ambas: la del tránsito migratorio y sus efectos vitales. Me refiero a todo aquello que implica llegar a un nuevo lugar, anhelar el de origen, sentir las correspondencias entre ambos, identificar las proximidades y las distancias, las ausencias y las presencias… el otro aquí es una exposición sobre la imagen fílmica; una película expandida por el espacio de La Capella que, voluntariamente, desdibuja la secuencia lineal del cine en favor de un recorrido físico no conducido. Dicho de otro modo, ya no nos sentamos para que algo suceda ante nuestros ojos, sino que nos movemos mientras ese algo sucede de un modo simultáneo, sin posibilidad de acceder a su totalidad. De este modo, la exposición nos interpela desde dicha noción de tránsito; algo que, por defecto, implica estar en un lugar y no en otro, incorporando así
un relato que incide en el archivo, el recuerdo y la memoria personal, aunque sin focalizarse en unas circunstancias particulares; su trabajo explora, más bien, la capacidad empática de las imágenes, su potencia subjetiva universal.

Podríamos decir que toda la instalación funciona como una máquina fílmica de alta capacidad evocadora. En primer lugar, porque se manifiesta a sí misma como artefacto técnico, evidenciando los proyectores analógicos (16 mm y diapositivas) y los digitales, o reivindicando las propias estructuras que los sostienen, así como las pantallas colgantes que se distribuyen por el espacio. En segundo lugar, por la fugacidad de las imágenes, sintetizadas en momentos específicos de corta duración –a veces, escasos segundos; a veces unos pocos fotogramas–, pero capaces de fijarse en nuestra mente a través de paisajes, detalles o gestos que se dibujan o desdibujan según una capacidad de sentir no condicionada.

Por último, la esencia del cine aparece también en dos gestos fundamentales dentro de la instalación: la presencia del blanco –el halo de luz, la imagen sin imagen, o simplemente la espera, la expectativa de imagen– y la banda sonora. Y mientras el blanco se impone como realidad física, creando incluso protoimágenes abstractas, previas a la ilusión fílmica, el sonido maquinal de los sistemas de proyección nos acompaña mientras observamos, mientras nos movemos por la sala; un sonido repetitivo, hipnótico, que, lejos de molestar, añade otras dinámicas rítmicas, casi coreográficas, al devenir de la película. Solo en una de las capillas laterales, y como sonido secundario, un paisaje sonoro se suma a las máquinas desde un rincón, abriendo un pequeño espacio de escucha donde la imagen parece no entrar.

Sin pretensión documental, sin pacto ficcional, o simplemente dejando que sean las propias imágenes las que configuren un posible relato, el otro aquí exhibe un archivo vivo, performativo, en el que conviven filmaciones de ambas artistas convertidas ahora en imágenes de registro, en destellos que intensifican una serie de capas que también transitan. Sin forzar, el otro aquí es tanto introspección como activismo a través de las imágenes.

Y en este continuo devenir, la práctica fílmica de Valentina Alvarado Matos y Carlos Vásquez Méndez ensaya una última expansión inesperada, una que, de hecho, trasciende el propio espacio expositivo de La Capella. A finales de marzo, y como continuidad y reverso del otro aquí, ambas artistas presentan un desplazamiento expositivo en la planta baja de La Virreina Centre de la Imatge. Así, La Capella y La Virreina exploran un sistema de complicidad y colaboración que genera un significativo relevo contextual a través de tres momentos complementarios centrados en el análisis de la imagen cinematográfica. El primero ocurre solo en La Capella, el segundo genera un diálogo presencial entre las dos instituciones, y el tercero –como posible respuesta a lo acontecido– culmina en La Virreina.

David Armengol
Director artístico de La Capella

La exposición el otro aquí de VALENTINA ALVARADO MATOS Y CARLOS VÁSQUEZ MÉNDEZ se presenta hasta el 21 de abril 2024 en La Capella, Barcelona, España.

Para más información visita https://www.lacapella.barcelona/es/el-otro-aqui

Fotografías cortesía de Valentina Alvarado Matos

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